Xabier Irujo Ametzaga
Son muchas las razones que este pueblo tiene para exigir que como nación se le dote de una constitución propia y una presencia política independiente en el seno de la Unión Europea. Entre todas ellas que es una exigencia legítima asentada sobre uno de los derechos más básicos de la humanidad, el derecho de autodeterminación, verdadera piedra angular de la democracia el cual garantiza el derecho a la vida de un pueblo. La aplicación de dicho derecho no es otra cosa que dotar a los ciudadanos de una nación del derecho a elegir libremente su futuro político. Porque todo pueblo es soberano y tiene el derecho inalienable de decidir qué quiere ser y cómo desea gobernarse. Porque todos los pueblos detentan los mismos derechos y deberes y, por tanto, ninguno debe imponer su autoridad sobre los demás. Porque a ninguna nación se le debe imponer un futuro ajeno al suyo propio ni ninguna cultura debe someter a otras. Porque ninguna lengua debe sufrir persecución en virtud de principios de naturaleza política o de otra índole.

Pero hay quienes se empeñan en negar que el pueblo vasco es un pueblo. O quien farfulla que la nación vasca no es una nación. Y que, por tanto, no le corresponde el derecho de representarse a sí misma. Son esos mismos que se presentan a las elecciones pregonando que son ellos los verdaderos representantes del pueblo vasco, de esa realidad histórica y cultural de cuya existencia reniegan. Ni el Partido Popular ni el Partido Socialista desean que el pueblo vasco tenga representación propia en la Unión Europea y, por tanto, postulan que la defensa de los intereses de este pueblo se confíe al estado central. Tanto uno como otro propugnan en sus respectivos programas que el pueblo vasco no tenga representación propia en las instituciones de la Unión, que los ciudadanos vascos no podamos defender nuestros intereses mediante nuestras propias instituciones, nuestros propios representantes y nuestros propios argumentos en Bruselas, y que la defensa de dichas propuestas no se haga en nuestra propia lengua.

¿Qué cabe esperar de la representación política de un partido que niega el carácter de oficialidad a su propia lengua en Europa? O ¿Qué podemos aspirar a obtener cuando aquellos que pretenden representarnos en el parlamento de Bruselas lo hacen con el firme convencimiento que nuestros intereses se deben defender desde Madrid? Ciertamente carece de toda garantía de representación un partido político que ni tan siquiera desde la presidencia de la Unión ha sabido defender nuestros intereses económicos e incluso a promovido la abrogación parcial de los conciertos en aras de un estado ´fuerte´. Ese mismo partido político que ha entorpecido durante cerca de treinta años el trasvase competencial que a este pueblo le corresponde por ley porque siempre ha apostado por un modelo de estado centralizado. En definitiva, ¿Quién puede creer que los partidos estatales vayan a representar los intereses este mismo pueblo al cual han negado reiteradamente su representación legítima en las propias instituciones o cortes de justicia europeas? ¿Cómo nos va a representar en Europa aquél que niega nuestra propia capacidad de representación en el seno de la Unión?

´Ser fuertes´ en Europa significa desde el punto de vista de dichos partidos renegar de nuestra propia identidad, negar a nuestra lengua el carácter de oficialidad que le corresponde como parte del acervo cultural europeo, ceder nuestro derecho de representación institucional en Europa en aras de los órganos de representación del estado central, invertir el proceso de trasvase competencial en materia económica y, en definitiva, ceder el derecho inalienable que nos corresponde como a toda nación libre y hacer del estado la cazoleta de nuestra soberanía. Ser ?fuertes? significa, desde la óptica programática del Partido Popular, sobre todo ello, además, empacar a este pueblo en una guerra que cuenta con el rechazo de Naciones Unidas, de la mayor parte de los estados de la Unión y de la gran mayoría de la sociedad vasca mediante alianzas política y económicamente ruinosas, a la par que se aboga por una severidad presupuestaria en lo concerniente al gasto social.

Pretender establecer límites a la voluntad democráticamente expresada de un pueblo, a su voz, a sus deseos o a su propio futuro mediante normas intituladas inalterables e inamovibles supone emborronar los derechos más básicos de la humanidad de la forma más torpe. Porque nada es indivisible y menos aún eterno en este planeta sino la estupidez humana y las partículas mínimas de materia. Porque hasta donde la inteligencia humana permite entender, todo en este mundo está en constante desarrollo, crecimiento y transformación y, tan sólo de este modo, en continua progresión. Porque la única forma de prosperar y de hacer de Europa un sitio mejor para nuestros hijos es respetar todos y cada uno los derechos humanos y permitir así que sea cada una de las naciones de la tierra la detentora de sus propios derechos y deberes inalienables y la representante de sus derechos soberanos. Pretender lo contrario no es sino poner una mordaza a un pueblo para que no pueda expresarse libremente, para que siga siendo aquello que se ha escrito mediante el uso de la fuerza o el abuso político y la transgresión de derechos más básicos de los pueblos en un papel sin el consenso ni la participación de la mayoría de sus ciudadanos y sin el legítimo refrendo de su voluntad libremente expresada en las urnas. Y ello significa atrofiar, inmovilizar y consumir el futuro de cualquier sociedad.

La concesión del derecho incuestionable de autodeterminación al pueblo vasco y su independencia serán utópicos en la medida en que sean utópica una sociedad europea civil, social y políticamente democrática. Porque tan sólo una República vasca es la garante de que los intereses sociales, culturales, políticos y económicos de nuestro pueblo sean defendidos, debatidos y rubricados en la Unión, porque este pueblo no necesita tutela política alguna y porque cada pueblo, cada nación y cada cultura debe estar representada en pie de igualdad en las instituciones políticas de Europa. Una república vasca en Europa no necesita ni de la monarquía española ni de la república francesa para subsistir pero, a la inversa, el pueblo vasco en efecto precisa y exige, a fin de sobrevivir como cultura, como sociedad civil y como nación, constituirse en tal república en el seno de la Unión Europea, porque ni desde Madrid ni desde París han sabido defender nuestros intereses y porque desde Madrid y desde París han cuestionado y reprimido siempre nuestros derechos soberanos en aras de los intereses políticos y económicos del estado.

Fuente: Xabier Irujo