Cree que la Constitución perdió su gran oportunidad con el ´problema vasco´ al limitar los derechos históricos a una fórmula retórica

Carlos Garaikoetxea no era lehendakari cuando se aprobó la Constitución pero se perfilaba ya como uno de los hombres fuertes de una nueva generación al frente del nacionalismo vasco.

-¿Cómo recuerda aquella época?

-Con un punto de nostalgia, hubo enormes ilusiones que el paso del tiempo ha ido marchitando. Teníamos el recuerdo de un Gobierno Vasco anterior algo mitificado y una época en la que la proyección de figuras como Agirre y sus compañeros de gobierno eran todo un símbolo. Pensábamos que íbamos a cumplir con unas expectativas que derivaban de aquel imaginario. Aunque le voy a confesar una cosa. Yo también me considero constitucionalista.

-¿Qué me dice!

-Es que estamos sometidos a una terminología oficial que establece la dicotomía entre constitucionalistas y no constitucionalistas, entre nacionalistas y no nacionalistas. Yo me suelo rebelar porque nacionalistas lo somos todos en un sentido o en otro. Y nos consideramos constitucionalistas de un régimen de derechos, deberes, libertades y garantías.

-¿Pero cómo es posible que teniendo el País Vasco un autogobierno tan potente exista esa sensación de frustración? ¿No es un contrasentido?

-No, es lógico que un sentimiento nacional como el que existe en el País Vasco haya florecido como en tantísimos otros lugares del mundo a partir de épocas recientes. En el siglo XIX, el romanticismo es el vivero de tantísimos sentimientos en el mundo y de tantas conciencias nacionales. Por decirlo más gráficamente, en los últimos 70 años se han pasado a cuadruplicar el número de estados que había. Que haya un determinado nivel de autogobierno no es un regalo de nadie, es absolutamente natural. Es una exageración interesada decir que no existe otro autogobierno similar en el mundo. Un autogobierno en el que su presidente no puede hacer una consulta sin ir a la cárcel raya en lo esperpéntico. No se pueden hacer comparaciones de situaciones heterogéneas. Por ejemplo, poco tiene que ver la autonomía de Euskadi con un Montenegro que en plena crisis yugoslava adopta el marco como moneda oficial o de un gobernador de Estados Unidos que puede conmutar penas de muerte. Sinceramente la autonomía que hoy tenemos en Euskadi no es la que negociamos.

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-Es un exceso. Para empezar, en el Estado español no existe una fragmentación global como peligro en potencia. El problema nacional existía en Cataluña y Euskadi y en otra medida en Galicia. Pero si se habla de ese riesgo todos debemos hacer examen de conciencia, incluidos quienes están diciendo que el pueblo vasco es una invención. Si levantaran la cabeza Tito Livio, Plinio o Estrabón no darían crédito a sus ojos y sus oídos.

-¿Pudo ser en su día posible la implicación del nacionalismo vasco en el consenso constitucional?

-Estuvo en un tris lograrlo. Apostamos para que la Constitución, conscientes de que la amenaza de la involución y las circunstancias especialísimas del momento impedían reivindicar el derecho de autodeterminación, reconociera cabalmente la vía de los derechos históricos. Introducíamos una especie de cuña confederal. Al final esto no cuajó porque, a juicio del nacionalismo, se establecía una especie de esparterada o de círculo vicioso al señalar que los citados derechos forales debían permanecer enmarcados dentro de la Constitución. Dentro del nacionalismo hubo sus dudas. El portavoz del PNV en el Congreso, Xabier Arzalluz, votó a favor de la fórmula, tal como hoy queda, en la comisión constitucional pero el tiempo nos ha dado la razón a los que desconfiamos de esta expresión. Si los derechos históricos hubieran significado algo en la redacción de la Constitución hoy nadie podría negar el derecho a debatir si a la luz de los mismos podría producirse una profundización en el autogobierno como la que propone el Gobierno Vasco. Aquello fue un engaño. Por eso fue imposible aprobar la Constitución.

