Gorka Knörr Borràs. Secretario General de EA Para varias generaciones
de vascos, Francia siempre ha sido un laboratorio de ideas, un espacio donde
nacían los conceptos políticos nuevos, el lugar de donde en el
siglo XX tomó de sus pensadores las utopías emancipadoras que
tanto nos han hecho soñar. Quizás por eso, los resultados de la
primera vuelta de la elección del presidente de la república nos
han sumergido a muchos, de una manera singular, en el estupor, la desazón
y la preocupación, porque sabemos que lo que ocurre en el país
vecino, para bien y para mal tiene una incidencia importante en nuestros debates
de sociedad, aquí en Euskadi.
A François
Mitterand se le atribuye esta premonitoria frase: ‘ No nos engañemos,
Francia es de derechas y solo puede bascular a la izquierda de la mano de un
líder excepcional.’ Y más allá del destino dramático
de Jospin – este hombre que soñó con derrotar a Chirac desde la
moral y la ética y que ahora sé verá obligado a votar a
su adversario para cortar el paso a la extrema derecha- lo que ha ocurrido en
Francia debe interpelar a toda Europa.
La mayoría
de los analistas ocupados en establecer el catálogo más completo
de las razones que han llevado a estos resultados coinciden en que la política,
la manera de gobernar, ha entrado en crisis; los ciudadanos se reconocen cada
vez con más dificultad en las familias políticas tradicionales,
les molesta el juego, a menudo estéril, de los aparatos políticos,
y han perdido la fe en resolver sus problemas desde la democracia y se dirigen
hacia políticos cínicos, autoritarios y xenófobos.
Haider, Blocher,
Berlusconi, Kjaersgaard, Fortuyn, Le Pen..; la lista puede alargarse, puesto
que existe un serio riesgo de propagación de estos guías iluminados
que quieren hacerse con el destino de los viejos estados naciones en descomposición,
países cuyos sectores más populares y jóvenes han sido
recuperados por sus dirigentes más hábiles y más corruptos,
por unos personajes sin escrúpulos que avergüenzan a Europa en su
proyección universal. Y no hace falta ir tan lejos; la manera absolutista
de gobernar, la falta de consenso sobre las grandes cuestiones que afectan a
la sociedad, la falta de ruptura con el pasado negro de España por parte
del Gobierno Aznar, no son precisamente tics alejados de los del ultra derechista
francés.
Dicho de otro modo,
el Partido Popular ya incorpora en su seno las ideas de Le Pen sobre inmigración,
sobre seguridad, pena de muerte, familia, contracepción, sobre numerosas
cuestiones culturales y éticas. El periódico norteamericano New
York Times relacionaba con mucho acierto la situación de los Estados
Unidos con el fenómeno Le Pen, cuando decía:: ‘ la derecha
dura, la extrema, la de la pena de muerte, la del apartheid contra sus conciudadanos
de color, ha sido integrada, casi en su totalidad, en el Partido Republicano.
Los americanos tienen ideas tan radicales como las de Le Pen, con una diferencia
muy importante de momento con Francia: en América ya las estamos aplicando’.

En Europa, la progresión
de este radicalismo conservador de corte fascista se está pudiendo llevar
a cabo de un modo sibilino con la irresponsable complicidad, salvo contadas
y honrosas excepciones, de los grandes medios de comunicación de masas.
Merced a ese cretinismo mediático, ese virus compuesto de odio y de estupidez
terminará royendo la democracia por dentro. Pero el ambiguo papel de
la prensa, pese a todo, solo da cuenta de una parte de la explicación.
Inmigración
y seguridad.
Le Pen se ha apuntado,
como otros políticos europeos, a la txanpa del 11 de Septiembre, mezclando
temas tan sensibles y complejos como son la seguridad ciudadana, los flujos
migratorios o el terrorismo, provocando falsos debates y creando espurios estados
de alarma y miedo en amplios sectores de la población, a menudo en los
socialmente más frágiles. Los temas de la emigración y
de la seguridad ciudadana, que conciernen al estado español de forma
directa, han sido especialmente utilizados en campaña.
Respecto a la inmigración,
hay que decir sin miedo a nuestros conciudadanos que, nos guste o no, Europa
necesita desesperadamente mano de obra emigrante, tanto de trabajadores cualificados
como no-cualificados. Si tenemos en cuenta que nuestra población envejece
a un ritmo vertiginoso, aumentando con ello la financiación de las jubilaciones,
no tenemos más opciones que la de la inmigración. Y habrá
que admitir, sin soslayar los problemas y construyendo de otra forma nuestras
sociedades, que estas gentes van a ser el motor indispensable de nuestro crecimiento
y desarrollo, como otros lo fueron lo fueron en el pasado o nuestros ancestros
lo fueron fuera de Euskadi.

Si, por el contrario, no tenemos esa actitud, y se recurre a la demagogia con
discursos culpabilizadores, se estará haciendo el caldo gordo a los xenófobos.
Le Pen surge porque el conjunto de la clase política no es capaz de suavizar
los miedos e incertidumbres que estos fenómenos migratorios van ha producir
indiscutiblemente; y mientras los demócratas no reaccionamos positivamente
y sin complejos, los fascistas y los racistas ya se encargan de subrayar, sin
ningún pudor, todos los aspectos negativos, culpando a la emigración
de todos los males. Y mientras, aquí, Rajoy airea porcentajes de delincuencia
y Mayor Oreja retoma el discurso más reaccionario de la Ley de Extranjería.
Garantizar la seguridad
es parte importante de la legitimidad de un estado; pero en este ámbito,
las desviaciones por exceso son tan peligrosas como las desviaciones por carencia.
Y hay que recordar que este tema se utiliza muy a menudo para acallar a los
opositores y se convierte en un elemento disgregador -y Euskadi es un claro
ejemplo de ello- de la cohesión de las sociedades. En materia de seguridad,
los discursos de Le Pen, de Berlusconi, de Bush o de Aznar parecen acuñados
con idénticos troqueles.
Los resultados
de Francia van con nosotros los vascos, no solamente porque parte de nuestra
País está en el estado francés, sino porque una Europa
extrema está consolidándose, y los primeros que pagaremos las
consecuencias seremos los sectores frágiles, los pueblos sin estado,
porque no estaremos en condiciones de defendernos de una manera directa si la
extrema derecha sigue esa peligrosa progresión. Que nadie se llame a
engaño, puede que Le Pen no haya tocado, ni mucho menos, techo.
Decía estos
días el sociólogo Alain Touraine: ‘El reto que tiene Francia
es cómo construir en un mismo movimiento, una economía más
eficaz, una sociedad mas justa, una unidad nacional más respetuosa de
sus diferencias’. El estado jacobino hace aguas por todas partes y es muy
posible que los resultados de la segunda vuelta nos permitan visualizarlo nuevamente.

Fuente: Eusko Alkartasuna