Joseba Azkarraga Rodero
RECONOZCO que me duele profundamente tener que referirme en los términos en que lo voy a hacer a la actitud de un presidente de una comunidad como la de Extremadura, a la que profeso un profundo respeto y de cuyas tierras proceden muchos de nuestros conciudadanos vascos, que han contribuido enormemente con su trabajo y su esfuerzo a hacer de Euskadi lo que hoy es.

Pero, desde ese respeto absoluto a los extremeños y a su voluntad libre y democráticamente expresada en las urnas, no puedo sino rebelarme contra las actuaciones y pronunciamientos, cuando menos extemporáneos, que una vez más ha protagonizado el señor Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Esa magnífica tierra que es Extremadura tiene razones de sobra para alcanzar una merecida notoriedad y no hace falta que nadie intente hacerla ´famosa´ con sus exabruptos, provocaciones y despropósitos.

Como el último, esa carta que ha remitido al ministro de Interior en la que dice haber recibido amenazas tras declarar que se sentía como un sacerdote, al no poder contar todo lo que confiesa saber sobre los GAL. Una misiva en la que, además, me hace personalmente responsable de cualquier ataque a su integridad física. Quiero dejar claro, en primer lugar, que, de ser ciertas, esas amenazas sólo merecen mi total condena y rechazo. Pero dicho esto, no puedo permanecer impasible ante el ejercicio de cinismo y mezquindad política que supone enviar esa carta al ministro de Interior, por supuesto, convenientemente aireada en los medios de comunicación por el propio presidente extremeño.

Porque, con esa maniobra, está claro que lo que pretende es presentarse como víctima. Y el señor Rodríguez Ibarra no es la víctima. En el caso de la actuación terrorista de los GAL, siempre y de manera contumaz, se ha alineado con los responsables políticos de ese escuadrón de la muerte que asesinó a casi una treintena de personas y que operó bajo el mandato del Gobierno de Felipe González, si no me equivoco, conmilitón suyo. Se ha partido el pecho por personajes como el condenado por terrorismo Rodríguez Galindo y por otros tantos que no citaré, por no hacer interminable este artículo, pero que están en la mente de todos y, algunos de ellos -no todos-, en los sumarios judiciales correspondientes. El señor Rodríguez Ibarra los ha disculpado, justificado, amparado, arropado, apoyado y exculpado.

E insisto: sus palabras en torno a lo que conoce y no dice de aquella oscura época que compartió, tanto en lo referente al terrorismo de estado, como al uso fraudulento de los fondos públicos, me siguen pareciendo extremadamente graves. Por cierto, que el presidente Rodríguez Ibarra ha faltado a su propia palabra cuando aseguró que no decía nada de lo que sabía porque nadie se lo había preguntado. Se le ha hecho esa pregunta, pero, al parecer, sigue atado a su particular ´secreto de confesión´.

Mientras, el ministro del Interior ha dicho tomar nota de esa carta en la que Rodríguez Ibarra me responsabiliza directamente, con nombre y apellidos, de lo que puedan hacerle aquellos que, por otra parte y según él mismo afirma, no necesitan ninguna justificación para actuar.

Eso sí: para anotar lo que Rodríguez Ibarra dice saber y no quiere contar, no parece que el ministro tenga sitio en su agenda. Mejor haría el señor ministro, y una parte de la Justicia que con su inacción perjudica seriamente la imagen del conjunto de la Justicia, si pusieran en marcha los mecanismos pertinentes para hacer posible su declaración ante un juez. Así podríamos empezar a creer que las cosas han cambiado, que no existen deudas de silencio respecto al pasado y que ya no hay gobernantes que distingan entre terrorismo ´bueno´ y terrorismo ´malo´.

Todos seguimos esperando. Sobre todo lo hacen las víctimas de la guerra sucia, que anhelan conocer una verdad que algunos, como el presidente extremeño, continúan empeñados en tapar con el olvido y la injusticia, como antes lo hicieron algunos con cal viva.

La reconciliación pasa por la solidaridad con las víctimas de todas las violencias. Pero también por conocer la verdad. Toda la verdad.

Fuente: Joseba Azkarraga