ESTHER LARRAÑAGA Un año más, hemos celebrado junto al resto del Viejo Continente la Semana Europea de la Movilidad Sostenible, una iniciativa surgida hace apenas una década para concienciar sobre los problemas de movilidad en las ciudades y sus consecuencias en el Medio Ambiente y en la calidad de vida.

En la CAPV, son casi un centenar de ayuntamientos los que, en línea con los principios recogidos en la Estrategia ambiental vasca de desarrollo sostenible, han dado vida este año a la Semana, centrada en esta ocasión en el cambio climático y enlazando las políticas de transporte urbano y el comportamiento de la ciudadanía ante este reto global. Aunque las causas que contribuyen al cambio climático son múltiples, su relación con el transporte es clara: supone el 21% de las emisiones de dióxido de carbono en Europa y es la fuente de gases de efecto invernadero que crece más rápidamente. En Euskadi, es la segunda fuente generadora de GEIs por delante de la industria y supone el 23% del conjunto de emisiones con un total de 5,2 millones de toneladas de CO2 anuales.

La Semana Europea de la Movilidad Sostenible ha sido por tanto la oportunidad perfecta para enviar un mensaje claro a todos los actores de la sociedad: todos (instituciones, empresas y ciudadanía) podemos contribuir en mayor o menor medida a mejorar la situación. Baste como muestra un par de datos: utilizando el transporte público se elimina hasta el 75% de las emisiones comparándolo con el mismo trayecto realizado en coche, y cada vehículo compartido reemplaza entre 4 y 8 coches privados. Pero además del sinfín de acciones puntuales que se han desarrollado, me parece capital subrayar la importancia de otro tipo de actuaciones, de carácter ´perdurable´, como la peatonalización de calles, la reordenación del tráfico y de las plazas de aparcamiento, nuevas líneas de transporte o de bidegorris, por citar tan sólo algunas de ellas. Se trata, sin duda, de actuaciones que van más allá de la mera, aunque sin duda esencial, dimensión sensibilizadora que ha dado cuerpo a esta Semana, contribuyendo de forma estructural, tangible y permanente al desarrollo sostenible.

Y todo ello, con un objetivo claro: concienciar a la sociedad del enorme coste, en términos medioambientales y de salud, que supone el uso del vehículo privado para desplazarse al puesto de trabajo. De hecho, debemos ser conscientes de que la utilización excesiva del automóvil, además del coste social que genera, es una de las principales causas de deterioro del medio ambiente en nuestra comunidad. Pero el perjuicio no se reduce al terreno social, del medio ambiente o de la salud: los estudios realizados por nuestro Departamento cifran las pérdidas económicas derivadas del cambio climático provocado por las emisiones del transporte en la CAPV en 691 millones de euros sólo en el año 2000; es decir, un 1,70% del PIB.

Es necesario, por tanto, adoptar cambios drásticos en los hábitos y necesidades de movilidad, sin olvidar la importancia que en ello tiene una adecuada ordenación territorial en términos de vertebración social del territorio. Debemos de dar cabida a políticas dirigidas a una gestión racional de la demanda de movilidad, restando protagonismo a las tradicionales políticas de oferta basadas, casi exclusivamente, en la provisión de infraestructura. Todo esto, desde luego, exige una mayor implicación de todos. Debemos extender, socializar, la conciencia de la cultura de la sostenibilidad; y repensar el modelo de desarrollo que deseamos y la forma en la que éste puede conjugar un crecimiento económico saneado, un desarrollo social avanzado y la protección del medio ambiente. Hemos de ser conscientes de que el hecho de que la actividad económica necesite transporte no significa que toda ampliación del sistema de transporte sea, per se, beneficiosa para la economía, ni mucho menos para el conjunto de la sociedad.

Es vital, y no es un adjetivo elegido al azar, que la Semana Europea y lo que significa como apuesta por la movilidad y el desarrollo sostenible, no se reduzca a una liturgia que caduca, sino que perdure el resto del año. Que se convierta en un modo de vida. Una actitud, si se quiere militante, que sin duda nos va a reportar -deberíamos tenerlo muy en cuenta- no sólo beneficios medioambientales, sino también salud, tiempo y dinero.
Fuente: Esther Larrañaga