Carlos Garaikoetxea

ERA mi intención haber acompañado a los responsables de Egunkaria en Madrid el día 3 de diciembre, con ocasión de su comparecencia ante la llamada Audiencia Nacional, para así ofrecerles públicamente mi solidaridad. Circunstancias ajenas a mi voluntad me impiden hacerlo y, por ello, quiero dejar constancia de tal solidaridad con este escrito, así como las razones básicas de mi repulsa ante la persecución de que fue objeto el diario euskaldun y el equipo que tuvo el mérito de sacarlo adelante.

En primer lugar, de la lectura del sumario contra los responsables de Egunkaria puede uno extraer una conclusión bastante clara: nos encontramos una vez más ante una instrucción en la que las deducciones del juez son básicamente puras presunciones, y en sus rotundas conclusiones sólo brilla por su ausencia una presunción sagrada en derecho: la de inocencia. Del interés que observa el juez en ETA por ver en la dirección de Egunkaria personas cuya ideología merezca su beneplácito, deduce que los responsables de esa dirección son colaboradores de ETA.

No diré nada sorprendente si afirmo que, por gracia o por desgracia, no hay partido o fuerza social que no apetezca tener personas afectas a sus ideas en cualquier medio. Y, aun aceptando a efectos dialécticos que hubieran existido determinadas conexiones personales con ETA o sus epígonos para tratar de lograr tal propósito en el caso de Egunkaria, constituye una monstruosidad arrasar un periódico y encausar a todos sus dirigentes extendiendo contra ellos una presunción de culpabilidad, como si hubieran sido sujetos activos de una misma conjura. A este paso, Sharon resultará un niño de coro arrasando barrios palestinos, so pretexto de perseguir a algún miembro de Hamas…

A mayor abundamiento, no puedo evitar una consideración muy personal al hilo de lo anterior: conozco hace tiempo a algunos de los encausados y ello refuerza mi anterior reflexión. Pero me habría bastado para clamar contra la injusticia de esta cacería, la inicua persecución de que fue objeto el que fuera presidente de Egunkaria, Martín Ugalde, viejo compañero del alma, que podría ser ejemplo por su humanidad y sentido democrático a lo largo de una vida para cualquiera de sus juzgadores. A Martín le restituyeron, cruel sarcasmo, su dignidad maltratada después de muerto, pero el día 3 de diciembre habrá otros Ugaldes en la Audiencia Nacional de Madrid, a quienes podrían devolvérsela más a tiempo.

Yo leía a diario Egunkaria porque consideraba que después de tantos intentos de exterminar nuestra lengua, por encima de cualquier otra consideración, un periódico en euskara constituía una aportación fundamental, histórica, a la causa de su supervivencia. Pensaba, igualmente, que en vez de condicionar la valoración del periódico en función de la adscripción ideológica de sus autores, había que agradecerles la realidad objetiva de un diario euskaldun gracias a su iniciativa y esfuerzo por una causa que cualquier vasco cabal debía compartir.

Mis convicciones democráticas no sufrieron leyendo Egunkaria como cuando ojeo otros medios de la prensa española, y el contrabando ideológico que el juez atribuye a Egunkaria, comparado con la descarada militancia antivasca (¡no digamos antiabertzale!) de tantos periódicos, resulta una broma macabra cuando uno recuerda el asalto al rotativo euskaldun.

Ya que la Audiencia Nacional ha querido emular a los jueces de Al Capone, buscando subsidiariamente en torno a Egunkaria otros pecados contables y fiscales, no estaría de más que empleara el mismo celo para investigar las monumentales estafas que han sufrido miles de pequeños ahorradores cuando el Gobierno español de turno ha instrumentalizado compañías privatizadas para que sus dirigentes (ésos, sí, puestos a dedo por el poder político), se lanzaran a aventuras mediáticas, a veces ruinosas, a su servicio. ¡Pero claro, en esos casos, ni había conjura política, ni contrabando ideológico, ni obscenidades financieras; sólo latrocinios de guante blanco al servicio de gobiernos legítimos!

Consumado el atropello a Egunkaria, el mismo respaldo social que lo creó con el esfuerzo de los hoy encausados, ha permitido que otro diario euskaldun sea una realidad. Sirva esta realidad para que los jueces entiendan de una vez por todas que en la defensa del euskara cuando se hace un periódico, se crean ikastolas o se impulsan otras iniciativas empresariales relacionadas con la cultura vasca, existe una realidad mucho más profunda que las obsesiones que se exhiben en este proceso: la realidad de un pueblo que lucha hace mucho tiempo contra el exterminio de su lengua y su cultura, que es el intento de exterminar su propia conciencia colectiva de pueblo vasco.

Fuente: Carlos Garaikoetxea