Carlos Garaikoetxea Con esa Constitución o con la de Cádiz, es lo mismo. El Estado español y el Estado francés son los de tradición más centralista y jacobina. Pero se han ido dando pasos en circunstancias que no eran favorables. Y esa internacionalización que venimos reclamando desde EA nos dará una perspectiva diferente. Si somos capaces de poner de manifiesto esa mayoría clara y rotunda que reclama de forma democrática el derecho a decidir, ¿por qué no lo vamos a lograr?

Aunque muchos no lo recuerden, Carlos Garaikoetxea presidía el PNV que optó por abstenerse ante la Constitución española, lo que le convierte en protagonista de primera línea y testigo idóneo para contrastar 1978 y 2008.

Desde esa atalaya, defiende que, al igual que entonces «no hubo más remedio» porque «el país hacía aguas», hoy día es hora de dar un salto. Un salto que pasa, en su opinión, por conformar mayorías a favor del derecho a decidir y por apoyarse en Europa.

Antes que nada, ¿cómo cree que llegó el nacionalismo vasco a aquella encrucijada en la que había que tomar decisiones tan importantes?

Recuerdo un clima de ilusión y esperanza, porque se salía del negro túnel de la dictadura pero al mismo tiempo aquél era un clima muy enrarecido. Sucedió lo que sucede en todos los pueblos que tienen una causa difícil que sacar adelante. Existían posturas tendentes a apuntalar el país antes que nada, porque estaba hecho una ruina en todos los órdenes, y consideraban que había que hacer una política adecuada a las circunstancias. Y estaban también los que no valoraban ese pragmatismo y apostaban por una política de rompe y rasga. Es algo que si se observa bien ha pasado también en Kosovo, entre los kurdos, los palestinos…

Unos postulaban la autodeterminación y otros optaron por la vía de los llamados derechos históricos. ¿Por qué? ¿Fue una decisión acertada?

En realidad, las dos posiciones fueron barajadas por todos los nacionalistas. Nosotros advertimos con suficiente claridad que era radicalmente imposible plantear la autodeterminación salvo a efectos puramente testimoniales. Se optó por ver si era posible introducir una cuña de carácter confederal invocando esos derechos históricos que podían abrir además unos límites indefinidos en la reivindicación de la autodeterminación. Se trataba de una apuesta, además, con ciertas posibilidades porque no renunciaba a un planteamiento soberanista y entroncaba a su vez con una cierta re- ceptividad en algunos sectores, como Navarra. Quiero recordar que en realidad esta vía empezó en Navarra, porque la Diputación aprobó una resolución en favor de la «reintegración foral plena».

¿Hasta qué punto les condicionó el ruido de sables?

Lo apreciaba todo el mundo, salvo los ciegos que no que- rían verlo. Y no sólo era ruido de sables, sino cosas concretas como la Operación Galaxia. Pero la reflexión de fondo fue otra: había que apuntalar el edificio del país, con un expolio fiscal total, las infraestructuras en situación calamitosa, el euskara en trance agónico…

Se ha escrito sobre una reunión en 1978 en Candanchú entre dirigentes del PNV, entre ellos usted, y el rey español. ¿Qué pasó exactamente?

Fue sólo algo anecdótico. Sobre las entrevistas con el rey suele haber mucha leyenda; se habla de deporte y del tiempo, pero luego se hacen fantasías orientales. A unos empresarios guipuzcoanos se les ocurrió plantear el encuentro, pero no pasó de anécdota.

Sus memorias reflejan que el PNV actuó con desconcierto y, casi, con frivolidad: ahí está la anécdota de Arzalluz cuando le cortó el teléfono argumentando que se acababan las monedas o las reticencias del senador Unzueta…

Como colectivo amplio y variopinto, en el seno del PNV se registraban posiciones radicales y moderadas. Algunos tuvimos una situación difícil, y yo particularmente, al exigir a nuestros representantes en Madrid que mantuvieran el tipo y que esa cuña confederal que queríamos meter no contuviera una trampa como la de Espartero. Es lo que pasó, al decirse que los derechos históricos serían actualizados «en el marco de la Constitución». La tensión fue fuerte, incluso se pidió la dimisión de Arzalluz por parte de un viejo gudari navarro, Estornés Lasa. Y creo que ahí empezó un resentimiento de Arzalluz hacia mí que fue in crescendo. Se optó por la abstención, con un eslogan que repetimos machaconamente: «Ésta no es nuestra Constitución». Pero hubo otra cosa que fue una gran pena…

¿Cuál?

La gran espina clavada de aquella época fue la traición de los socialistas, clave para que no se lograra un marco político común en Euskadi sur. Aún recuerdo que el PSOE hizo campaña por el Estatuto vasco en Navarra. Y esa pena sigue porque la única aproximación posible y realista en todos estos años se malogró por su deslealtad.

Mirado desde la perspectiva actual, ¿se equivocaron al no decantarse por el no a la Constitución en 1978?

No nos equivocamos, porque no hubo más remedio. Era una necesidad apremiante para un país que hacía aguas. Si no se hubiera podido apuntalar, aquel edificio hubiera hecho ruina. Pero es cierto que hoy estamos en otro ciclo histórico. Se le ha sacado todo el partido al Estatuto, que además se ha incumplido, y es hora de un replanteamiento porque las circunstancias son diferentes. El país se ha consolidado. Y el testigo que tenemos hoy no son los sables de entonces, sino Europa. Por eso tenemos que ser capaces de, con visión histórica, recuperar una unidad de acción. Pero un horror como el atentado de Uria me hace sentir que ese objetivo se aleja irremisiblemente.

El TC acaba de confirmar que la única soberanía que admite es la española ¿Cómo se sale de esa trampa ahora?

Con esa Constitución o con la de Cádiz, es lo mismo. El Estado español y el Estado francés son los de tradición más centralista y jacobina. Pero se han ido dando pasos en circunstancias que no eran favorables. Y esa internacionalización que venimos reclamando desde EA nos dará una perspectiva diferente. Si somos capaces de poner de manifiesto esa mayoría clara y rotunda que reclama de forma democrática el derecho a decidir, ¿por qué no lo vamos a lograr?

Enlace: Entrevista en Gara
Fuente: Ramón Sola/Gara