Iñaki Cabasés
Resulta natural y lógico a todas luces que quien tiene la responsabilidad de gobernar gran parte del país haga propuestas para su desarrollo. Desde el nacionalismo vasco político la propuesta normal hubiese sido, sencillamente, proponer la independencia. Pero, con sentido de responsabilidad, ha planteado una propuesta que trata de dar satisfacción a la mayoría nacionalista vasca y a la minoría nacionalista española.

Esto es, ni más ni menos, lo que constituye la propuesta, denominada vulgarmente Plan Ibarretxe , que desarrolla una original iniciativa para afrontar un problema político de primer orden y notable recorrido histórico. Propuesta que hasta su reciente aprobación por la mayoría absoluta del Parlamento vasco ha tenido un largo recorrido institucional y social, en el que han participado los que han querido, aunque todos estaban invitados a hacerlo.

La virulenta reacción que están promoviendo contra ella, tratando de soliviantar a los ciudadanos, suscita, cuando menos, muchas dudas sobre la honestidad y responsabilidad de muchos líderes con capacidad de conformar opiniones y aún – y esto sí que es delicado – de promover acciones.

Y no resulta mucho más edificante ver la lectura interesada de la Constitución que, sobre todo, se utiliza como arma arrojadiza contra esta pretensión legítima del nacionalismo, que plantea un escrupuloso procedimiento democrático para que la parte del pueblo vasco incluido en el ámbito de la propuesta decida sobre la misma. Máxime cuando más de uno de los ahora fervientes constitucionalistas nunca la aceptaron de buen grado.

El uso de la Constitución para evitar, en nombre de las libertades, que el pueblo vasco decida sobre su futuro resulta inaceptable para cualquier demócrata. ¿Acaso los pueblos no tienen reconocido internacionalmente el derecho a la libre determinación? Y éste ¿no es un derecho constitucionalmente reconocido?

Y tampoco puede ni debe olvidarse el desprecio que de la Constitución han hecho todos los gobernantes que se han negado a desarrollar el autogobierno reconocido en la misma y en los Estatutos, sin que por cierto se les oyese protestar. ¿Cuándo se han visto reclamaciones en este sentido? Y muchos pretenden ahora aparentar una equidistancia respecto a cualquier modalidad de nacionalismo, eso sí, sólo si el punto de partida es el de la indiscutible unidad de la nación española.

La reciente trayectoria histórica que parte desde la transición ni puede ni debe ocultar cuál ha sido el modo de tratamiento de las aspiraciones de soberanía del pueblo vasco.

No quiero deslizarme por la penumbra de la historia, ni incluso de la más reciente, pero los nombres del Duque de Alba, Espartero o Franco, por sólo citar algunos, asocian las armas a su manera democrática de responder a las aspiraciones de los vascos. Y más recientemente Fraga, presidente del PP, de honor pero presidente (el de ´antes de legalizar la ikurriña pasarán por encima de mi cadáver´), o Bono, por citar algunos otros nombres, aparecen como los paladines de una España sometida a su definición y a su interpretación para todos los que ellos deciden incluidos, por supuesto, los vascos.

Pero tampoco quisiera ignorar el escepticismo que suscita la intensa ostentación de unidad patria que sustentan algunos políticos a los que hace poco, en plena transición, oíamos defender el derecho de autodeterminación de los vascos. ¿Cuándo eran coherentes y honestos, cuando lo defendían entonces, o cuando lo rechazan ahora? ¿Cuándo defendían mejor los intereses de los vascos, con o sin derecho de autodeterminación? ¿Cuándo tenían razón, entonces o ahora? Y no digo nada de los que incluso lo han hecho desde su militancia en organización armada, hoy reconvertidos en promotores de militancia española, se supone que a cambio de algo. Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, de ideología, de religión, de ética, de estética, y hasta de chaqueta. Pero pretender, además, ser ejemplo, tener la razón y la verdad, y resultar creíble, constituye una pretensión excesiva y, en general, un insulto a la inteligencia.

El denominado Plan Ibarretxe constituye una propuesta ya anunciada, por y desde el nacionalismo vasco, desde que se fraguó el Estatuto en aquellas precarias condiciones democráticas en las que se vivió la transición y la aprobación de la Constitución, y que confirmó el golpe de estado de 1981 y sus consecuencias políticas (LOAPA, y sobre todo, una actitud temerosa y claudicante del socialismo gobernante que negó cuanto había comprometido con los nacionalistas en el Frente autonómico y en el discurso de Felipe González en Anoeta). Ya entonces se avisó que el Estatuto era un instrumento inicial, y en todo caso temporal, que ni colmaba ni culminaba las aspiraciones del nacionalismo que, con estos mensajes, se convirtió en mayoritario en gran parte de la sociedad vasca.

Luego que nadie se llame a engaño, ni lo pretenda para el conjunto de los ciudadanos. Y si algo ha frenado hasta ahora la progresiva gestión nacionalista de las aspiraciones vascas ha sido, entre otras cosas, la persistencia de ETA y su cruenta y cruel actividad. Hasta que la intensa y extensa utilización política interesada de la existencia de ETA para impedir la materialización de las propuestas nacionalistas ha sido tan evidente que ha requerido adoptar la iniciativa para no hacer depender, ni de ETA ni de esa manipulación interesada, la legítima aspiración de los vascos por ejercer su derecho de autodeterminación, con más o menos contenidos.

La pretensión de hacer aparecer la Propuesta de nuevo Estatuto como una proposición indecente se debe a quienes, desde un beligerante nacionalismo español legítimo, tratan de impedir el ejercicio de otro nacionalismo tan legítimo como el vasco, que no se oculta.

Como casi siempre, desde Navarra, se levantan y alzan voces, hasta ahora sólo voces, para aparecer como los más agraviados. Lejos quedan las proclamas cuasi independentistas de los orígenes de UPN o CDN, reconvertidos hoy en paladines de la indisoluble unidad española y la negación de la naturaleza vasca de Navarra. Despreciando a una parte importante de la realidad social y política a la que, por cierto, se le exige que respete aquí la mayoría que sus compañeros de militancia se niegan a respetar en la Comunidad Autónoma Vasca.

Quizás fuera a esto a lo que se refería Shakespeare cuando escribió aquello de que ´Navarra asombrará al mundo´: la capacidad de transfuguismo y transfiguración política, de pasar en un visto y no visto de nacionalista navarro a español, de militante de la izquierda a la derecha (no al revés), de foráneo a experto navarro, de sindicalista de clase a partir un piñón con los empresarios; y todo adobado de un ropaje de endogámica autosatisfacción, porque solo aquí se producen las más envidiadas jubilaciones rondando los cincuenta años.

Es lamentable que quienes fuimos los últimos en ser conquistados para componer una unidad de Estado seamos los primeros en someternos dócilmente a esa unidad. Que seamos ajenos a los debates de reivindicación de autogobierno, que ni estemos ni se nos espere en la actualidad política llena de iniciativas al servicio de la sociedad que reclama atención a su presente, pero previsión de su futuro. Futuro que no se producirá con esta atonía foral que nos caracteriza, tan folklórica como carente de inquietud y ambición social y política.

Fuente: Iñaki Cabases