-¿Irujo y Ajuriaguerra se inclinaban por un apoyo a la Constitución?

-Se ha hablado mucho de que podía haber diferentes actitudes en el seno del nacionalismo pero no fue así. Tampoco es cierto, como se ha rumoreado a veces, que un sector del EBB estuviera a favor. Los históricos siempre fueron, y a mí eso me impresionó mucho y me hizo pensar mucho, gente muy templada que daba un ejemplo de moderación. Aconsejaban paciencia para no frustrar una transición incipiente y débil, rodeada de muchos peligros y de una amenaza involucionista. Pero en esta cuestión concreta yo no recuerdo que planteasen posiciones discrepantes. El EBB me encomendó entonces a mí que fuera a Madrid para evitar que hubiera la más leve vacilación. Comprendo que a veces algunos que parecen ogros, luego son bastante permeables a la presión y son incapaces de estar cinco minutos en una mesa negociando. Esto puede explicar aquel voto en la comisión constitucional luego rectificado.

-¿Cómo recuerda aquel episodio?

-Cuando yo le transmití a Arzalluz que no podía emitir ese voto en la comisión constitucional, él me explicó la dificultad que implicaba ir contra corriente en aquel clima de presión ambiental. Prosiguiendo la discusión en un momento determinado me dijo que estaba hablando desde una cabina y se le estaban acabando las monedas. Se cortó la comunicación, vino el voto favorable y luego vino una rectificación que fue incómoda para todos. Quizá ahí esta el germen de determinadas actitudes posteriores.

-¿Y esa vía -la de los derechos históricos- podría ser todavía útil?

-Debiera serlo. Si no fueran pura retórica como lo son hoy en la Constitución, ¿cómo no iban a posibilitar que, como propone el plan Ibarretxe, se pudiera establecer convenios con la Comunidad de Navarra sin permiso del poder central, o profundizar el autogobierno en áreas de carácter parafiscal como la Seguridad Social y de contenido socioeconómico e, incluso, en el Poder Judicial?

-¿Cómo recuerda el papel de Suárez?

-Hoy no se conseguiría lo que se consiguió con Suárez en parte porque era consciente de que había una reivindicación diferente en el País Vasco y quería demostrar que era capaz de empujar hacia otro sistema para redimirse de su pasado franquista. Era un hombre que tenía sus arrestos y fue capaz de hacer lo que no hicieron sus sucesores.

-De aquella época de complicidades al choque de trenes actual, ¿Qué ha fracasado?

-En aquella época no existía una derecha como la de ahora. En aquella época no se hubieran atrevido a levantar cabeza, entonces estaba escondida por su complejo de culpabilidad bajo el franquismo. En aquel momento pudieron prevenirse muchas cosas. Yo advertí, por ejemplo, del peligro de que el foralprovincianismo condujera a una disgregación del país con la famosa Ley de Territorios Históricos. Anuncié que el día que hubiera diferentes gobiernos en las diputaciones podría haber situaciones de conflictividad y amenaza a la propia unidad de la Comunidad Autónoma. El tiempo nos da la razón. Si en aquel momento, con la derecha bajo las piedras, se hubiera actuado con más decisión hubiera habido un poder político vasco mucho más consolidado. Ahí tienen que recordar todos sus responsabilidades, también en el seno del mismo nacionalismo.

LÍDERES DE PRESTIGIO

-Lo cierto es que las élites políticas no son las mismas…

-Entonces se consiguió el concurso de gentes de gran prestigio profesional, que se tiraban sin red a un mundo de ilusiones de una democracia naciente y de un autogobierno recuperado. Se ha restringido mucho el campo de reclutamiento de líderes institucionales porque las ilusiones no son las mismas. Fue una época irrepetible, eso es fruto de las circunstancias históricas.

-El Estatuto se negoció de una forma muy diferente a la unilateralidad que la oposición denuncia en el plan Ibarretxe.

