Gorka Knörr Borràs (secretario general de Eusko Alkartasuna y vicepresidente 1º del Parlamento Vasco)

Se escuchan estos días sesudos análisis de los resultados de las elecciones catalanas, en los que se habla de la sorpresa del ascenso electoral de Esquerra Republicana de Catalunya. Pero para cualquiera que se haya molestado en seguir de cerca la realidad política y social catalana con un mínimo detenimiento, no hay tal sorpresa.

Ya en las elecciones municipales, alcanzando más de 400.000 votos, ERC confirmó que su discurso nacionalista comunitario, cívico y de izquierdas, estaba calando en la sociedad catalana, irrumpiendo en el cinturón industrial de Barcelona y otras poblaciones que habían sido feudo socialista hasta ahora. Los 542.000 votos del pasado domingo doblan los obtenidos hace ahora cuatro años en las elecciones al Parlament –271.000 entonces-, y afirman a ERC como la opción electoral por la que se inclina una gran parte del voto joven.

ERC ha roto el panorama electoral bipartidista preexistente en Cataluña, dominado por las dos grandes opciones electorales conformadas alrededor de CiU y el Partit dels Socialistes de Catalunya. La política catalana, por lo tanto, ya no va ser igual, porque la irrupción de ERC altera el cuadro electoral y no permite, entre otras cosas, que CiU pueda mantenerse con la ayuda externa del PP, como ha hecho en los últimos 8 años.

Ha resultado curioso que, en campaña, el mensaje de CiU arrancase con una apelación a ERC para que no propiciara un gobierno capitaneado por lo que se denominaba como una fuerza política –el PSC de Maragall- que dependía de Madrid; curioso porque la apelación a la unión nacionalista provenía de un partido –CiU- que no solamente se había mantenido en el poder gracias al apoyo del PP de Aznar –desdeñando el pacto que Carod-Rovira le propuso tras las elecciones del 99-, sino que había continuado en los brazos del PP en plena ofensiva de Aznar contra el nacionalismo vasco, de una manera inexplicable.

CiU se había dejado ya una buena bolsa de votos por el camino, tanto por su desgaste en el tiempo, como también por su política colaboracionista con el PP, pasando de 1.320.000 votos en las elecciones de 1995 a 1.178.000 en 1999. En ese periodo, Esquerra tenía que superar la crisis interna propiciada por Colom y Rahola. Es a partir de 1999 cuando Esquerra comienza a ganar fuerza en el electorado nacionalista catalán, lo que explica en parte que hayan doblado ahora sus votos de 1999, llegando a los 542.000. Pero, y eso es lo importante, ese avance impresionante de Esquerra no se interpreta solamente por la defección de una parte del electorado de CiU –corroborada por el paso a Esquerra de personalidades señeras del partido de Pujol, como Pere Esteve –exsecretario general de CiU-, o Raimón Escudé –portavoz de CiU en el Parlament durante dos legislaturas, o Miquel Sellarés –que fuera el primer Director General de seguridad Ciudadana con CiU-, dado que el partido de Pujol ha perdido en estas elecciones de 2003 150.000 votos con respecto al resultado de 1999. La explicación suplementaria de ese avance de Esquerra se encuentra también tanto en la penetración en el electorado más nacionalista del PSC, como en la excelente ubicación del partido de Carod-Rovira entre los nuevos electores, lo cual le posiciona como el partido, a mi entender, con más futuro en el panorama electoral catalán.

