El fin de la actividad armada de ETA; los procesos soberanistas de Catalunya y Escocia; la iniciativa Gure Esku Dago; la crisis económica y financiera que ha cambiado unas relaciones laborales que no volverán a ser iguales; la ofensiva Redondo-Mayor Oreja; el Gobierno del PSE en la época de la ilegalización; el nacimiento de EH Bildu; el cuatripartito de Nafarroa; los movimientos a favor de un instituciones propias en Iparralde, … Son solo algunos de los cambios que se han producido en Euskal Herria en las casi dos décadas que han pasado desde la última vez que PNV y PSE compartieron Gobierno vasco. Y sin embargo, PNV y PSE nos han hecho una oferta muy similar a la de aquella época.

Urkullu-Ortuzar hablan de “pluralidad social” y Ardanza-Arzalluz lo hacían de “transversalidad” pero es difícil no acordarse del Espíritu de Arriaga con estas declaraciones, aquel que toma su nombre de una asamblea del PNV celebrada en el teatro bilbaíno y que marcó una época que algunos definen como “moderación nacionalista” –y que más bien fue dejación del ideario abertzale- y buena relación con el Estado.

Y es que con diferentes nombres, esta actitud es una constante en los jeltzales, porque cuando Iñigo Urkullu dice que hay que “asumir la pluralidad social” quiere decir lo mismo que cuando Arzalluz apelaba a la transversalidad. Según sus tesis, es el PSE quien da pluralidad o transversalidad, pese a que ello suponga mayorías tan exiguas que en realidad no lo son. Y las intenciones de mantener buenas relaciones con el Estado son equiparables a los menos lejanos llamamientos a “seducir a España”.

El PNV solo se ha alejado de este camino cuando Eusko Alkartasuna guió firmemente a Juan José Ibarretxe hacia el Plan para un Nuevo Marco Político o en los cuatro años que estuvo alejado de Ajuria Enea.

Pero cabe preguntarse qué pasa cuando la transversalidad o la pluralidad social por la que opta el PNV no coincide con la mayoría social y hay sobre la mesa retos de futuro de gran calado.

EL PNV ha tratado de explicar que su propuesta para un nuevo marco político es una vía vasca mediante vías legales. Lo que ocurre es que eso es solo una forma de llamar a una vía vasco-española en la que la sociedad vasca puede llegar a decir bajo qué fórmula jurídico-política quiere organizarse en el futuro y el Estado español pone los límites.

“No voy a caer en planteamientos irrealizables”, decía Urkullu el jueves. Pero ¿quién ha decidido que son irrealizables? Si no lo son en Escocia y Catalunya, ¿cuál es la razón de que lo sean en Euskal Herria?. Como casi todo lo que tiene que ver con el conflicto político vasco, esto también es cuestión de voluntad política, ya que base social para decidir existe.

Sin embargo, parece que el compromiso de país de la dirección del PNV no pasa de eso que en Nafarroa se llama “vasquismo” y que es una querencia por Euskal Herria basada en poco más que el folclore. Es sería la razón de que los jeltzales estén más cerca del PSE que del independentismo.

Por eso, la propuesta de nuevo marco político se quedará en algo parecido al cepillado estatuto catalán, ése que fue el resultado de que el Estado recortara las aspiraciones nacionales de la sociedad catalana.

La actitud de la dirección jeltzale otorga mucho valor a movimientos sociales e iniciativas como Gure Esku Dago, que ofrecen a todo el colectivo abertzale y pro derecho a decidir la oportunidad de trabajar por encima de siglas y sin ataduras partidarias.

Las consultas auspiciadas bajo la influencia de GED marcarán en gran medida el año 2017 y demostrarán que la pluralidad mayoritaria del país la forma quienes apuestan por el derecho a decidir.