Begoña Errazti, presidenta de Eusko Alkartasuna y portavoz parlamentaria
El 14 de marzo fuimos muchos los que respiramos aliviados cuando se corroboró la derrota electoral del Partido Popular. Por higiene democrática, por dignidad, el desalojo del Partido Popular del gobierno español era absolutamente necesario.

Los ocho años de Gobierno del Partido Popular nos han dejado un pesado lastre de intolerancia, retroceso social y desprecio a las bases democráticas más elementales. La división de poderes, el diálogo, la pluralidad, el necesario respeto entre partidos, el simple ejercicio de la discrepancia han sido principios democráticos de difícil defensa y reivindicación durante los gobiernos del Partido Popular, debido a la manipulación sin escrúpulos y a la capacidad de este partido para desvirtuar la naturaleza de las cosas. De hecho, el PP ha ´logrado´ hacer realidad una involución democrática bajo el estandarte de la democracia.

Los últimos cuatro años de mayoría absoluta nos han dejado, además, un legado de enfrentamiento y crispación, de manipulación mediática sin límites, de criminalización de ideas, proyectos políticos y voluntades, pero sobre todo, de falta de moralidad en el ejercicio de la política.

Y en la gestión de la crisis de los atentados en Madrid ha mostrado la derecha española su rostro más grosero y atroz. La insistencia del Gobierno Aznar en mantener a toda costa la versión de la autoría de ETA no tenía otro objetivo que impedir que la ciudadanía conociera la verdad, y votara en consecuencia. Es decir, libremente.

Esta burda y miserable maniobra, mediante la cual el PP pretendía zafarse de su responsabilidad en las consecuencias de habernos embarcado en la guerra contra Irak, ha dejado también al descubierto un hecho que ya veníamos denunciando hace tiempo: que la violencia de ETA beneficia electoralmente al PP, y que éste la utiliza de forma consciente en beneficio propio. Sólo hay que recordar el protagonismo mediático que el PP ha dado a ETA y a los dirigentes de la extinta Batasuna en su empeño por atribuirles falsamente la autoría material y política del atentado.

Y es que el Partido Popular hubiera preferido que fuese ETA. Porque ya tiene el guión hecho, la extensión de responsabilidades definida, de forma provechosa y aprovechable. La otra versión, en cambio, le restaba votos y pondría en evidencia el fracaso de su política internacional belicista y beligerante, y sobre todo irresponsable. 202 muertos y cientos de heridos es un coste demasiado alto para pagar la prepotencia y el personalismo de un presidente. Así, el jueves, con los cadáveres aún calientes, el PP se sacó sus cuentas. Con frialdad, con premeditación, con mentalidad militar. Decenas de víctimas y una opinión pública predispuesta a oír que había sido ETA. La maquinaría de la propaganda oficial se puso en marcha.

El Gobierno de Aznar no contó con el buen ejercicio profesional de la prensa internacional y de alguna que otra cadena de radio y televisión. No tuvo en cuenta que, pese a su enorme influencia y control sobre la inmensa mayoría de medios de comunicación, en esta maltrecha democracia aún existen importantes resquicios de libertad. Y contactos. Las filtraciones se abrían paso, como un soplo de aire fresco, duro, lacerante, pero real, y se colaban en el falso escenario de morbo y mentira de las televisiones. La gente quería saber, necesitaba saber, y rastreaba la verdad tras el falso decorado, de canal en canal, en un ambiente de pesadilla y bajo una creciente indignación. Realmente, el 11 M no fue decisivo en las votaciones; lo decisivo fue la gestión que el Gobierno del Partido Popular hizo de la crisis.

Pero al PP no le bastó con no decir la verdad, con ocultar la información, con presionar a los directores y responsables de los medios de comunicación, a las embajadas, para que dieran credibilidad a la versión de la autoría de ETA, a la versión que interesaba al Gobierno. Además hizo de la solidaridad con las víctimas y la repulsa generalizada a este atentado dramático un gigantesco acto electoral en beneficio propio. Mientras los demás suspendíamos la campaña, el Gobierno del PP y de UPN en Navarra seguían lanzando mensajes con el fin de orientar el voto. Recordemos alguna que otra entrevista al señor Jaime Ignacio del Burgo, que aprovechó la coyuntura para arremeter contra las ikastolas. O la aparición estelar de Mariano Rajoy, candidato a la presidencia, en el día de reflexión, para criticar a quienes se manifestaban frente a las sedes del Partido Popular pidiendo la verdad antes del día de las votaciones.

Tampoco era suficiente convocar una manifestación en contra del terrorismo y a favor de los derechos humanos, la libertad y la democracia: el PP impuso la palabra Constitución en el lema de las movilizaciones, a sabiendas de que algunos discreparíamos. Y ya se sabe, bajo el régimen de opinión del PP, la discrepancia levanta sospecha. El lema no era negociable, me dijeron los delegados del gobierno la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra, ante nuestra posición distinta en pro del respeto a la pluralidad política y en contra del terrorismo. Porque para el PP el lema, y su utilización antidemocrática, era la razón fundamental de la manifestación.

Pese a quien pese, el voto del pasado domingo no fue ni emocional ni irreflexivo. Fue una reacción de dignidad y rebeldía frente a la manipulación. Es más, y si alguien ha apelado a raíz del atentado a las emociones de la ciudadanía, ese ha sido el PP, que ha tratado de rentabilizar la tragedia en beneficio propio, explotando el dolor y el sufrimiento, aprovechando la confusión, la indignación y el miedo y mintiendo para influir políticamente sobre el ánimo de los votantes.

Es más, si alguien basa su estrategia en la vísceralidad, fomentando planteamientos de venganza y odio, ese es el Partido Popular. Recordemos el llamamiento del presidente navarro, Miguel Sanz, a la sociedad navarra con ese ´vamos a por ellos´, contra los abertzales. Actitudes que producen crispación y enfrentamiento social, que contribuyen a crear un clima de agresividad que puede tener consecuencias trágicas, como es el caso del asesinato el sábado 13 de marzo de Ángel Berroeta en Iruña. Porque la manipulación también es violencia.

Fuente: Begoña Errazti