Señoras, señores.

Quiero agradecerles en primer lugar que me hayan invitado a participar en este foro, en un lugar tan simbólico y significativo como esta sede de Naciones Unidas, aquí, en Nueva York. Compartir nuestros puntos de vista nos enriquece, nos ayuda a comprender lo que está sucediendo y a aproximar propuestas de solución en clave democrática.

Ésa es la columna vertebral común a todo proceso de paz y normalización. Aquí se ha hablado y se va a hablar mucho de prevención y resolución de conflictos de alguna manera externos (que no ajenos) a la Unión Europea. Pero a mí me corresponde, por el país al que represento, Euskadi, referirme a otro tipo de contenciosos: los que tienen lugar en el interior de la propia Unión Europea.

Porque creo que ésa es una asignatura pendiente en el conjunto del concierto internacional. De hecho, en los conflictos continentales fuera de la UE, existen, y están perfectamente establecidos, mecanismos de actuación por parte de las Naciones Unidas (hablo de los Balcanes, las ex repúblicas soviéticas…). Pero, ¿qué sucede cuando el conflicto surge en pleno corazón de la propia UE? En Irlanda. O en Euskadi…

Existencia y razones del conflicto vasco

Me corresponde, decía, exponerles la situación del conflicto vasco como problema de naturaleza política que no ha sido resuelto. Este problema existe antes del nacimiento de ETA, organización que ejerce la violencia, pero el poder del Estado se ha venido resistiendo a reconocerlo porque de esa manera elude darle una solución.

Debemos hablar por tanto, en primer término, de la necesidad de reconocer la naturaleza política del conflicto para aceptar a la vez que éste exige una solución política.

Hasta ahora, eso no ha sido posible en el caso vasco. Los sucesivos Gobiernos del Estado español se han amparado en la existencia de ETA para reducir el problema a la eliminación de esa violencia y de quien la ejerce. Y lo que es más grave, para tratar de confundir ante el mundo las legítimas reivindicaciones de los partidos nacionales vascos y no violentos, con el terrorismo, exigiéndoles, por añadidura, que paralicen esas reivindicaciones mientras exista una facción violenta. De lo contrario, se les presenta como cómplices de la misma.

Pero se equivocan quienes entienden que con la desaparición de ETA, el conflicto vasco quedará resuelto.
Las razones históricas avalan la existencia de un Pueblo Vasco con características culturales muy singulares, como su lengua por ejemplo, que es probablemente la más antigua de Europa occidental, y en el que en un determinado contexto aflora la conciencia nacional. Lo que era una singular realidad etno-cultural, que sobrevivió al paso del tiempo, determinó una forma de organización, unas instituciones propias de autogobierno y unos derechos históricos que hasta la propia Constitución española de 1978 reconoce.

Pero sobre todo, y por encima de las visiones meramente historicistas, lo que realmente da carta de naturaleza a ese pueblo es el sentimiento identitario que, a día de hoy, en 2005, pervive. Hablo de la voluntad soberana de los ciudadanos y ciudadanas que conforman actualmente la sociedad vasca. Porque ésa es, a mi entender, la última y definitiva ratio democrática.

Violencia y soluciones

La violencia en Euskadi dura demasiados años, que ha provocado centenares de muertos y que sigue provocando mucho, mucho sufrimiento. Un problema que constituye un terrible lastre político, económico y social.

Pese a visiones torticeras e interesadas, la realidad incuestionable es que la inmensa mayoría de la sociedad vasca renegamos de la violencia y repudiamos a ETA, la organización armada que surgió como respuesta a la dictadura franquista y que hoy representa a un sector minoritario, aunque no irrelevante de la sociedad vasca. Es un anacronismo que conculca los más elementales derechos, incluido el de la vida, y desprecia la voluntad de paz del pueblo por el que, paradójicamente, dice luchar.

Repudiamos también cualquier otra forma de violencia o terrorismo, que puede tener el agravante de ser ejercido desde los aparatos del Estado, como el que hace dos décadas sembró de muerte nuestro país bajo el amparo de los aparatos del Estado español.

