Gorka Knörr Borràs La gigantesca huelga
general que paralizó Italia el pasado 16 de abril de 2002 supone para una
gran mayoría de los italianos la emergencia de un movimiento de oposición
real y concreto revalidado durante esa jornada por manifestaciones que han congregado
a varios millones de ciudadanos a lo largo y ancho del país.

El detonante no
ha sido otro que la intención del gobierno italiano de abolir el articulo
18 del estatuto de los trabajadores, con el que se obliga a las empresas a reincorporar
a los trabajadores despedidos de un modo improcedente. Pero el malestar ha calado
hondo tras las graves acusaciones de destacados lideres del actual gobierno,
con Bossi a la cabeza, contra los sindicatos, descalificaciones que han pretendido
desprestigiarlos, e incluso criminalizarlos.

En efecto. Durante los días que precedieron la convocatoria de la huelga
general, desde el gobierno de Berlusconi se pretendió establecer una
burda conexión entre los autores del cobarde asesinato del asesor del
ministro de Trabajo e impulsor de la reforma laboral, el economista Marco Biagi,
y los sindicatos, sin otra intención que la de deslegitimar y contrarrestar
los movimientos de protesta contra la reforma laboral.

Este movimiento social, sin precedentes en Italia en los últimos 20 años,
y que ha movilizado a un total de siete millones de ciudadanos, no es resultado
ni de la intransigencia de los sindicatos, ni del capricho de un líder
carismático como Sergio Cofferati ­secretario general de la poderosa
CGIL­, sino la patente demostración de la profunda crisis que atraviesa
ese país, y el síntoma más inquietante de la ruptura del
dialogo social. Esa ruptura y el consiguiente deterioro del clima social se
ha producido como consecuencia de la llegada al poder de Silvio Berlusconi,
un primer ministro al que vemos aparecer escoltado por el líder del reconvertido
Movimiento fascista italiano (MSI), Gianfranco Fini, y por el populista y racista
Bossi. Este trío forma la nueva alianza de gobierno que ha alzado a la
presidencia del Consejo italiano al magnate de la prensa transalpina.

El concepto neoliberal de las relaciones laborales, que consiste básicamente
en tratar a los trabajadores como meras mercancías de uso mientras son
rentables y un estorbo del que hay que librarse cuando ya no interesan, está
alcanzado todo su apogeo también en Italia, de tal modo que las referencias
a la política de Margaret Thatcher es ya una constante en Berlusconi
y sus ministros, que ven en el pulso victorioso a los mineros ingleses llevado
a cabo por la dama de hierro un modelo de relaciones entre agentes sociales
a imitar en Italia.

Mano dura social que está preocupando incluso a sectores significativos
de la patronal, porque si es cierto que Italia tiene una de las tasas más
elevadas de desempleo de Europa, la liberalización total del mercado
del trabajo no ofrece garantías como política milagrosamente paliativa
del problema, porque la competitividad de las empresas requiere también
un mínimo de sosiego social. Y este debate italiano no hace sino anticipar
el que tendremos pronto en el Estado español, si las intenciones de política
laboral del Partido Popular se materializan.

El escenario italiano que hemos podido visualizar estos días es el primer
eslabón europeo de un amplio frente social para hacer frente a los efectos
más indeseables de la mundializacion, que al parecer no es otra cosa
para algunos que la ley de la selva y un sálvese quien pueda ante las
políticas monetaristas y asociales de los señores de la nueva
economía, en tanto que, nuevamente, los trabajadores y las clases medias
progresistas tendrán bien poco que ganar.

Pero además de eso, lo que también observamos desde Euskadi es
cómo el síndrome americano del 11 de Septiembre lo termina contaminando
todo y cómo aquel trágico e injusto suceso puede ser utilizado
con oportunismo en situaciones tan diversas como variopintas. Berlusconi, para
mermar legitimidad a los trabajadores italianos, recurre a la fácil amalgama
entre los fanáticos grupúsculos de la casi extinta organización
de extrema izquierda Brigadas Rojas y uno de los movimientos sindicales más
representativos y serios de Occidente, como es el movimiento sindical italiano.
Un gobierno que permite que en la ciudad de Salo a orillas del Lago de Garda,
capital de la Italia fascista, su alcalde Giampiero Cipari del partido Forza
Italia de Berlusconi, esté impunemente promoviendo la creación
de un museo a la memoria de la figura histórica de Mussolini y a su República
Social Italiana. Acto inaceptable y provocador que pisotea a la cara de Europa
sus valores democráticos fundacionales más elementales.

Como se ve, Aznar no ha inventado nada cuando se niega a condenar el alzamiento
militar de Franco o cuando asocia al conjunto del nacionalismo democrático
vasco con ETA, mediante juegos sucios que desde la intransigencia política
de Madrid retroalimentan el polo de la intransigencia de la violencia de ETA
y de la política seguidista de aquélla, por parte de Batasuna.
La estupidez también tiene sus santuarios y ramificaciones internacionales.

Fuente: Eusko Alkartasuna