Joseba Azkarraga. Consejero de Justicia, Empleo y Seguridad Social El clima de alta
tensión, cuando no de rabioso enfrentamiento, que precedió a las
elecciones del 13 de mayo de 2001, tiene todavía hoy su estela en nuestra
Comunidad. Uno se explica que quienes porfiaron todo su objetivo político
a la derrota del nacionalismo vivieran un inicial desconcierto ante unos resultados
adversos a sus intereses. Pero nada justifica que un año después
se empeñen con especial ahínco en presentar como particular eje
del mal a ese nacionalismo que contó con el apoyo de más de 600.000
vascos.
Los trescientos
sesenta y cinco días transcurridos desde que la ciudadanía vasca
acudió a las urnas han sido escenario de múltiples acontecimientos,
pero ninguno más condenable que los teñidos por la sangre provocada
por ETA. Es cierto que la organización terrorista ha hecho siempre caso
omiso de los múltiples pronunciamientos que en su contra ha manifestado
la sociedad vasca durante muchos años. No es menos cierto que nunca como
en el 13-M las urnas le dieron la espalda.
Sin embargo, ni
ETA ni quienes de manera incomprensible a la razón siguen justificando
la violencia para el logro de objetivos políticos sacaron conclusiones
novedosas de aquellos resultados. Los hechos nos demuestran lo contrario. Lo
sucedido a lo largo del año pone en evidencia que quienes se erigen en
defensores del pueblo vasco no tienen el más mínimo reparo en
continuar matando a miembros de este pueblo, por el mero hecho de no pensar
como ellos. También ha quedado claro que quienes esgrimen a diario la
Declaración de Derechos Civiles y Políticos, y hablo de Batasuna,
son incapaces de exigir en voz alta el respeto para el primero de los Derechos
Humanos de sus conciudadanos -el de la vida- sin el que nada podremos ser ni
construir, ni decidir.
No obstante, este
polo escasamente autocrítico que se exhibe inmune a los mensajes de la
sociedad a la que pretende redimir, encuentra ahora un apoyo clave para su autojustificación
en el otro polo, que se muestra igualmente refractario a entender lo que los
ciudadanos expresaron hace un año en las urnas. Y me refiero en concreto
a un Partido Popular empeñado en la estrategia de la tensión,
como único referente visible de su política en el País
Vasco.
Yo no discuto
el legítimo interés de la derecha en acceder al Gobierno de esta
Comunidad y en disputar par ello el apoyo social del que hoy gozan otras fuerzas
políticas. Lo que pongo en cuestión es que pretenda lograrlo convirtiendo
a sus adversarios -a todos- en peligrosos y despreciables sujetos por el hecho
de ser nacionalistas vascos, que piensan y sienten su país y apuestan
por él. Me parece grave y denunciable la obsesiva y estudiada determinación
con la que el Gobierno de José María Aznar, y el partido que lo
sostiene, desarrollan una estrategia que burla nuestro autogobierno y degrada
aún más la ya maltrecha convivencia en este país. ¿A
qué viene, si no, la decisión de recurrir in extremis los presupuestos
de la Comunidad Autónoma ante el Tribunal Constitucional?
Porque siendo
cierto que todos los partidos atienden, quizás en exceso, a una dinámica
electoral que, en última instancia, desvele el grado de sintonía
que su proyecto encuentra entre los ciudadanos, no se puede sostener la acción
política basada sólo en la búsqueda del voto y, menos aún,
sacrificar de modo permanente a ese objetivo la perentoria necesidad de conseguir
y sostener la convivencia.
Buena parte del
mensaje que los ciudadanos trasladaron el 13-M en las urnas reclamó el
fin de un ácido y terco rifirrafe con el que todos perdemos. Los vascos
no renunciamos a la pluralidad, queremos una sociedad en la que quienes piensan
de distinta manera puedan llevar sus acuerdos o desencuentros de forma civilizada.
Para ello confiamos, de modo mayoritario, la tarea de Gobierno a quien se propone
construir una sociedad habitable para todos. Ni Batasuna ni el PP entendieron
el mensaje y, un año después, tampoco lo han descifrado.
No los igualo,
los comparo. Y me permito sospechar que ambos se necesitan para alimentar sus
discursos en una endemoniada dialéctica de la que cada cual quiere sacar
sus réditos. Es la estela que aún perdura de los prolegómenos
de un 13-M que los dos polos quieren ignorar y que, sin embargo, se produjo
como ni unos ni otros previeron. Conviene, por eso, recordar que sucedió.
No ignoremos,
tampoco, como sucedió. Y aludo a un acoso mediático sin precedentes
en contra de quienes defendíamos una opción política, por
entender que era la mejor para nuestro pueblo. A muchos les sorprendió
la virulencia del ataque, pero no a otros, entre los que me encuentro, porque
hace tiempo sabemos lo que cuesta no ir al pairo del poder y sus largos brazos.
Así y todo,
no estará de más que todos en esta sociedad, y también
los medios de comunicación, hagan una autocrítica sobre su papel
en la crispación política de este País. Como ciudadano
de este pueblo, que ha vivido sus luchas y sus anhelos desde la juventud, me
felicito hoy de que el 13-M me brindara la oportunidad de observar la ilusión
recobrada de nacionalistas que, por uno u otro motivo, permanecían casi
ajenos a la buena lid política. Salieron a las urnas para manifestar
que estaban ahí, en medio de aquella disparatada campaña, en defensa
de nuestro pueblo.
Creo que en un
año hemos avanzado en el cumplimiento de nuestros compromisos electorales.
Y daremos más pasos. Mi partido, y yo como miembro de EA, tenemos la
firme voluntad política de no detenernos en esa apuesta por la defensa
de todos los derechos, empezando por el de la vida; de no cerrar puertas a un
diálogo sincero entre todas las fuerzas políticas para acordar
las mejores vías de futuro y de reivindicar el derecho a la libre determinación
de nuestro pueblo. Es una cuestión de lealtad a nuestras ideas y a todos
los ciudadanos que nos apoyaron.
Fuente: Eusko Alkartasuna