Y lo hacemos porque estamos convencidos de que ningún objetivo político, por muy importante que sea, merece el derramamiento de una sola gota de sangre.

La violencia es el gran problema y alcanzar la paz y la normalización política del País Vasco supone el gran reto para todos, empezando por el Gobierno vasco y siguiendo por los agentes sociales, políticos, sindicales, empresariales de nuestro país…

No estamos dispuestos a permitir que nadie suplante la voluntad ciudadana. No es ETA, ni la imposición del estado español en contra de la voluntad democrática de la mayoría de los vascos, sino la decisión libremente adoptada de todos y cada uno de los que hoy vivimos en Euskadi la que determinará lo que vayamos a ser en el futuro.

Ahora bien, con la misma rotundidad, consideramos necesario apostar por un final dialogado al denominado conflicto vasco que evite cerrar en falso lo que, sin ningún género de dudas, constituye un problema irresuelto de raíces políticas innegables.

Porque tan difícil como lograr la paz es sentar las bases para garantizar que esa paz resulte sólida y duradera. Y es que la paz es algo más que mera ausencia de violencia. La paz, la verdadera paz, debe estar edificada sobre los cimientos de los derechos políticos, sociales, económicos y culturales. Debe apoyarse en la justicia social, en la dignidad de las personas y en la de los pueblos.

Para acabar con la violencia hay que ir a las causas que la originan; mirar sólo las consecuencias, por muy dolorosas que éstas sean, puede resultar, de hecho resulta, una dinámica estéril.

La foto de la violencia no puede tener a ETA como única protagonista aunque sea la principal y la que más víctimas ha generado. Porque por otra parte en la lucha contra el terrorismo se han acometido medidas de dudoso cariz democrático como la Ley de Partidos que da carta blanca para poner fuera de la Ley a partidos con preceptos que se prestan a la arbitrariedad interpretativa de los gobiernos. O una política penitenciaria como la del Gobierno español que ignora los derechos esenciales de los presos y sus familiares. O los flagrantes ataques a la libertad de expresión, como los que han llevado incluso al cierre de dos medios de comunicación.

Como dice, y dice bien, el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, “defender los derechos humanos no es tan sólo algo compatible con una estrategia antiterrorista de éxito, sino que es un factor esencial de ella”. Yo comparto plenamente esas palabras, que considero más vigentes que nunca en estos tiempos en que algunos se empeñan en condenarnos a sacrificar nuestra libertad en el altar de la seguridad.

Y añado que un diálogo abierto y sin exclusiones debe constituirse en la herramienta clave del camino de la paz y la normalización política.

¿Cuál es el papel de cada cuál en ese diálogo que proponemos? Quienes han hecho de las armas su forma de expresarse, se han reservado a sí mismos el papel que les corresponde en un final: tratar solo sobre esas armas y sobre la situación de sus militantes. No están legitimados para reclamar una interlocución política que no les corresponde. Deben delegar en su brazo político para que negocie políticamente con el peso de los votos que le respaldan en una mesa de partidos.
Yo creo que a ETA se le ha acabado el tiempo y mi impresión personal es que esta organización lo sabe. Especialmente tras la terrible tragedia que supuso el 11-S en esta ciudad, posteriormente el 11-M en Madrid y hace apenas quince días el horrendo atentado terrorista cometido en Londres. Deseo, en este punto, dedicar un sentido y emocionado recuerdo a todas las víctimas de la intolerancia y la sinrazón. No sólo las que destilan esas fechas, sino también las que se encierran en muchas vulneraciones de derechos humanos de personas inocentes que tienen lugar cada día, impunemente, en el mundo y que nunca merecen un mísero titular de prensa.

Dejando pues, bien sentada la absoluta ilegitimidad del recurso a cualquier tipo de violencia, clandestina u oficial, como forma de actuación política, resultaría, sin embargo, absurdo e irresponsable soslayar la raíz política que alienta el llamado conflicto vasco.

