Carlos Garaikoetxea
Como suele recalcar, le gusta «mirar hacia atrás sin ira».
Carlos Garaikoetxea se agarra a esta expresión como flotador de la memoria,
para no naufragar entre el tiempo ya transcurrido y ese mar de fondo que siempre
soterra la política.

El suyo fue, en definitiva, hacer camino al andar en aquellos inicios del autogobierno
vasco en el marco de una transición democrática aún cogida
con hilos y más de un despunte. De aquella época guarda gratos
recuerdos, alguna que otra cicatriz en el alma, y el pose de quien se sabe lehendakari
para siempre por el reconocimiento expreso del Parlamento vasco.

¿Se recuerda como un amateur de la política en aquel 1980?

Sí, pero como también lo eran los demás. Compaginábamos
profesión y política…

¿Ilusión y dificultades a partes iguales?

Más o menos. Era el marco de una gran ilusión para los nacionalistas.
Todos teníamos la sensación de que en ello iba también
el cambio de nuestras vidas.

¿A Ajuriaguerra se lo llevó a la tumba la desilusión
de no ser elegido presidente del Consejo General Vasco?

No, no lo creo. Era un hombre acostumbrado a luchar. Aquello fue una contrariedad,
tanto para él como para nosotros, que no concebíamos que alguien
que había sido una figura indiscutible del nacionalismo no fuera la persona
elegida, salvando la dignísima persona de Ramón Rubial.

¿Quién le convenció a usted para ser lehendakari?

Nadie en particular. Son situaciones que, imperceptiblemente, te van envolviendo.

Arrancando de la Asamblea del PNV en Iruña, en 1977.

Sí. Me veo presidiendo esa Asamblea y después me eligen presidente
del EBB.

Sin abandonar su trabajo personal.

Es que éramos, como he dicho, amateur hasta detalles insospechados hoy.

Vivir en un hotel o costearse viajes…

Detalles así, por ejemplo. Amateurs, pero que nos iban envolviendo nuevas
responsabilidades.

¿Cómo recuerda la vuelta de Leizaola?

Su recibimiento fue apoteósico y emocionante porque así se lo
merecía quien hizo gala de un sacrificio. Leizaola permaneció
en el exilio mientras no existiera un Estatuto como mínimo homologable
al del 36, a pesar de que ya contábamos con un gobierno provisional.

Del cielo a la tierra… De esa ilusión inicial a la quiebra del nacionalismo
con la izquierda abertzale como referencia.

Arrancó de la vía divergente entre quienes apostaban por la estrategia
violenta y quienes respaldaban la vía institucional. Esa fue la primera
piedra de ruptura.

Y la segunda, en el seno del PNV.

Mirando hacia atrás sin ira… Es un asunto que hay que encajarlo en
su tiempo. El nacionalismo histórico era más un movimiento que
un partido clásico. Era lógico que afloraran dos versiones como
históricamente se había intentado en más de una ocasión
con ANV y PNV, y otros proyectos bien intencionados, de laboratorio, pero que
tampoco cuajaron.

¿Hubo desencadenantes concretos?

Principalmente, la discrepancia sobre la manera de organizar el país.
Lo que sí era una necesidad inexorable es que hubiera una versión
socialdemócrata del nacionalismo vasco y otra versión democristiana.

¿No hubo otro motivo, digamos, más prosaico?

¿A qué se refiere?

A la diferencia entre quienes defendían que el ritmo debía
marcarlo el EBB y quienes apostaban porque fuese la Administración la
locomotora…

Cuando hay bicefalias es lógico que se produzcan disfunciones. Lo que
ocurre es que en aquellos momentos hubo también diferencias importantes
en delimitar incluso las funciones de cada institución.

¿Arzalluz y Garaikoetxea son dos figuras irreconciliables?

Por lo que a mí se refiere, con independencia de tener en la memoria
momentos duros y difíciles, miro al pasado sin ira. Todos hemos cometido
errores, pero tampoco podemos caer en la simplificación de pensar que
aquí sólo existiera un problema de incompatibilidad entre Arzalluz
y yo. Las cosas eran más profundas y a la larga ha rendido frutos interesantes.

¿Cuáles?

Que haya cuajado un proyecto socialdemocrático entre el mundo nacionalista.
Era un error el resignarse a que aquí hubiera una especie de dicotomía
perpetua entre nacionalistas y socialistas o socialdemócratas.

Hablando de errores… ¿Hubiera cambiado algo del compromiso vasco
hace 25 años con el autogobierno?

Sin jactarme más de lo debido, creo que hicimos lo que teníamos
que hacer.

¿No debieron tomar más cautelas?

Ante los fraudes de que ha sido objeto el Estatuto, sin duda. No obstante, un
texto básico siempre que tiene que tener muchos conceptos indeterminados
y muchas lagunas que luego dependen de la buena voluntad política. Es
así en todas las cosas.

