Maiorga Ramírez . Parlamentario de Eusko Alkartasuna en Navarra

La campaña que se ha desencadenado contra la propuesta de nuevo marco político formulada por el Gobierno Vasco ha adquirido caracteres que rayan en lo esperpéntico. No se trata ya solamente de rechazar la propuesta propiamente dicha. Se niega la misma existencia de un pueblo vasco que, como se limita a explicar en su preámbulo la citada propuesta, se asienta sobre siete territorios, entre ellos la Alta y la Baja Navarra. Por supuesto, con tanto y mayor enojo, se reprueba que la propuesta señale el derecho exclusivo de los navarros a decidir si quieren o no tener una relación política determinada con los territorios que hoy componen la CAV. Mención, por otra parte lógica, si se tiene en cuenta que hoy existe, y no por casualidad, una vía específica para una eventual unión política de Navarra y la CAV, tanto en la Constitución, como en el Estatuto Vasco y en el Amejoramiento.

Dejaré de lado los improperios y mentiras que se vierten sobre el llamado Plan Ibarretxe, (que es una propuesta legítima de un Gobierno tripartito para su debate con los restantes partidos). Se le califica de secesionista, sin serlo. Excluyente y totalitario, cuando está abierto a toda discusión y decisión parlamentaria. Y hasta hemos oído decir hoy en TVE al portavoz del PSOE, López Aguilar, en su afán desesperado de competir en sus improperios con el PP, que pretende sustraerse a la voluntad del Parlamento Vasco. Claro que Aznar, en Bolivia , ante la evidencia de que tales mentiras no calarían ante cualquier lector solvente de la propuesta, plegaba velas y señalaba que el problema es el procedimiento empleado por el Gobierno Vasco, no los contenidos…

Dejando de lado, pues, las barbaridades habituales que se disparan desde estamentos diversos, gubernamentales, judiciales, mediáticos, etcétera, en Navarra difícilmente puede admitirse por cualquier hijo de esta tierra esa última aberración que algunos ya se han atrevido a escupir: que el llamado pueblo vasco es un invento, y que parte del mismo no se asienta en Navarra.

A pesar del lavado de cerebro que día a día sufrimos los ciudadanos de este viejo reino en tal sentido, muchos advertirán que se pretende expropiar a buena parte de los navarros su derecho a ser herederos de la Vasconia por antonomasia. Es una cuestión de cultura elemental. Pero uno mantiene la esperanza de que el nivel cultural de esta tierra, y especialmente de sus dirigentes y creadores de opinión, pueda llegar algo más lejos que pensar en eso, o en la ofensa que hoy puede sentir un vecino de Leitza, Larraun o Aezkoa al negársele la condición de vasco asentado en Navarra. ¡Si levantaran cabeza Tito Livio, Plinio, Tolomeo o Estrabón se preguntarían qué clase de alienación había prendido en los ciudadanos de una tierra que desde Cascantum o Calagurris ellos, historiadores y geógrafos de la antigüedad, ya descubrían como núcleo esencial, originario de este pueblo vasco inventado!

La frase domuit vascones con la que repetidamente obsequiaban los cronistas a los monarcas visigodos (Pamplona resistía ante el último godo Rodrigo cuando llegaban los árabes a la península), sería considerada hoy más ajustada a la realidad por aquellos cronistas aduladores, al ver la doma de conciencias que ha llevado a renegar de la lengua, la cultura y su misma condición de vascos a tantos navarros…

Siente uno deseo de seguir repasando la historia para manifestar el dolor que produce esta especie de autoodio que se ha alimentado entre gentes que reniegan de sus propias raíces. ¡Qué diría el Príncipe Bonaparte, estudioso del euskara aún vivo al sur de Carrascal hace poco más de cien años, o los mejores intelectuales navarros de hace un siglo, fundadores de la Asociación Euskara, si contemplaran este intento desaforado de borrar en Navarra toda seña de identidad vasca: en la Navarra que ellos consideraban principal bastión de ese pueblo vasco, hoy ya producto de la imaginación, según la propaganda oficial!

Fuente: Maiorga Ramirez