Carlos Garaikoetxea  Carlos Garaikoetxea
  asegura que lleva dos años retirado del primer plano «sin realizar
  declaraciones políticas y ordenando papeles». Su libro de
  memorias le devuelve el protagonismo al descubrir aspectos inéditos de
  los últimos 25 años de quien se ve como «un heterodoxo»
  endurecido por los lances de la política 
  Su recién publicado libro de memorias políticas Euskadi: la transición
  inacabada -siete semanas en récord de ventas- ha roto el silencio de
  Carlos
  Garaikoetxea (Pamplona, 1938) al revelar su trayectoria humana y política
  durante este último cuarto de siglo, y al relatar capítulos claves
  y
  desconocidos de su época como lehendakari.
-¿Qué
  es lo que no ha contado en su libro?
  -He dejado lo que quizá en ocasiones hubiera podido resultar divertido
  pero que no era relevante a los efectos de explicar los hitos políticos
  importantes y pudiera resultar hiriente para algunas personas.
-¿No
  hay pues un ajuste de cuentas?
-No, por Dios,
  a estas alturas, con todas las personas que inevitablemente tienen que ser aludidas
  cuando se habla de 25 años de historia en este país. Es una mirada
  retrospectiva sin ira.
-¿Con
  autocrítica?
-¿Autocrítica?
  Cuando uno tiene tan generosas críticas desde el exterior y cuando ha
  creído actuar con convicción y coherencia durante tanto tiempo,
  no voy a decir que resulte superfluo hacerlo, porque siempre podemos hacer todos
  las cosas mejor, por ejemplo haber tenido más cintura y más flexibilidad.
  Pero de verdad que no he tenido que decir que las cosas las hubiera hecho de
  otra manera. Sinceramente, hay poca autocrítica porque sinceramente relato
  hitos en el devenir político en los últimos 25 años en
  este país en los que creo que hice lo que tenía que hacer en los
  momentos cruciales. Ni habría dejado de negociar el Estatuto, ni habría
  dicho sí a esta Constitución, ni habría aceptado el engendro
  de una interpretación determinada de la LTH ni habría dejado de
  impulsar una tregua indefinida de ETA. Y así sucesivamente. Hay otras
  cuestiones más controvertidas, incluso entre mis propios colaboradores,
  por ejemplo. ¿Habría debido ceder más en la negociación
  con los socialistas que a principios del 87 me pudo volver a llevar a Ajuria
  Enea, según me proponían mis interlocutores? Según los
  patrones habituales de la política, seguramente sí, siendo más
  laxo en el cumplimiento de los compromisos electorales. De verdad a mí
  no me interesa estar en política para ir a Ajuria Enea a cualquier precio.
-Se le ha acusado
  de inflexible.
-Quizá hubiera
  tenido que tener más cintura aunque retrospectivamente todo es mucho
  más fácil. Pero si siendo rígido o firme en negociaciones
  hemos
  llegado a donde hemos llegado y nos han aguado nuestro autogobierno hasta el
  punto en el que lo han aguado, ¿qué no habría sucedido
  si hubiéramos sido más flojos?
-Sale algo malparado
  en su libro el Rey, al que usted asocia con el proceso de involución
  que culminó en la caída de su gobierno.
-En primer lugar,
  también le dedico al Rey Juan Carlos algunas observaciones positivas.
  Pero yo no acepto esa especie de reverencialidad y de tabú que hay en
  torno a la Monarquía. Yo lo que vi fue el testimonio nunca desmentido
  por el propio Rey al que hice llegar una grabación en la que se relataban
  sus supuestas intenciones. Hubo una intervención pero no le doy el carácter
  de causa-efecto. Fue una actuación concurrente en la crisis del segundo
  gobierno, en 1984, en el desmantelamiento de la organización del PNV
  en Navarra, que coincidía con esas indicaciones.
-En la relación
  con Felipe González se advierte una actitud paradójica. En lo
  personal aflora una cierta admiración, en lo político, un juicio
  muy severo.
-Las cosas como
  son. Felipe mantuvo una relación personal, tanto como jefe de oposición
  como de presidente muy agradable en el trato. Siempre tuvo actitudes de gran
  deferencia cuando yo era lehendakari pero en el aspecto político, también
  soy claro, y cuando hago una interpretación del GAL, probablemente señalo
  uno de los aspectos más duros de este libro.
El choque con Arzalluz
  -En torno a la enemistad supuesta entre Arzalluz y Garaikoetxea se ha construido
  casi una leyenda alrededor de la escisión del nacionalismo. ¿Qué
  tiene de real?
-Sí, hay
  estereotipos que por otro lado resultan comprensibles porque siempre que hay
  una crisis hay personas que están encarnando la dirección de
  las partes en liza y todo eso hace que la imaginación popular y la simplificación
  de algunos creadores de opinión conviertan un problema que
  tiene un fondo ideológico y programático en una colisión
  personal.
-Pero, sinceramente,
  ¿el factor personal qué influencia tuvo en la escisión
  del PNV?
-La que suele tener
  siempre en estos casos. Podrá incidir en alguna medida, pero siempre
  secundaria, el carácter o la forma de ser de las personas.
  Siempre hay un liderazgo a la hora de confrontar tesis políticas contradictorias
  y eso es un aspecto secundario aquí también. Insisto, es muy fácil
  simplificar y crear estereotipos.
-¿Admite
  que quizá la forma de ser de Arzalluz le sacaba un poco de quicio?