Visto lo visto, con un Estatuto en estado de rebajas permanente, ¿diría
que esta vía empieza a estar agotada?

Estoy convencido de ello. El Estatuto resolvió problemas de urgencias,
pero ha cumplido su papel histórico. La vía que se definió
hace 25 años con el Estatuto empieza a estar ya agotada.

Entonces, ¿agua ya pasada?

Es difícil devolverle ya sus virtualidades iniciales por todo el entramado
de leyes que el poder central, unilateralmente, ha ido tejiendo. De manera que,
como sucede en la vida, es más fácil hacer un edificio nuevo que
recomponer el actual.

¿Es el momento para abrir nuevas vías?

Estamos en un momento histórico en el que existe una mayor maduración.
Hay observadores exteriores que condicionan la vida española para que
ésta sea más democrática. En este sentido, por vías
de civilidad, sin estrategias violentas y con una revitalización de las
ilusiones de nuestro pueblo, hay que afrontar un replanteamiento del autogobierno
en este país.

¿Con qué pilares para este nuevo edificio?

Hay dos problemas que no podemos perder de vista: la territorialidad y la soberanía
o el nivel de autogobierno, como se quiera llamar.

Es necesario conciliar posturas para ir en esta dirección.

Eso es lo más complicado, aunque es necesario. Algunos partidos, como
el PSOE, deberían reconsiderar sus actuales posiciones para buscar una
forma de concordia de tipo cuasifederal.

¿Por qué hablar de soberanía termina resultando un problema?

Por la estrechez de algunos planteamientos. La soberanía es susceptible
de fórmulas asumibles en un país plural como éste.

Con pasos previos…

Sí. Es necesario que exista un sentimiento nacional mayoritario. Hay
que pensar en procesos graduales.

Si me permite, inimaginables sin ausencia de violencia.

Es fundamental que exista un clima de paz. Estos temas deben trabajarse en un
clima de sosiego político, sin que la sociedad esté conmocionada
por situaciones de tensión violenta. Sólo en ese marco se puede
verificar la voluntad real del autogobierno para ejercer más adelante
el derecho de autodeterminación.

¿Ve a Euskadi como Estado?

Sí, sin ningún género de dudas. EA nunca ha ocultado ese
objetivo estratégico.

¿También al día de hoy?

Hoy lo comparto más que nunca, pese a quienes a veces desde el propio
nacionalismo han visto marchitar sus esperanzas y hablan de quimeras irrealizables.
En este siglo han cristalizado la mayoría de los proyectos nacionales
existentes en el mundo y el pueblo vasco es tan pueblo o más que tantísimos
estados que se han constituido.

¿Por qué donde usted ve nacionalismo otros ven regionalismo?

Entiendo que dentro de la reivindicación de autogobierno, por pragmatismo,
o por mayor o menor coraje, existen diferentes actitudes y tonos en la demanda.
La supervivencia de un pueblo pequeño como el nuestro, rodeado de estados
que presionan como España y Francia, necesita de ese poder político
para poder maniobrar.

Sin embargo, el margen de actuación es bien escaso. Aznar presiona
y ETA no cede.

No es fácil, es verdad. Sin embargo, no todo tiempo pasado fue mejor.
Desde el primer momento tuvimos problemas para desarrollar el autogobierno y
hoy siguen.

¿Esta derecha es la de su época?

No. La derecha de aquellos tiempos era más discreta, seguramente por
su mala conciencia, después de una dictadura de tantos años de
derechas. Ahora se ha desmelenado. En ese sentido, veo difícil que las
cosas cambien sustancialmente con esta derecha, pero las cosas tampoco se resuelven
en dos días.

En cambio, ETA ha probado el sabor de la tregua y ni aun así dulcifica
su apuesta

Y con ello, el problema lo seguimos teniendo dentro de casa si el MLNV no ofrece
un giro. Resulta triste y paradójico que la época de esperanza
que se produjo hace tres años se viera frustrada por la reacción
del gobierno español.

¿Miedo a lo desconocido?

El gobierno español y sus adláteres vieron claramente que se inauguraba
una época muy importante para el nacionalismo vasco con la desaparición
de la violencia y reaccionaron de manera fulminante contra el nacionalismo.

Pero quien rompió la tregua fue ETA.

Es que, de ahí la paradoja, quienes no entendieron ese fenómeno
eran los más llamados a entenderlo, como fue el MLNV durante la tregua
y lo que la tregua permitía.

¿Le conviene al PP esta situación para que su mayoría
absoluta termine enraizando entre el electorado?

Es duro decirlo en esos términos, pero, evidentemente, le preocupa más
que el goteo trágico de los atentados la posible acción del nacionalismo
vasco, como ya se demostró con el alto el fuego de ETA. Tiene miedo a
que el nacionalismo pueda acreditar sus planteamientos mayoritarios en las instituciones.

Cirilo Dávila deia.com
Fuente: Eusko Alkartasuna