Azkenean hemen, gaur, frankismoari ezezko borobila esango diogu, Altxamendu militar faxistari ezezko borobila emango diogu. Eta biktimei, familiei, urteetan zehar dena aguantatu dutenei, duintasunarekin aguantatu dutenei, orain, lehen bezala, baina orain jada ofizialki, esango diegu harro izateko mementoa heldu dela. Ordua zen Nafarroako politikariek baietz esateko biktimei, eta Altxamendu militarraren kontrako jarrera zuzena eta garbia agertzeko. Ordua zen. Beraz, momentoa da behin betikoz honekin bukatzeko, eta familia horiek, hor daudenak eta baita hemen ez daudenak, jada harro egon daitezen atzean geratu zirenengatik.

Por problemas de incapacidad para que todos los invitados tengan los cascos suficientes para entender, voy a continuar en castellano. Hoy debo empezar por agradecer a la asociación de familiares de víctimas, de fusilados, de represaliados del año 36 el esfuerzo y el trabajo que han hecho; el esfuerzo de aguantar durante años y años todo tipo de humillaciones por ser lo que eran, víctimas de un alzamiento militar fascista, y el esfuerzo que han hecho para obligar a este Parlamento y a los representantes de la ciudadanía navarra a que tuviéramos un pronunciamiento oficial hoy aquí en contra de ese alzamiento militar que les ha hecho sufrir durante años y años.

El acuerdo y los textos después de su presencia en este Parlamento es lo que hoy hemos aprobado.

No hemos aceptado ningún cambio a ese acuerdo, aun cuando las palabras del arzobispo Sebastián así lo pedían, y no lo hemos aceptado, que quede claro, porque entendíamos que tenían prioridad aquellas y aquellos que durante años han sufrido, y es innegable que van a seguir haciéndolo después de hoy, la pérdida de los seres queridos y las humillaciones en consecuencia.

Es hora de aceptar lo que sucedió, de reconocer lo terrible. No puede haber ninguna justificación ante asesinatos masivos, desapariciones de personas, humillaciones, robos de bienes familiares, puestos de trabajo. No puede haber ninguna justificación ante todo lo que sucedió, ante aquel movimiento fascista en contra de la República legítimamente constituida, dictadura del general Franco
después, amparada por falangistas y requetés que anduvieron cómodamente por nuestra tierra de cuneta en cuneta hasta que la propia situación de desquiciamiento de los primeros nueve meses obligó a justificar aunque fuera con juicios sumarísimos, sin ningún viso de legalidad, al menos a hacer papeles.

Una ideología ultraconservadora, mesiánica en las formas, asesina de personas y de ideas, que hoy necesariamente tenemos que condenar, y todo ello frente a un régimen, a una república legalmente constituida.

Justificaron los asesinatos basándose en la fe, colocaron bajo palio a los asesinos, fueron unidos en lo universal del asesinato masivo y humillación de hombres y mujeres de nuestra tierra, y todo ello contra el comunismo, todo ello justificado contra lo que les vino bien, contra pretendidas revoluciones que estaba haciendo la población en el Estado español aquí, en Cataluña, en lo que hoy es la Comunidad Autónoma Vasca, pretendidas revoluciones que aunque hubiera sido así, en todo caso era derecho del pueblo que había elegido.

Se unieron los sectores más conservadores Iglesia, Ejército, derecha caciquil evidente en Navarra, y decidieron limpiar lo que no querían: republicanos de todos los colores, obreros socialistas organizados, intelectuales de todas las ideologías, gobiernos democráticos como el vasco o el catalán. Todo valía.

Y, después, la dictadura, años de paralización y de miedo, de humillaciones, de bajar la cabeza, de aberraciones, de prepotencias. Da asco recordar aquella estética cutre y triste, con protagonistas cuneteros de medio pelo que se han muerto en la cama o llevan camino de morirse en la cama tranquilamente, que se han enriquecido robando las propiedades de otros, muchos hoy aquí presentes; chulerías como aquellas del alcalde mi pueblo que obligaba a usar medias a las señoras porque a él así le había parecido; robos sistemáticos, después de asesinatos masivos, que obligaban a quitar el salario a trabajadores para construir iglesias, también en mi pueblo.

