Esther Larrañaga Galdos Durante la pasada semana, con ocasión de la celebración, el 2 febrero, del Día Mundial de los Humedales, se han desarrollado en todo el mundo, y también en Euskadi, numerosos actos de divulgación y sensibilización sobre la trascendencia de cuidar y proteger estos auténticos tesoros ambientales que, en nuestra comunidad, tienen su estandarte en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y el parque ecológico de Txingudi, conocidos por su riqueza ornitológica.

Estas celebraciones tienen su origen en la firma del llamado Convenio Ramsar, en referencia a la ciudad iraní del mismo nombre donde fue suscrito este tratado intergubernamental sobre los humedales de importancia internacional.

Todas ellas forman parte de una estrategia que pretende ser un aldabonazo anual en la conciencia ciudadana y también de las administraciones, para que no perdamos de vista nunca que los humedales constituyen uno de los ecosistemas más ricos y singulares, y a la vez más frágiles de la biosfera. Pero no sólo eso: son también un salvavidas contra la pobreza, tal como reza precisamente el lema del Convenio Ramsar para el Día de los Humedales de este 2006, poniendo el acento en la trascendencia de preservar las zonas húmedas como modo de velar así por nuestra calidad de vida en términos no sólo ambientales, sino también económicos y sociales.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, la ebullición que la convocatoria de este tipo de conmemoraciones puntuales provoca en la sociedad, suele dar paso a un enfriamiento súbito, que hace que colguemos la necesaria reivindicación de estos espacios naturales en el armario de la desmemoria… hasta el año siguiente.

Pero los humedales, como el resto de nuestro patrimonio cultural y natural, deben ser foco de nuestra atención y protección no sólo en los días marcados en rojo, sino en todas y cada una de las fechas del calendario. Entre otras cosas, por esa fragilidad consustancial que, unida frecuentemente a una ubicación privilegiada, los hace especialmente vulnerables al abuso del crecimiento urbanístico, los usos agrícolas o la ubicación de actividades industriales.

Todo ello ha originado perturbaciones, a veces irreversibles, en el equilibrio ecológico. Hay datos que indican que, a finales de la década de los 80, sólo en las zonas húmedas costeras del País Vasco se habían rellenado y/o desecado más del 50% de las marismas.

El mencionado Convenio Ramsar surge precisamente para fomentar la conservación y el uso racional de estas zonas, y demanda a los estados firmantes que adopten todas aquellas políticas que favorezcan estos objetivos. Con tal propósito, este tratado internacional crea una lista de humedales de importancia internacional, en la que se recogen aquellos que presentan rasgos muy relevantes en términos ecológicos, botánicos, zoológicos, limnológicos o hidrológicos.

La CAPV ha aportado en los últimos años a la Lista Ramsar un total de seis humedales, cuya superficie total suma más de 1.700 hectáreas. Estos humedales, cuyas características los hacen únicos a nivel mundial, son los de Urdaibai, en Bizkaia; Txingudi, en Gipuzkoa; y Lagunas de Laguardia, Colas del embalse de Ullibarri-Ganboa, Salinas de Añana, Lago Arreo-Caicedo Yuso y Salburua, en Araba.

El Departamento de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio del Gobierno Vasco, viene trabajando desde hace años en la protección, conservación, ordenación y recuperación de humedales degradados. Especial mención merece el Plan Territorial Sectorial (PTS) de Zonas Húmedas de la CAPV, aprobado en julio de 2004 y que constituye una herramienta vital para integrar la protección de las zonas húmedas en otras políticas, a través de la planificación y el ordenamiento. Actualmente, nuestro Departamento trabaja en la elaboración de otros PTS de especial relevancia, como los concernientes a márgenes y arroyos, y al litoral.

Debemos seguir y profundizar en esta labor, porque el trabajo que en el ámbito más local y cercano hagamos bien, no sólo tendrá reflejo en nuestra propia calidad de vida, sino que también repercutirá positivamente en la situación global de nuestro planeta. Y ésa es una tarea en la que todo el mundo debe arrimar el hombro y en la que jamás podemos flaquear.
Fuente: Esther Larrañaga