-Se está exagerando cuando no mintiendo de una manera escandalosa desde la propaganda oficial. En aquel momento se arrancaba de cero, no había un gobierno legítimo y era lógico que el proyecto de casi una constitución vasca tuviera una participación de muy diversos estamentos políticos y sociales. Hoy hay un gobierno y un parlamento legítimos. Parece como si el gobierno al cumplir con su labor de llevar la iniciativa política estuviera realizando la misión de un aventurero. De acuerdo con que es deseable un máximo consenso social, pero no es creíble que lo pida una derecha que se ha negado a hablar con el lehendakari.

-¿El plan Ibarretxe es para quedarse en España o para irse?

-Creo que esa es una discusión bizantina. La realidad objetiva es que esta propuesta del Gobierno Vasco establece clarísimamente una distribución competencial entre el Estado y la Comunidad vasca. Es una solemne mentira decir que es un plan secesionista y excluyente. Está claro que entre quienes apoyamos a este gobierno muchos no ocultamos los deseos de ir más lejos. Pero yo siempre he dicho que la política es un proceso dialéctico en la que lo verdaderamente importante es que exista una actitud democrática para aceptar a priori el resultado de esa dialéctica, que será una síntesis democrática de las diferentes posiciones de quienes representan a la sociedad. Y si todos tuviéramos esa actitud no habría que darle más vueltas al asunto. Esto terminará conforme a lo que resulte de esa síntesis.

-Usted siempre ha defendido una modernización del discurso nacionalista. ¿Qué le sugieren imágenes como las del otro día ante el Palacio de Justicia de Bilbao?

-Mire, lo que está sucediendo es muy grave. Que el presidente, el vicepresidente y la secretaria de un parlamento comparezcan ante un tribunal frente a lo que ellos entienden, y creo que con razón, que es una injerencia, es algo inaudito en una democracia civilizada. Otra cosa es quizá la manera de hacer las manifestaciones. Tampoco hay que herir la retina más allá de lo estrictamente necesario. Pero claro, el PP sigue en la cruzada.

-¿Pues los jueces se han lamentado de un intento de «deslegitimar» su labor y de presionarles?

-La gente que se concentró no fue contra nadie, sino en defensa de sus representantes en el Parlamento. Además, los jueces tampoco son vacas sagradas.

-Y todo se producía delante de la estatua de Sabino Arana, en plena resaca de la polémica en el centenario de su muerte…

-Habría que preguntarse qué es más provocador. Si unos herederos del franquismo que le cubren con una sabana o si lo fue Arana, un hombre que fue fruto de su época, un autodidacta que produce un revulsivo que es catalizar la conciencia colectiva de un pueblo. Es injusto juzgar a Sabino Arana con patrones del siglo XXI cuando fue un hombre del XIX.

-El congreso de EA ha reflejado serias heridas internas. ¿Realmente está afianzado el proyecto?

-Este congreso aprobó con el 88% de respaldo su línea estratégica. Sin ser más explícito me permito sugerir que la proporción 60-40% en la ocupación de los puestos de dirección obedece a otras razones que entran dentro de la legítima y normal pretensión de tener un protagonismo en las ejecutivas de los partidos, a veces trufada de sentimientos diversos, de agravios, de una cierta marginación que siempre suele darse. Pero le voy a decir que si no existiera EA habría que inventarlo y de hecho están inventando cosas parecidas cuando Aralar se proclama socialdemócrata, dice respetar la voluntad de los navarros en su reivindicación nacional y apuesta por la autodeterminación por vías democráticas y pacíficas, que es lo que decía EA en su nacimiento.

-¿Sería partidario de concurrir en una coalición con Aralar en los próximos comicios generales?

-Creo que en la dirección de Eusko Alkartasuna, que es la que debe pronunciarse al respecto, está en el ánimo de buscar alguna cooperación, especialmente en Navarra.

-¿Influye mucho en EA?

-Me limito a ayudar en lo que se me requiere.

ALBERTO SURIO / diariovasco.com

Fuente: Carlos Garaikoetxea