Maragall, el gran perdedor

Por el contrario, y con una evolución a la baja semejante a la de CiU, se encuentra el Partit dels Socialistes de Catalunya de Maragall, que aparecía en todas las encuestas como el presumible ganador de las elecciones. Maragall, una vez más, no consigue su objetivo, que hubiera propiciado inevitablemente, a falta de otra combinación de mayoría, un gobierno catalanista de izquierdas junto a ERC, y posiblemente con Iniciativa per Catalunya. Una campaña larga como la que ha habido en Cataluña -puesto que ésta comenzó con el anuncio de la retirada de Pujol y la presentación en sociedad de Artur Mas- no ha beneficiado a un Maragall que tiene un discurso catalanista bastante creíble –aunque apoyado a regañadientes por Rodríguez Zapatero- pero que ha subestimado la capacidad de reacción de un Artur Mas que ha ido a más en los 15 días de campaña y que ha apelado continuamente al voto útil nacionalista. Y no solamente lo ha subestimado, sino que permitió que entraran en la campaña catalana los Bono, Rodríguez Ibarra y Patxi López (cuyo partido, el Partido Socialista de Euskadi, se aprestaba a reivindicar el “modelo Maragall”, cuando Maragall, realmente, si tuviera que afiliarse al PSE, tendría que engrosar la lista de “apestados” del socialista vasco –léase Odón Elorza, Gema Zabaleta y otros-). La irrupción de estos personajes en campaña, con sus mensajes torpes y alineados con el nacionalismo español, ha sido un balón de oxígeno impagable para un Mas que no encontraba la forma de superar a Maragall en las encuestas.

El PSOE y el socialismo estatal en general tendrían que hacer una seria lectura de su fracaso en Catalunya. Porque si siguen en la indefinición, en los modelos al estilo de la Declaración de Santillana del Mar –café para todos una vez más, por mucho que quieran elevar la mezcla de torrefacto-van a ser incapaces de construir una alternativa desde el legítimo discurso de la diferencia, que nada tiene que ver con la discriminación. Si Catalunya y Euskadi son naciones habrá que actuar en consecuencia, sobre todo si tras 24 años de estatutos de autonomía la tomadura de pelo en cuanto al cumplimiento de los pactos ha alcanzado dimensiones siderales, y si, además, tanto en Euskadi como en Catalunya, queda claro que existen legítimas aspiraciones de mayores cotas de autogobierno.

Se abre una etapa nueva, en cuyos prolegómenos comienzan a detectarse movimientos preocupantes. Mientras Mas apelaba a un gobierno nacionalista con Esquerra, sectores del empresariado catalán más recalcitrante, apoyados por algunos medios de comunicación, sugerían que no se pactara con Esquerra y que sería bueno un gobierno CiU-PSC. Ante esta nada velada sugerencia de los grandes empresarios, beneficiarios directos de años de pasteleo convergente, se ha puesto una vez más en evidencia la torpeza de un Rodríguez Zapatero que parece alejarse a grandes pasos de la Moncloa. Decir, como ha dicho Rodríguez Zapatero, que Aznar debe leer los resultados, sugiriendo que la política aznarista es un peligro para la cohesión territorial de España, es doblemente torpe. Porque, sin negar que Aznar, desde su nacionalismo rampante español (por cierto, bien secundado por el socialismo vasco) está haciendo más nacionalistas e independentistas, hay que recordarle a Zapatero que no se puede uno quejar de que aumente la fuerza electoral de quienes va a reclamar a continuación que le acompañen en un gobierno catalanista y de progreso, y, por otra parte, sus palabras evidencian que el PSOE sigue sin entender desde Madrid, que tanto en Catalunya como en Euskadi, y en menor medida en Galicia, existe un problema político de fondo al que más pronto o más tarde habrá que darle una salida.

De cualquier manera, si la torpeza socialista llegara al punto de entrar en un gobierno con CiU, no tengo ninguna duda de que el electorado catalán, que ya les ha castigado con la pérdida de 10 escaños a cada uno de ellos, volvería a castigarles en las urnas. Porque ni unos ni otros están por la labor que ha planteado abiertamente Esquerra Republicana, a saber: un nuevo marco de relaciones con el Estado, en el cual se incluya una financiación que acabe con la postración financiera de Catalunya respecto de España, y una política decidida de progreso que responda a las necesidades vitales de la ciudadanía de Catalunya. En definitiva, defender la dignidad y el progreso de Catalunya. La Catalunya de dignidad y progreso que se abre paso en las urnas.

Fuente: Gorka Knörr