L. Bárcena
Cuando alguien muere todo suelen ser parabienes. Parece como de mal gusto hablar mal de los muertos. Incluso se asume financiar por la democracia española una Fundación encargada de hacer olvidar el terror criminal de la dictadura franquista. En el caso de Mario Onaindía ocurre algo parecido: puente de plata a la muerte. Sin embargo muchos de quienes tenemos los suficientes años para tener memoria directa de la vida del político fallecido no podemos pasar por alto que su trayectoria vital es gravemente decepcionante para quienes nos jugamos mucho durante el proceso de Burgos intentando arrancarle de la muerte que para él y sus compañeros tenía reservada la dictadura.

En aquellos tiempos, Mario Onaindía era un totalitario comunista convencido de la necesidad de la lucha armada contra España (no contra la dictadura como ahora falsamente se dice). Lucha armada que significa terrorismo en la acepción del lenguaje del propio Mario en sus tiempos de militante del PSOE. Mario cambió y participó junto con Bandrés en el proyecto de Euskadiko Ezkerra para posteriormente traicionar dicho proyecto y venderlo al socialismo español, participando activamente en la liquidación de un proyecto abertzale y de izquierda.

Con independencia de la libertad de cada cual para asumir su propia trayectoria personal y modificar sus propias convicciones inmutables hasta la fecha, el giro copernicano dado por Mario Onaindía, en cuanto a la política se refiere, no puede ser considerado desde una óptica, también política, más que como la vida pública de un travestido a la que le ha faltado tiempo para traicionar a sus compañeros de turno por cuarta vez. Libertad para cambiar pero también libertad de expresión para criticar una trayectoria políticamente indefendible.