Y digo “el llamado” porque lo que en realidad existe en Euskal Herria es un conflicto entre la legalidad española y la legitimidad de la voluntad democrática expresada en el Parlamento Vasco. La voluntad de la sociedad vasca a favor de un cambio de marco político hacia cotas de mayor soberanía, expresada en el Parlamento vasco, se intenta anular a través de la soberanía española, expresada en su Parlamento español. Ante un conflicto político de esta magnitud, sólo existe una solución: negociación y diálogo, porque quien niega el diálogo, niega la solución.

Los vascos no elegimos la confrontación como vía ni queremos el enfrentamiento. Deseamos una negociación y apostamos por el diálogo para renovar nuestro modelo de relación con el Estado porque estamos convencidos de que sólo desde el diálogo sincero y honesto se logrará la solución.

Lo único necesario, lo imprescindible, es tener voluntad política de empeñarse en el acuerdo. Yo creo que todavía estamos a tiempo de lograrlo. Y para ello, más tarde o más temprano, habrá dos cuestiones esenciales sobre las que deberán discutir quienes estén, a través de las urnas, legitimados por la sociedad vasca para hacerlo.

Esas cuestiones son: el reconocimiento del derecho de autodeterminación que asiste a nuestro pueblo, y la territorialidad. Ambos principios están en la Propuesta de Nuevo Estatuto aprobada por la mayoría absoluta del Parlamento Vasco el pasado mes de diciembre… y para que ambos se cumplan, es obvio decirlo, la violencia de ETA supone el principal obstáculo.

COROLARIO

Decía Mo Mowlan, la que fuera ministra británica para Irlanda del Norte, que “en cualquier lugar del mundo, sólo mediante el diálogo se consigue la paz”. Yo también lo creo así.

Y creo también que es importante que un conflicto como el vasco entre en la agenda europea, en la agenda internacional. Evidentemente, estamos hablando de un conflicto que viene de lejos y, por tanto, imposible ya de prevenir. Pero su resolución, y el concurso en ella de los actores internacionales, pueden no sólo ayudar a llevar el proceso a buen término –que no es poco-, sino también arrastrar hacia su propia solución a otros conflictos existentes en el seno de la Unión Europea. Además, claro está, de proporcionar aspectos metodológicos que podrían resultar de gran valor en otros procesos.

Lo que está claro es que un problema político como el vasco no se soluciona con manifestaciones alentadoras que busquen el aplauso fácil. Hace falta coraje político para admitir que el Pueblo Vasco es un pueblo que tiene derecho a decidir su futuro y para reconocer que estamos ante un problema político que tiene que ser resuelto desde el acuerdo político.

Está claro que ETA, en tanto que organización armada, no representa a la sociedad vasca y no tiene sitio ni voz en la transición que tenemos por delante y debe declarar una tregua sólida y creíble que haga posible encarar políticamente un nuevo escenario.

Pero es también deber del Gobierno español, y no quiero realizar falsas equidistancias, afrontar con lucidez y audacia el nuevo momento; y es responsabilidad de todos contribuir a que no se malogre. Los pasos que por falta de valentía hoy no demos, serán pasos atrás en el futuro próximo.

Lo que buscamos para nuestra tierra es algo tan sencillo como esencial y radicalmente democrático: que los vascos y vascas nos dotemos de un nuevo marco de convivencia en el que podamos vivir y desarrollar nuestros proyectos, independientemente de cuál sea nuestro sentimiento identitario y nuestras ideas. En definitiva, dar a la sociedad vasca la voz, la palabra y la decisión.

Si los vascos y las vascas quieren continuar con el actual grado de autonomía, o disminuirlo, una apuesta que como independentista que soy me disgustaría profundamente, que se respete. Pero si los vascos se posicionan por un País Vasco soberano, que le sea reconocido, de igual forma, su derecho a decidir.

Muchas gracias. O, como se dice en Euskal Herria: eskerrik asko. Thank you.

New York, 20.07.2005

Fuente: Joseba Azkarraga