Gorka Knörr Borrás. Secretario General de Eusko Alkartasuna

En un artículo publicado recientemente en Le Monde, Mario Vargas Llosa
se preguntaba cómo un partido marginal de tipo fascista, cuasifolklórico,
que insulta indiscriminadamente a árabes, judíos, emigrantes,
homosexuales y minorías en general, había podido alcanzar influencia
política en un país del poso cultural y politico como es Francia.
País en el que, dicho sea de paso, estudios recientes han demostrado
que la población extranjera ha disminuido casi un 10% en la década
1990-2000.
Lo inquietante,
sin embargo, es que el fenómeno francés ya afecta al conjunto
de los estados europeos. El caso holandés reviste un cariz sorprendente,
si pensamos que Holanda se ha caracterizado por ser el país más
tolerante con las minorías, en el se han puesto en práctica las
políticas sociales más avanzadas para asegurar la integración
de todos estos colectivos, y se había convertido en referencia de cómo
había que hacer las cosas en esa delicada materia. Incluso habían
instaurado allá el derecho al voto para todos los extranjeros, no-comunitarios
incluídos, en las elecciones locales. Y sin embargo no se ha podido poner
a salvo de la oleada extremista que recorre Europa.
Esto nos debe hacer
pensar que nos encontramos ante una problemática difícil de abordar,
ante un escenario en el que se entremezclan problemas reales con situaciones
y opiniones subjetivas, conformando un panorama en el que no existen soluciones
mágicas a corto ni a medio plazo sino en la mente de los demagogos de
un signo u de otro.
¿Cómo
prepararnos para hacer frente a lo que será probablemente el problema
político más acuciante en Europa a corto plazo?
A fuerza de hablar
de racismo, de integración, del Islam, de lo que ocurre a la segunda
o tercera generación, terminamos olvidando que los emigrantes vienen
a nuestros países a trabajar. De alguna manera podría decirse
que los debates socio-políticos o filosóficos están eclipsando
la dimensión económica de la cuestión. La crisis económica
-lo vemos todos los días- pone en primera línea a esta población
que viene a cubrir el déficit de trabajadores autóctonos en numerosos
sectores de actividad.
Los atentados del
11 de septiembre en EEUU, el auge de los extremismos populistas en Europa, u
otras razones más ocultas están llevando a numerosos dirigentes
europeos a responder al malestar de la opinión pública de sus
países respectivos con medidas de carácter policial y represivo
que serán inútiles como todo lo que se ha hecho en esta dirección
al día de hoy, si no van acompañadas de medidas que garanticen
la integración social de estos trabajadores y sus familias.
¿Qué
se está haciendo en estos aspectos cruciales? La UE, que se ha mostrado
hasta la fecha incapaz de abordar y harmonizar esta cuestión, parece
haber optado por la solución de que los flujos migratorios los regule
el propio mercado. Optar por la oferta y la demanda, abdicando de una política
de previsión y planificación de la demanda de mano de obra y propiciando,
de facto, el crecimiento de redes mafiosas responsables de cientos de miles
de clandestinos que tensan el mercado del trabajo y el tejido social, y provocan
situaciones de explosión social. Y, a toro pasado, tras el fracaso de
la falta de una política seria de inmigración, se echa mano ahora
de medidas drásticas adoptadas estos días por la presidencia española
de la UE, consistentes en establecer controles en las fronteras europeas con
cuerpos de vigilancia ad hoc, ficheros ultrasofisticados, vigilancia de la costa
vía radar y satélite. Torrente Aznar ataca de nuevo.
Inmigración,
integración, participación.
En materia de emigración
hay que avanzar con mucho cuidado si queremos una integración sólida
y duradera de los emigrantes y sus familias. No podemos preocuparnos más
de los que van a venir que de los que ya están . Hay que tener la valentía
política -aunque no esté muy bien visto en ciertos ambientes-
de afirmar que nuestra capacidad de acogida tiene límites en el tiempo
y en el espacio. Hay que desculpabilizarse tambien y no creer que de un plumazo
podemos resolver las crueles e injustas desigualdades Norte/Sur, o que algunas
prácticas que se nos presentan como formas culturales de esas poblaciones
tienen cabida en nuestros países cuando atentan a derechos y valores
fundamentales de nuestras democracias. Detrás de la interculturalidad
se pueden esconder algunas veces graves atentados contra los derechos humanos,
los de la mujer muy concretamente. La inmigración la necesitamos, y su
aportación nos enriquece, pero se debe de velar en hacer las cosas con
dignidad y equilibrio. Sobre estas cuestiones hay que debatir sin que ningún
tabú venga a hipotecar el necesario intercambio de opiniones al respecto.

Lamentablemente,
visto lo acordado estos días en Roma y lo que se presiente para la cumbre
de Sevilla con la que Aznar cierra su presidencia del Consejo Europeo, los estados
sólo parecen dispuestos a ponerse de acuerdo en medidas de control de
fronteras. Nadie cuestiona que estén legitimados para ello ¿Pero
cuánto tiempo más vamos a perder sin abordar las cuestiones que
afectan a la integracion ?
Y, finalmente,
resulta una vez más inadmisible el que niveles institucionales distintos
de los estatales sean apartados de la gestión y diseño de la política
de inmigración. Tenemos los problemas, pero prácticamente una
nula capacidad de actuación, en todo caso subsidiaria, de unas políticas
que en la mayoría de los casos no compartimos en absoluto. En el Parlamento
de Catalunya, Esquerra Republicana ya alzó la voz para demandar las competencias
en materia de inmigración, y el Gobierno catalán ha decidido incluso
establecer oficinas en los países de origen. Política europea
común en esta materia y competencias de nuestros gobiernos autónomos
son dos cuestiones insoslayables, aquí y ahora.

Jatorria: Eusko Alkartasuna