Joseba Azkarraga. Consejero de Justicia, Empleo y Seguridad Social del Gobierno Vasco

Hablar de pensamiento simple sugiere una inicial contradicción. La tarea de pensar invoca a la reflexión, a las ideas, a la elaboración de razonamiento, a la conexión de valores, a la referencia a principios… En fin, podríamos hablar de tarea que exige un esfuerzo, una concentración y un empeño reñido con la dimensión que habitualmente podemos dar a lo que todos entendemos por simple.

Y, sin embargo, tengo la impresión de que el poder político instalado en estos momentos al frente del Gobierno del Estado nos propone hoy estandarizar una simpleza de pensamiento que considero inaceptable.

Viene esto a cuento de la situación en que se desenvuelven los últimos acontecimientos de la vida política y social y en la que, por vía directa o indirecta, el protagonismo de los vascos resulta ineludible. Arrancaré, por poner un comienzo, de la nueva Ley de Partidos Políticos.

Todos sabemos, porque así lo ha confirmado quien tomó la iniciativa, que su objetivo inmediato se centra en ilegalizar a una formación política. Las manifestaciones más críticas con el proyecto se han pronunciado desde Euskadi. El rechazo no sólo se ha argumentado desde convicciones democráticas profundas sino, y sobre todo, desde razones jurídicas fundadas y desde justificadas razones políticas.

Entiendo que otros no las compartan, pero su posición sólo se podrá sostener desde cimentadas razones que, al menos, den réplica sólidamente argumentada a las que sostienen lo contrario. Resulta altamente cuestionable para un demócrata que el debate se pueda despachar con una afirmación tan simple como la que resuelve que o se está con las víctimas o se está con los verdugos, porque, entre otras cosas, con las víctimas estamos todos los que además de no creer en la violencia, la repudiamos.

Veamos otro ejemplo. La Sala Segunda del Tribunal Supremo resolvió, y no sin argumentos, el archivo de la querella que la fiscalía promovió contra Arnaldo Otegi. La decisión provocó un extraordinario desagrado en el Gobierno de José María Aznar, un Gobierno que se demuestra siempre tentado de creer que los jueces son un instrumento más de su lucha antiterrorista.

Pues bien, el desagrado no sólo se transformó en pública reprimenda a los jueces. También el presidente de Gobierno echó mano de nuevo de las víctimas del terrorismo -personas que merecen todo nuestro respeto, aprecio y apoyo -para justificar su desasosiego y recriminar el desatino de los magistrados. Todo es muy simple: o se piensa en las víctimas del terror de ETA a la hora de adoptar una decisión de legalidad o no se piensa en ellas, nos dijo Aznar.

Tampoco le resultó complicado concluir que la Carta Pastoral firmada por los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, bajo el título ´Preparar la paz´, constituía una ´perversión moral´ que despreciaba a las víctimas. Los prelados se pronunciaron en un sentido que no gustó ni al Gobierno ni al PP y, una vez más, la simpleza, unida a la desmesura, se conjugaron en la descalificación a la Iglesia vasca.

Las ideas uniformes y excluyentes del señor Aznar se materializan no sólo en un pensamiento único, fuera del cual ninguna razón es contemplada, sino que se comunican a través de un pensamiento simple que ha dividido a los ciudadanos vascos en víctimas y verdugos. Y que se exhibe sujeto a la rigidez del yo acierto, los demás se equivocan. La continua apelación del presidente del Gobierno del Estado a un sentimiento mal contenido -´me tengo que sujetar´, ha dicho- no es lo más recomendable para encauzar los debates sociales por las vías de un análisis crítico presidido por la razón y la búsqueda del equilibrio.

Asistimos a un simplismo maniqueo combinado con una concepción puramente mecanicista y formal de la democracia. No sólo se ignora a las minorías, se las desprecia y se descalifican sus opiniones a base de clichés de fácil manejo que encuentren cómoda identificación entre una ciudadanía harta de la violencia y predispuesta, desde ese triste cansancio, a dar por bienvenida una posición de aparente firmeza que, sin embargo, esconde un caudal de intransigencia.

Una amplia red de propagandistas sostiene y defiende este particular estilo de hacer política que invita a los ciudadanos a sumarse al pensamiento simple, fuera del cual sólo cabe el error y, más aún, si lo que está detrás es el problema vasco. Quien hoy representa el poder político del Estado no repara, ni le interesa hacerlo, en que la polarización que se propone por la vía del conmigo o contra mi empantana, todavía más, la urgente solución que requiere ese problema.

Hemos visto y comprobado que cada cuestión polémica que se suscita, sujeta por tanto a pareceres diversos, no encuentra un terreno de reflexión por el que moverse. Al contrario. Se dan pautas simples de respuesta y se exige obediencia debida a la única interpretación posible de la realidad, que es la que se hace y dicta desde la Moncloa. Se propone a los ciudadanos que renuncien al sano ejercicio de pensar por sí mismos, que se alineen con la ´verdad´ interpretada por quienes, al parecer, dan por hecho que la tienen. Es algo así como sugerir que admitamos la derrota de nuestro pensamiento porque el pensamiento simple nos pone en la buena dirección. El asunto es que algunos queremos elegir la dirección y lo que no haremos es renunciar a pensar cómo situarnos en ella.

Fuente: Joseba Azkarraga