–No, yo tuve una
  época dilatada en la que viví unas tareas compartidas con amistad
  y apreciando las cualidades de Arzalluz. Pero a mí no me gustaría
  convertir esta entrevista en una especie de referencia más allá
  de lo necesario a la persona de Arzalluz, con el que he firmado en años
  recientes coaliciones.
-«El día
  que Arzalluz se ponga las botas de clavos». En el libro usted recuerda
  esa frase que dirigía a quienes en Madrid ensalzaban el pragmatismo del
  presidente del PNV.
-Es que hubo un
  momento en el que con aquello del famoso espíritu del Arriaga…
-…que usted
  desmonta…
-Sí porque
  recogía una obviedad que nosotros siempre habíamos dicho infinidad
  de veces, que no hay que ser nacionalista vasco para ser vasco.
  Pero eran tiempos en los que el aparato del PNV se llevaba bien con Madrid mientras
  que los que hemos defendido siempre vías civilizadas y poco
  ambiguas éramos los aventureros radicales. Por eso cuando a mí
  me preguntan por la presunta radicalidad de Arzalluz siempre respondo: que hagan
  un
  examen de conciencia los que le entronizaron en los altares en su día
  y hoy le machacan con epítetos inapropiados.
-Eso nos lleva
  a una reflexión sobre el cinismo en la política.
-En la política
  y en la información. Hagamos todos autocrítica.
-En su libro
  enjuicia con severidad a su sucesor Ardanza.
-No, por Dios,
  yo relato hechos no juicios de valor.
-Usted propuso
  sin éxito la primera mesa por la paz…
-Hombre, basta
  con mirar las hemerotecas, siempre he pensado que difícilmente se puede
  hacer una mesa para la pacificación si falta uno de los actores principales.
  La Mesa de Ajuria Enea fue una plataforma de actitudes comunes frente a la violencia
  pero incumplió otras de sus pretensiones. Fue un fracaso y a los hechos
  me remito: ella solita se murió.
-Siempre insiste
  en que fue el primero en decir las cosas…
-Es que hay un
  montón de cosas que dije en su día aunque hoy algunos estén
  empeñados en ignorarlo. Mire la posición del PNV sobre la autodeterminación,
  cuando antes decía que sólo serviría para plantar berzas.
-¿Manda
  hoy en la sombra?
-Podré tener,
  sería tonto negarlo, algún ascendente, pero estoy absolutamente
  apartado de toda participación en responsabilidades directivas
  de partido.
-¿Está
  en contra de la coalición con el PNV en las elecciones forales y municipales?
-Seré leal
  con la dirección de mi partido y con lo que resuelva. Lo normal de un
  partido es que defienda su proyecto y que en circunstancias
  excepcionales la mayoría de la asamblea nacional pueda resolver hacer
  coaliciones. Cuando las ha hecho con el PNV, yo las he apoyado. Cosa
  diferente es adelantarse a una función muy difícil de la dirección
  de un partido como EA, que tiene que estudiar, decidir y negociar en su momento
  la
  coalición que sea.
-¿O sea
  que no está promoviendo una alianza con Aralar, Zutik y Batzarre?
-No patrocino nada.
  No es mi papel. Otra cosa es que yo piense que hay una gran asignatura pendiente
  en el nacionalismo que es articular un espacio de centro izquierda cuando corresponda
  y con quien corresponda. Un mensaje que no tiene por qué resultar incompatible
  con coaliciones con otras fuerzas.
-Su vieja aspiración,
  la de ensamblar el nacionalismo tradicional con un proyecto modernizador de
  centro izquierda.
-Es que históricamente
  el nacionalismo pretendía ser un movimiento omnicomprensivo, en el que
  cupiera todo y dentro del mismo tiene que haber,
  por simplificar, un centro derecha y un centro izquierda. Determinadas fórmulas
  electorales, que a algunos pueden garantizar una reserva de cargos,
  pueden ser interesantes coyunturalmente en determinadas circunstancias, pero
  ojo, si ello conduce inexorablemente al abandono de ese intento histórico.
  Los plazos hacia la soberanía
-Su partido
  se define como independentista. Si tuviera que poner una fecha para un hipotético
  referéndum de autodeterminación, ¿cuál sería?
-Hay que distinguir
  lo que a uno le gustaría, que fuera mañana mismo, con lo que uno
  con buen sentido político tendría que hacer para lograr el mayor
  consenso y solucionar la territorialidad mediante un calendario más dilatado
  en el proceso hacia la soberanía. A lo mejor el periodo hacia la autodeterminación
  hay que acreditarlo en un período en el que quede clara la voluntad de
  nuestro pueblo de manera reiterada.
-¿Estaría
  dispuesto a aplazar quince años el ejercicio del derecho de autodeterminación
  en un referéndum?
-Si con ello se
  resolviera la territorialidad, por qué no. Más que aplazar, quizá
  sería constatar durante quince años una voluntad mayoritaria.
  Quince
  años en la historia de un pueblo no es nada y en aras de una solución
  racional y negociada, es una anécdota.
-Usted es un
  animal político pero dicen quienes le conocen bien que es muy sensible
  al factor humano.
-Gracias a Dios
  que a uno se le vuelve la piel un poco dura porque si no sería insoportable.
  Frente a quienes me han considerado una persona distante
  soy todo lo contrario.
-Una persona
  que se conmueve con facilidad…
-Sí, quizá
  más de lo aconsejable. Soy muy sentimental pero la vida da muchos palos.
Alberto
  Surio. diariovasco.com
Jatorria:  Eusko Alkartasuna
					
						
                                         	
                                         	
					


