Joseba Azkarraga. Consejero de Justicia Empleo y Seguridad Social del Gobierno Vasco 
  La Unión Europea conmemora hoy jueves, nueve de mayo, su gran Día.
  Todavía pasarán muchos años antes de que esta jornada sea
  festiva como sucede con el 4 de julio norteamericano o el 14 francés.
  A buen seguro que surgirán múltiples pegas y retrasos para la
  ampliación de los socios europeos con los nuevos estados del este. No
  será raro que se presenten amenazas de segregación como las propuestas
  por Le Pen y los más conservadores de todo el continente. Tampoco es
  extraño que ciertos componentes actuales de esta virtual federación
  insistan en una concepción trasnochada y cuasi medieval de la misma limitada
  a duros intereses económicos de los estados miembros sin espacio para
  la solidaridad ni para las culturas de los pueblos y naciones que componen el
  mar azul de su bandera.
El comisario Romano
  Prodi acaba de dar una muestra del interés y comportamiento real de la
  actual Unión y de los socios que la componen. La entrada por el Mediterráneo
  de algún anónimo buque cargado de incómodos refugiados
  ha activado definitivamente las alarmas de los acomodados componentes de la
  Comisión que han visto la necesidad de reforzar sus fronteras exteriores
  y limitar el acceso incontrolado de emigrantes a base de ilimitados contingentes
  policiales y militares. El ejemplo se copia de los Estados Unidos y su frontera
  mexicana: se tolera el paso mientras se necesite o se cierran las puertas despreciando
  la necesidad de quien padece y sufre.
Esta ‘solidaria’
  Europa está haciendo oídos sordos a la tétrica situación
  que vive desde hace tiempo Palestina aplastada por el democrático Gobierno
  de Ariel Sharon, similar al que quería instaurar Jean Marie Le Pen. ¡Y
  a estos nadie los ilegaliza!. Este modelo de ‘virtud democrática’
  que aseguran constituir los actuales estados miembros del viejo continente ha
  cerrado los ojos en los conflictos de los Balcanes, ha callado ante las interesadas
  y cruentas guerras africanas; sacro silencio profesa en las atrocidades cometidas
  por los carros de combate de Putin en las repúblicas eslavas dominadas
  o en los holocaustos que la violencia de los ejércitos genera cada día
  en cualquier rincón del mundo.
Esa no es la Unión
  Europea que pretenderemos construir. Nuestra Europa ha de ser para que sus gentes
  y sus pueblos, con el absoluto respeto a esa pluralidad cultural que la componen,
  planifiquen un futuro común, solidario, democrático, respetuoso
  con su entorno y patrimonio y ejemplar para el resto de pueblos de la Tierra.
  En la Europa que buscamos han de oírse libremente todas las voces. Esa
  sí será una Europa sin fronteras en la que ondee flamante esa
  hermosa bandera azul con todas las estrellas que representen a sus pueblos.
  Somos muchos quienes planteamos el abandono de las formas de Gobierno propias
  del milenio pasado y apostamos por la regeneración de Europa. En esa
  anhelada Unión de los Pueblos tienen perfecta cabida regiones y naciones
  como lo han reconocido Bélgica, Austria, Alemania o incluso Italia. La
  necesidad de que el País Vasco cuente con una presencia directa en los
  órganos de decisión y Gobierno de la Unión es algo impepinable.
  ¿Por qué Aznar se niega a ello? ¿Qué se tambalea
  en ese entramado político que ha diseñado para restar competencias
  a las autonomías apostando por un agresivo poder central?.
Los vascos no deseamos
  más fronteras para nuestros Pueblos. Queremos un verdadero respeto a
  la cultura e identidad de cada uno de los europeos. Detestamos y aborrecemos
  la terrorífica práctica de la violencia. El respeto a la vida
  y a los derechos humanos ha de ser la base de toda convivencia. La solidaridad
  con quienes más padecen ha de constituir el eje de la política
  internacional de esa deseada y soñada Unión Europea.
Europa tiene muchos
  otros problemas además de los ya comentados. El viejo continente se enfrenta
  a una transición demográfica que va a sacudir sus más amarradas
  estructuras. Sus pirámides poblacionales se han invertido: en pocos años.
  La población de más de cincuenta años de edad superará
  con creces a los nuevos jóvenes europeos. Habrá empleo pero no
  quien pueda desarrollarlo. Dentro de quince años el estado español,
  también Alemania, vivirá una situación similar a la que
  han conocido Francia o Inglaterra con un costoso envejecimiento poblacional
  y una absoluta carencia de recursos sociales y materiales para atenderlo debido
  sobre todo a la nula planificación y previsión.
La inmigración,
  los movimientos de gentes llegadas de Africa, Iberoamérica, este Europeo
  e incluso Asia, va a constituir la base de un gran debate sobre el futuro de
  la Unión. ¿Hacia que proyecto caminamos? La vieja Europa padece
  estos días unos preocupantes sueños de los que tiene que despertar.
  De lo contrario las animadas y esperanzadoras notas y compases que componen
  su himno podrán convertirse en lúgubres notas de una sinfonía
  fallida.
Fuente:  Eusko Alkartasuna
					
						
                                         	
                                         	
					


