Iñaki Cabasés Hita – Concejal de EA en el Ayuntamiento de Iruñea El llamado ‘caso Otano’, siempre pendiente de resolver y rescatado temporalmente ahora del interesado ostracismo judicial y político en que ha estado y seguirá estando en adelante, produjo, en mi opinión, importantes consecuencias, casi todas de efecto continuo y continuado.

La primera, la caída del Gobierno tripartito de Navarra, con lo que significó de dar al traste con una iniciativa tan compleja como ilusionante, que había suscitado entonces enormes esperanzas, expectativa e interés en un momento político especialmente con- vulso en Navarra: la derecha gobernante que se descomponía por sus querellas internas; el PSOE que sufría un enorme descrédito por la corrupción de sus más destacados dirigentes; el abertzalismo que seguía dividido e ineficiente, y constante e interesadamente relacionado con la lacra de la violencia para desprestigiarlo; y, en conjunto, la sociedad navarra, que se conformaba con poder disfrutar de un bienestar económico amplio pero parcial y transitorio, y no sentirse muy afectada por la vergüenza que le ocasionaban algunos de sus más altos dirigentes políticos.

La segunda, la pérdida de credibilidad institucional que producía tener el segundo presidente del Gobierno de Navarra en pocos años que caía por la corrupción y representaba, aquí y fuera, un baldón intolerable tanto para la imagen y realidad de esa Navarra a la que tanto decían querer y defender, como para la clase política considerada prácticamente un conjunto de «chorizos».

La tercera, la devolución a la derecha, por obra del PSOE y sin justificación alguna, del poder que le habían arrebatado los ciudadanos en las elecciones, con la frustración que representaba ese más de lo mismo de los acuerdos UPN-PSOE y PSOE-UPN, que dejaban a esta tierra sin alternativa política y social, a merced de los grupos de presión internos y externos de siempre que han campado a sus anchas históricamente en función de sus intereses. Y que luego han premiado a algunos de los responsables de aquellas decisiones con reconocimientos y honores bien retribuidos.

La cuarta, la descomposición ética que produce ver sustituidos los valores sociales por los intereses, y los principios, por la ambición económica, en importantes líderes sociopolíticos que deben constituir el ejemplo en la sociedad a la que dicen querer servir. Y que, en consecuencia, permitían, si no animaban, a los ciudadanos a liberarse de cualquier compromiso ético.

La quinta, la pérdida de una importante cantidad de dinero que fue sustraída y aún no se ha devuelto a su legítima propietaria, la sociedad navarra.

Sin prejuzgar el orden e importancia de cada una de estas consecuencias ­que cada cual las ordene como quierasoy de la opinión de que todavía no las hemos superado y más bien seguimos siendo víctimas todos los navarros en mayor o menor medida. Porque de la primera a la última y de la última a la primera, siguen tan activas como entonces. No se viven con la misma intensidad, pero el poso de anormalidad configurado por la corrupción; la transfiguración política que aquí se quiere presentar como un producto singular de la tierra, en vez de lo que es, una quiebra ideológica increíble; la irresponsable gestión que arriesga la pérdida de un pa- trimonio histórico cultural con la falaz acusación de politización, como si sólo fuese política en sentido peyorativo la referencia al ser vasco de Navarra con o sin aspiraciones nacionalistas; la barata e incluso impune responsabilidad penal ante el saqueo en las arcas públicas, es evidente en el ambiente sociológico, tanto en serio como en broma, de Navarra. El daño está hecho y ni siquiera el interesado reduccionismo de centrar la política en una mera gestión y debate sobre inversiones en infraestructuras puede ocultarlo.

La mejor manera de poner una cortina y sordina a todo esto es ejercer un navarrismo suficiente y conveniente. Y para eso, nada mejor que agitar los fantasmas habituales aunque, a la larga, constituya una constatación de nuestro fra- caso colectivo. Porque no tratamos de superar unas circunstancias de tanto calado (¿qué país o comunidad tiene tantos y seguidos notorios personajes acusados de lo más denigrante, políticamente hablando?) devolviendo a la sociedad navarra a una normalidad democrática, sino que tratamos de ser originales creando nuestra propia singularidad aunque sea absurda, burda y falsa. Y que está produciendo tales esperpentos que, por ejemplo, hablar de izquierda o derecha en Navarra, viendo ciertas trayectorias, sea de risa.

