Martin Aranburu En el proceso de globalización, la desregulación
de la actividad económica y la liberalización de la actividad
financiera no se reducen al ámbito de los estados, sino que trascienden
a una concepción mercantil más global, que no se ciñe a
las fronteras geo-políticas. Esta necesidad económica se traduce
en la superación de la capacidad estatal de limitar la actividad económica,
homogeneizando diferentes normativas estatales no hacia la limitación
sino hacia la desregulación. Como consecuencia de este proceso se crean
los mercados mundiales en los que la ausencia de un ente político capaz
de limitar y regular la actividad económica facilita las transacciones
financieras interestatales, la actividad económica de las multinacionales…
Este proceso económico no sólo
generaliza un cierto tipo de actividad económica, sino que globaliza
medidas políticas que los estados se ven forzados a tomar, productos
producidos por multinacionales que día a día imponen formas de
consumo, y sobre todo, y lo más grave, la dinámica liberal de
supervivencia del económicamente rentable, condenando a la desaparición
a aquellas empresas que no disponen de capacidad de competir, europeizando y
americanizando consecuentemente países y continentes.
La necesidad de desregulación tiene consecuencias
directas en las leyes que limitan los abusos por parte de algunas empresas,
ya que al desaparecer este tipo de normativas, las empresas toman decisiones
que de otro modo no podrían tomar. Asimismo, la imposibilidad de limitar
la actividad de las empresas permite a éstas escoger los países
que más ventajosos resultan perjudicando así las economías
nacionales y sobre todo las familiares. Esta movilidad de capital y de empresas
tiene graves consecuencias también para las economías de los países:
el descenso de la cantidad de dinero que un país ingresa mediante los
impuestos gravados a las empresas, tiene consecuencias directas en la cantidad
de servicios públicos que puede cubrir, llegándose a la paradoja
de disponer de menos dinero para cubrir la asistencia del paro que estas empresas
han creado.
Dice el sociólogo alemán Ulrich
Beck que la globalización es imparable, pero no así el globalismo.
Los estados han de tener la capacidad política real de limitar los excesos
de la economía: la economía global ha de estar acompañada
del Estado Global que la limite y la regularice. Un Estado en el que el acuerdo
político entre los diferentes gobiernos sea el resultado de la voluntad
mayoritaria de sus ciudadanos, que piense globalmente y actúe localmente.
Por encima de conclusiones y enseñanzas que determinados foros a nivel
planetario nos puedan aportar, la conciencia del rechazo a este proceso y la
necesidad de movilización social están cada vez más extendidas.
Porto Alegre ha sido el último ejemplo. Cada vez habrá más.

Fuente: Eusko Alkartasuna