La conferencia de Artur Mas, ex president de Catalunya, y Juan José Ibarretxe, ex lehendakari, el miércoles ha generado una considerable expectación, dejando constancia de que a la sociedad vasca le interesa el derecho a decidir.
Eusko Alkartasuna fue la primera fuerza abertzale en hablar del concepto de principio democrático por la vía de sus contactos con el soberanismo de Québec y hoy en día ésta es la vía más ampliamente reconocida para caminar hacia la independencia. No podría ser de otra forma, porque lo que el principio democrático significa dejar la decisión sobre el futuro de un país en manos de su ciudadanía: la democracia como principio. Por eso, constituye una de las bases del nacionalismo cívico, del soberanismo del siglo XXI, y pone la voluntad de la ciudadanía por encima de la legalidad vigente, con el simple razonamiento de que la legalidad debe responder al deseo de la ciudadanía y no al revés.
Asumida la defensa del principio democrático, ser coherente es premisa indispensable para desarrollar el camino hacia la soberanía. Ahí es donde las experiencias de los exmandatarios Mas e Ibarretxe difieren. El ex lehendakari hizo un tremendo ejercicio de elipsis –asumido con enorme generosidad por las casi 2.000 personas que llenaron el Kursaal- para contar su experiencia con el plan que lleva su nombre sin nombrar a la dirección de su partido, con Josu Jon Imaz al frente, como uno de los principales factores que impidieron desarrollar aquella reforma del marco político.
De hecho, el empuje del partido que sustentaba al lehendakari constituye la principal diferencia entre el breve proceso soberanista vasco y el catalán, en el ámbito estrictamente político, porque no se puede obviar que nuestra historia de violencia no ayudó, aparte de por los condicionamientos éticos, también porque impidió la unidad del movimiento independentista. A Mas su partido le apoyó. Y desde Euskal Herria debemos decir que le apoyó contra todo pronóstico además.
A Ibarretxe, no le apoyó, como no le apoyó el miércoles en la conferencia, donde las asistencias de jeltzales se volvieron a quedar en el marco personal pero con las destacadas ausencias del propio presidente del partido, de Iñigo Urkullu y de todos los miembros de su Gobierno.
Estas ausencias reflejan claramente que la práctica del PNV no se corresponde con el discurso del lehendakari Ibarretxe, ni ahora ni en 2004-2005. Eusko Alkartasuna fue la valedora de aquella estrategia. Fue la exigencia de Eusko Alkartasuna la que hizo posible que el PNV hiciera el recorrido del Plan Ibarretxe, siquiera en el plan teórico y el problema fue que lo hizo en lo estrictamente institucional, pero no en lo político –ámbito en el que la dirección jeltzale directamente obstaculizó el proceso para posteriormente paralizarlo. Y fue la constatación de que con el PNV no se podían dar pasos adelante en materia de soberanía y construcción nacional lo que llevó a Eusko Alkartasuna a cortar el trabajo en común con los jeltzales.

Por eso, en el ámbito que más falta hace que cale el discurso del exlehendakari es en el propio PNV. Si las bases jeltzales imponen un cambio en la dirección será posible ese trabajo en común entre instituciones y sociedad que reivindicaron tanto Ibarretxe como Mas. Será posible llegar al escenario en el que está Catalunya.