Begoña Errazti. Presidenta de EA

Algún día la celebración del Día de la Mujer Trabajadora dejará de tener el sentido de reivindicación necesaria y de plena actualidad que hoy tiene, pero aún no estamos en las condiciones de igualdad para que así sea. El desinterés que todavía existe en relación con la situación del colectivo desfavorecido más grande del planeta, esto es, el de nosotras las mujeres, hace que, a diario, no seamos conscientes de las dimensiones y la profundidad de los obstáculos. La exigencia feminista para la igualdad ha conseguido corregir algo de esta situación de discriminación, pero falta mucho más de lo que pensamos para recorrer el camino entre la igualdad legal y la real entre hombres y mujeres. En demasiadas ocasiones, las medias verdades, los planteamientos demagógicos ­el reconocimiento aparente de derechos pero no de una práctica real de igualdad­ nos confunden en nuestro objetivo de una equiparación efectiva, sin coacciones ni presupuestos externos que condicionen y limiten nuestro desarrollo y nuestra libertad de opción y realización. A nivel mundial, la desigualdad es flagrante. Las mujeres efectuamos las 2/3 partes del trabajo, sin embargo, sólo recibimos una décima parte de las remuneraciones, y poseemos únicamente el 1% de los recursos del mundo. Es decir, hacemos la mayor parte del esfuerzo, obtenemos por ello diez veces menos reconocimiento económico y, además, no tenemos prácticamente ninguna posesión. Una situación económica desfavorecida que nos deja, a su vez, en posición social desfavorable.

El desigual reparto de la riqueza posiciona a la mujer en una situación de inferioridad en las relaciones de poder, lo que en muchas ocasiones se traduce en una falta de derechos y libertades, y las condena a la exclusión social. Tanto es así que la ONU, en sus últimos informes, apunta que uno de los índices más fiables para determinar el grado de desarrollo humano de un país es el nivel de derechos y libertades alcanzados por las mujeres de dicho país.

Por eso, cuando reivindicamos ‘‘otro mundo es posible’’ nos referimos también a la necesidad de equidad en el reparto de la riqueza y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. También en lo que se refiere a la participación política y social, pues no habrá democracia real hasta que las mujeres podamos tomar parte en igualdad de condiciones que nuestros compañeros, sin cargas y exigencias añadidas.

Los datos del mercado de trabajo son también esclarecedores. En la CAV, la tasa de actividad femenina es del 41,68 % (la de los hombres el 66,70%), mientras que la tasa de paro asciende al 16,26 % (en los hombres es del 7,67%). Esto es, coinciden niveles bajos de actividad y altas tasas de desempleo, lo cual indica que algunas mujeres pudiendo tener acceso al mercado de trabajo, han desistido. Es más, el 57% de las féminas de la CAV jamás ha accedido al mercado laboral. En el caso de Nafarroa, la cifra de paro femenino alcanza el 12,27 %, frente a la cifra general del 7,76 %. Además son las jóvenes de entre 25 y 34 años las más desfavorecidas. La diferencia con sus compañeros es muy destacable: mientras la tasa femenina se mantiene prácticamente inalterable en todas las franjas de edad, el desempleo masculino baja sensiblemente desde los 30 años, y a partir de ahí es la mitad que el de las mujeres. Se nos reservan los contratos más precarios del mercado: a tiempo parcial, temporales e incluso situaciones sin contrato. Y ocurre que las mujeres empleamos casi el 60% de nuestra jornada diaria en trabajos no remunerados, mientras que los hombres destinan el 74% de la suya a labores remuneradas. Somos nosotras las que, por lo general, nos responsabilizamos de la crianza de los niños, del cuidado de las personas mayores y de la vida familiar, lo cual, unido a la poca seguridad laboral y a la falta de apoyo ­mediante el desarrollo de servicios sociales básicos como guarderías o centros de día­ desanima a muchas que sí estarían interesadas y dispuestas a participar en el mercado laboral en otras condiciones.

Las mujeres nos vemos obligadas a combinar la labor familiar y el trabajo fuera de casa, con muy escaso soporte social por parte del entramado institucional. Cada vez más oímos voces de posiciones políticas conservadoras que intentan responsabilizarnos únicamente a nosotras de la vida familiar. Hay que desenmascarar ese intento de relegar nuevamente a la mujer a papeles secundarios, aunque se disfracen de bienintencionalidad, de aumento de tasas de natalidad, por el bien social etc.

Las mujeres no queremos renunciar a nuestra vida familiar, tampoco a la laboral: se trata de lograr la corresponsabilidad compartida con la pareja y la familia, así como de que se dé una necesaria respuesta institucional a la situación. Ejemplos tenemos en países del norte de Europa, donde ambas realidades se dan simultáneamente. Así, mientras las tasas de participación de la mujer en el mercado de trabajo son altas, las de natalidad son también superiores a las de aquí. ¿Cuál es la diferencia? Que en estos países la red de servicios sociales es muy amplia y está muy desarrollada, y sin embargo, aquí, se ha responsabilizado únicamente a la mujer de las responsabilidades familiares.

Desgraciadamente, la ‘feminización de la pobreza’ no es tampoco un asunto retórico, ni aquí ni en otros muchos lugares del planeta. Por ello, luchar a favor de la mujer, de la igualdad de derechos, del equilibrio económico en nuestra sociedad es también luchar a favor de un mundo más digno y equitativo, construido por todas las personas, no a costa de una de sus mitades. En definitiva, una sociedad en pie de igualdad.

Begoña Errazti Esnal es presidenta de Eusko Alkartasuna

Fuente: Begoña Errazti