Libertad y seguridad Tras la incalificable actuación de un poderoso
y difuso enemigo de la libertad que se ha cobrado varios miles de víctimas inocentes
en EE UU -algo reprobable con toda energía, y ante la cual no cabe sino mostrar
toda la solidaridad humana de un pueblo pequeño como el nuestro-, se vienen
expresando diversas manifestaciones por parte de diferentes personas, diplomáticos,
jefes militares y representantes gubernamentales, como adhesión a lo que consideran
de justicia. La apertura de periódicos e informativos de radio o televisión
nos induce a pensar que estamos en los albores de una nueva guerra -algunos
incluso la han calificado de Tercera Guerra Mundial- a desarrollar contra un
enemigo etéreo y opaco, en torno al cual se sitúan diferentes referencias ideológicas,
ligadas a las culturas, nacionalismos, el islamismo y las religiones.
Lo que está claro es que los atentados de Nueva
York y Washington del pasado 11 de septiembre suponen el comienzo de una nueva
era, previsiblemente de un nuevo orden internacional, donde nos jugamos la libertad
y la seguridad de las naciones y pueblos del mundo, y donde también está en
juego el hecho de que la garantía de seguridad que demandan los ciudadanos de
tan diversas latitudes no se contraponga a la libertad de los pueblos libres,
o a la de los que, sin serlo, aspiran a ella.
El 10 de diciembre de 1998 se celebró el 50°
aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y con motivo
de dicha efeméride el Departamento de Justicia, Trabajo y Seguridad Social del
Gobierno vasco desarrolló una intensa campaña en defensa de ‘todos los derechos
humanos para todos’, emplazando a las autoridades y sintonizando con la ONU,
exigiendo que dicha defensa implicara pasar de las palabras a los hechos. ‘Hitzetatik
ekintzetara’. Es evidente que el nuevo orden internacional que acompañe a la
nueva era iniciada debe huir del sonido de los tambores de guerra y debe, de
la misma forma, asentarse en la lucha por la paz, lo que implica desarrollar
una intensa actividad diplomática internacional que abogue por criterios que
se han venido acordando por la ONU y el conjunto de los parlamentos europeos
-incluido el vasco-, es decir, criterios de defensa de la pluriculturalidad,
multietnicidad, y defensa de la libertad de las personas y de los pueblos. Hay
que hablar, y sobre todo actuar, en la defensa de los derechos humanos, individuales
y colectivos, y es preciso hacerlo sobre las causas de la discriminación existente
entre unos y otros mundos, sea cual sea el origen de esta discriminación. Esta
actuación debe estar guiada por esos criterios y resoluciones de los foros internacionales
antes señalados, concediendo prioridad a la resolución de conflictos por vías
pacíficas y democráticas. Solamente así evitaremos introducirnos en otra guerra
que, como tantas veces se ha dicho, se sabe cómo empieza pero no cómo acaba.
La solidaridad con las víctimas del pueblo estadounidense
debe pasar por la defensa de la libertad -Declaración Universal de los Derechos
Humanos- y el conjunto de convenios y tratados internacionales válidamente suscritos
por el conjunto de pueblos y naciones libres, o asumidos por quienes, aun no
disponiendo de las libertades proclamadas en esa carta que simboliza la dignidad
humana, asuman el principio conductor del qué hacer de cada individuo y, cómo
no, de los parlamentos y gobiernos del planeta.
Algunas voces y artículos que llaman a reducir
nuestras libertades civiles en beneficio de la seguridad están haciendo un flaco
favor a la lucha por la defensa de la libertad y de la paz, pues sirven a lo
que pretenden la violencia y el terrorismo, es decir, a ubicarnos en el ‘cuanto
peor, mejor’. Se caería así en el contrasentido de alimentar determinadas justificaciones
que se dan en sectores de la población, que verían mermada, reducida e incluso
reprimida su libertad sobre la base del valor supremo de la doctrina de la seguridad
nacional.
La tragedia de EE UU afecta al conjunto de la
comunidad internacional, y hoy más que nunca se hace necesario cumplir escrupulosamente
el derecho internacional. Sin perjuicio de la adopción de las medidas necesarias
que haya que tomar para combatir la violencia sin límite, es preciso asentar
dicho combate en el diálogo entre quienes somos firmes defensores de las libertades
individuales y de la libertad de los pueblos, pues sólo sobre éstas se puede
edificar y alumbrar un nuevo orden internacional asentado en la paz y en la
justicia, es decir, en una paz asentada en derechos, concepto de paz radicalmente
enfrentado a la ‘paz’ que nacería del éxito militar frente a poblaciones civiles,
lo que conllevaría el incremento del odio y la confrontación intercultural entre
distintas culturas y religiones.
El binomio libertad-seguridad, es decir, la defensa
de los valores que representan los textos internacionales exponentes de la libertad
por una parte, y, por otra, la adopción de medidas de seguridad, previo diálogo
en la comunidad de pueblos y naciones, su proporcionalidad y la revisión periódica
de su eficacia, nos sitúa a todos, particularmente a los ciudadanos de Occidente,
en la necesidad de asumir el reto del nuevo milenio en claves de libertad y
de seguridad acordes con los principios rectores establecidos por Naciones Unidas
con motivo de la efemérides del citado 50° aniversario. De lo contrario, se
echarían por tierra tanto los logros obtenidos por la Humanidad desde entonces
hasta hoy, como las enseñanzas de otros conflictos bélicos.
Fue precisamente un paisano de Bush, y uno de
los padres de la independencia norteamericana, Benjamin Franklin, quien afirmó
que no existe ninguna paz mala, ni ninguna guerra buena. Euskadi, un pueblo
pacífico y democrático, debe transmitir allá donde pueda, en cualquier instancia
europea e internacional, los valores que como pueblo defendemos y practicamos,
y su firme voluntad de combatir por medios políticos, pacíficos y democráticos,
cualquier intento que pretenda subvertir el orden internacional, sea por procedimientos
de terrorismo organizado o cualesquiera otros. Ése es el único camino para avanzar
en la configuración de sociedades más justas, equilibradas, democráticas y soberanas.
Fuente: Eusko Alkartasuna