Por eso resulta de chiste la fantasmal aparición y el intento del Sr. Otano de tratar de desviar su responsabilidad y las consecuencias, que bien pudo evitar en su momento no asumiendo los cargos que sabía que no debía asumir y menos engañando a los que aseguró que no estaba incluido en las «irregularidades» del PSOE, con el fantasma de las amenazas de UPN por haber aprobado una iniciativa, el Organo Común Permanente con la CAV, que estaba expresamente recogido en el programa de Gobierno que teníamos el derecho y el deber de desarrollar.

Porque que UPN estaba radicalmente en contra, lo sabía absolutamente todo el mundo. Y que estaba dispuesta a remover Roma con Santiago (nunca mejor dicho) para dar al traste con ese Gobierno, que por cierto estaba a punto de dar al traste con la propia UPN, también.

La irreversibilidad de la situación no va a devolver a la sociedad navarra los años y la normalidad perdidas. Pero no puede obviarse que el programa electoral y las personas que contribuyeron a configurar el tripartito sirvieron para dar apoyo a un Gobierno de UPN que era su antitético. Y en política será casi todo posible pero la transfiguración o cambio de chaqueta sigue sin ser edificante. Ni por quien lo hace ni por quien lo aprovecha de ello. Y será legítimo pero que, al menos, no se pretenda ejemplar.

El Sr. Otano sabía que su historia de las cuentas suizas con dinero sucio del PSOE (él dijo que el dinero era del partido) era incompatible con su permanencia un solo segundo en un Gobierno plural constituido, entre otros fundamentos, como erradicador de la corrupción e impulsor de la honestidad en la política.

Nueve años después de silencio personal y de su partido sobre el porqué de las decisiones tomadas, tanto en lo referente al dinero como a la entrega del poder al oponente político, no se saldan con esa simplicidad. Aunque sea cierto que UPN estuvo detrás de la publicación de la historia de la cuenta en Suiza. Y que amenazó a quien podía hacerlo porque tenía pecadopara aprovecharse luego de la situación y obtener el poder.

En todo caso, es agua pasada, turbia e insalubre, pero pasada. Lo importante es la que hemos de beber en adelante.

Y está por ver si la sociedad navarra va a seguir condenada a seguir con esa agua sucia e insalubre que le está minando la salud política, cultural, económica y social o va a encontrar nuevas fuentes que le permitan renovar y renovarse y limpiar y limpiarse. Los protagonistas seguimos siendo los mismos: la derecha de UPN más o menos recompuesta, la izquierda estatal del PSOE e IU y el abertzalismo.

He de confesar que profeso un legítimo optimismo sobre el futuro: creo que la sociedad navarra necesita y quiere cambios importantes. Que muchos de los miedos y fantasmas que le han agitado para asustarla han perdido fuerza y eficacia. Que vuelve por donde solía en la historia, a recuperar su legítimo orgullo por su personalidad histórica, que el pasado ya no le es suficiente para sobrevivir en el futuro. Y que no le asusta tratar de configurar nuevos marcos políticos en los que se conjugue la identidad navarra con la personalidad vasca. Que exige nuevos modelos de organización socioeconómicos que impidan que se quede anquilosada y a merced de un modelo que reduce a los navarros únicamente a ser clase trabajadora de su administración o de las multinacionales.

No desvelo ningún secreto si confieso que atribuyo una importante capacidad renovadora, no exclusiva pero sí importante, a Nafarroa Bai.

Es la única novedad en el panorama político y representa la demostración de un esfuerzo creativo en una de las partes más inquietas de nuestra sociedad. Capaz de enfrentarse con enérgica firmeza tanto a quienes han tratado de configurar alrededor de la fuerza de la violencia y sus efectos el núcleo del abertzalismo, como a quienes la manipulan por interés político y con falsedad. Capaz de poner en evidencia a quienes usando el término de la izquierda han sido los mejores adalides directos e indirectos de la derecha. Solvente para sustituir con nuevos pará- metros de organización socioeconómica la vieja estructura configurada en intereses particulares y de particulares. Con voluntad de propiciar nuevos marcos de colaboración política que nos saquen del inmovilismo.

No será la única, espero, fuerza política que impulse el cambio, pero sí de las más importantes para liberar a Navarra de todos esos fantasmas que tratan de agarrotarla. -
Fuente: Iñaki Cabases