Al final, miles de personas sufrientes, miles de personas humilladas.

Hoy no voy a hablar aquí de perdón, eso es difícil hacerlo, además, queda en el espacio de lo individual y yo no soy quién para pedir perdón para nadie, porque para ser perdonado hay que pedir perdón y hay que querer ser perdonado, y en eso allá cada uno, yo no soy quién.

En lo que a mí y a mi familia afecta ya tomamos la decisión pertinente. No soy quién para pedir a esas personas que están arriba que perdonen lo que probablemente se puede definir como imperdonable. A las familias, a estos que están aquí y a los que no están, hay que resarcirles de las humillaciones
que han soportado durante años.

La pena no se la podemos quitar, no nos la podemos quitar, ésa irá con nosotros el resto de nuestras vidas, pero debemos ayudarles a reencontrarse con los suyos, a favorecer experiencias como la de los estudios Aranzadi, que han demostrado que se puede, y además con cálculos, costos, etcétera, recuperar lo que queda de aquellos seres queridos.

No podemos enterrarlos sin más, humillados en el silencio de esa sociedad navarra que durante años ha estado callada porque estaba absolutamente mediatizada por aquella dictadura que impedía siquiera reconocer la pena en público.

Hechos desgraciados en Navarra hay muchos, larga sería la lista, pero cómo no hablar de Sartaguda, le llamaron el pueblo de las viudas, cómo no hablar de un pueblo en el que todas las desgracias se pueden concentrar en muy poco terreno; cómo no hablar de Lizarra y de Fortunato Aguirre; cómo no hablar del fuerte de San Cristóbal, en el monte Ezkaba, recuerdo dolorido para muchos; cómo no hablar del padre Hermenegildo, de Lizarra, que en los Capuchinos, al ir confesando a la gente, decía a los familiares que, efectivamente, su ser querido había sido asesinado en la prisión de Torrero y cuáles eran los medios, herencias, etcétera que había encomendado, pues ésa era la única manera de decirlo; cómo no recordar esto.

Cómo no recordar a Marino Ayerra, sacerdote en Altsasu, con el libro No me avergonzaré del Evangelio, titulado así, aunque creo que con cierta incorrección, que murió en el exilio y que gracias a él recordamos lo que pasó entonces.

Cómo no recordar a Goikoetxea, de Izquierda Republicana, en Altsasu también. Cómo no recordar en Iruña a concejales socialistas, a Corpus Dorronsoro, etcétera, personas de todas las ideologías que fueron asesinadas porque pensaban distinto a la jerarquía entonces imperante, jerarquía que contó con la connivencia de la jerarquía católica, a pesar del arzobispo Sebastián.

Hablo de la jerarquía católica únicamente, no de las bases ni de la creencia religiosa, eso es otra cosa, no contra la creencia, sí contra la jerarquía católica del cardenal Goma, de Marcelino Olaechea, de Santos Beguiristáin, etcétera. Iglesia que santificó a quien colaboró activamente con los de un bando y que en la carta de los obispos españoles del año 37 dijo claramente que aquello era una cruzada nacional en contra de todos los demás, y está escrito, no me lo estoy inventando yo, a los hechos me remito, a las pruebas de la carta pastoral que entonces se envió me remito.

Todo ello fue la victoria real del general Franco y de la dictadura franquista, el silencio y la represión de la memoria. Terror vestido de legalidad con el único objetivo de apropiarse del bien ajeno en el sentido más amplio, el material quizás sea el menos importante, pero, desde luego, el de la memoria y el de la dignidad.

Por eso, os quiero agradecer otra vez el esfuerzo que habéis hecho por obligarnos a estar aquí hablando de lo que estamos hablando, y termino como vosotros planteabais, recordando a aquellas personas que murieron por la libertad y la justicia social, mujeres y hombres de bien que hoy son resarcidos humildemente por todos nosotros.

Gracias por vuestros esfuerzos, familiares de las víctimas.

Fuente: Begoña Errazti