Entrevista en el diario DEIA
Curiosamente, a pesar de ser presidente del Consejo General Vasco, usted no pudo votar el Estatuto por ser navarro. ¿Sigue siendo la de la territorialidad la gran cuestión pendiente?

Para mí es el punto más sensible, sin duda, porque siempre he dicho que en ese binomio “soberanía/territorialidad” la segunda cuestión es, probablemente, la que debería merecer todas nuestras prioridades. En todo caso, en aquel momento jugamos como había que jugar. Tratamos de que el Partido Socialista, que estaba comprometido con la causa de un marco político común para Euskadi sur, mantuviera su compromiso. Estuvimos más cerca que nunca del objetivo de la territorialidad porque se apostó de la única manera realista.

La izquierda abertzale se jacta ante lo que llaman el «fracaso del autonomismo». ¿Cómo valora su postura a la luz de lo acontecido en estos 25 años?

Tratan de arrimar el ascua a su sardina de forma oportunista, porque una cosa es que el desarrollo del marco de autogobierno de estos 25 años, por causa de una actitud desleal y de una interpretación restrictiva unilateral del Estado, no haya dado de sí todo lo que habría podido dar, y otra es que en aquel momento no hubiera sido la fórmula obligada.

¿Por qué?

El país tenía unas urgencias dramáticas en todos los ámbitos lingüístico, cultural, económico…, mientras persistía el expolio fiscal del Estado que nos había dejado con unas infraestructuras lamentables. Era imprescindible apuntalar la situación en todos los ámbitos para mantener en pie al país.

La situación era muy delicada…

Desde luego. Se trataba de evitar por todos los medios el retorno a la dictadura en un momento de enorme fragilidad en la transición hacia un ámbito de libertades. Creo que aquel Estatuto fue el que necesitaba urgentemente el país e hizo que cambiara la situación de manera radical en todos los ámbitos.

¿Cómo recuerda aquella negociación tan tensa con Adolfo Suárez?

Recuerdo que, efectivamente, fue muy tensa para todos. Aunque algunos crean que no tiramos de la manta todo lo necesario, hay que recordar que el partido de Suárez la UCD­se rompió por la cuestión navarra. Eso es bastante significativo del clima de aquel momento.

¿Fueron el intento de golpe de Estado de 1981 y la LOAPA los puntos finales de aquella concepción del autogobierno que era compartida en 1979?

Sin duda aquello marcó un antes y un después. El golpe de Estado era algo que subyacía, porque hubo más intentos. Eso nos obligaba a todos a hacer una política realista. A partir de ahí, vinieron los pactos autonómicos, es decir, la jugada que hicieron el PSOE y la UCD. Los socialistas actuaron con mucha astucia y le endosaron a Calvo Sotelo la tarea de llevar adelante aquellos famosos pactos que desembocaron en la LOAPA. Ésta encorsetaba los autogobiernos nacientes y particularmente el nuestro. Incluso el propio Tribunal Constitucional tuvo vergüenza torera y la descalificó.

Pero su espíritu pervivió…

De esa LOAPA surgió el espíritu que luego impregnó a muchas leyes básicas que desnaturalizaron por completo las potencialidades del Estatuto en todos los ámbitos. Las virtualidades que tenía el compromiso de mínimos que fue para nosotros el Estatuto quedaron defraudados y esto justifica que hoy se pueda hacer un replanteamiento.

El entendimiento de hace 25 años contrasta con la situación actual…

Las cosas son relativas, porque cuando hay sintonías por un lado, suele haber falta de las mismas por otro. En aquel momento se produjo una fractura trágica en el mundo nacionalista y eso tuvo un gran impacto a nivel social y político. En todo caso, el PSOE no tenía los comportamientos actuales y estaba en una sintonía muy notable con lo que suponía la existencia de un Gobierno vasco en el exilio. Tendrían que reflexionar sobre ello.

¿Se puede reeditar el nivel de consenso de la negociación estatutaria?

Creo que se puede superar aquel consenso porque hay que tener en cuenta que hubo un sector social no irrelevante que se inhibió del proceso o se opuso al mismo. El porcentaje de apoyo el Estatuto sobre el censo no fue muy alto, de cerca de un 53%. El consenso máximo siempre es deseable, pero ¡ojo!, porque, a veces, la invocación al consenso es la trampa de quienes siendo minoritarios quieren reservarse una especie de derecho de veto.

¿Cómo cree que pasará a la historia el Estatuto de Gernika?

Como un instrumento que cumplió unas funciones esenciales en su momento, que desgraciadamente no fue aprovechado en su totalidad, pero que aportó las herramientas indispensables para mantener al país en pie. No quiero ni imaginar como estaríamos hoy si se hubiera seguido una política suicida de darse contra un muro por apuntar a las estrellas sin saber pisar tierra.

Joseba Arruti / deia.net

Fuente: Carlos Garaikoetxea