El 60 aniversario de los tratados que dieron origen a la Unión Europea llega en un momento realmente crítico para el futuro de Europa. La crisis de los refugiados, el auge de los partidos populistas de corte xenófobo, el Brexit, los ataques de corte integrista -bien sea organizados o por medio de “lobos solitarios”-, el recorte del Estado de Bienestar y de los derechos sociales, y la crisis que no llega a su fin constituyen más que una preocupación.

Para un partido europeísta como Eusko Alkartasuna, esta crisis estructural supone un reto que se debe convertir en oportunidad para conseguir establecer las bases de la construcción de una Europa basada en los derechos de los pueblos que la componen y la justicia social, recuperar la idea de una Europa social, la Europa de la ciudadanía, que es la que propició la creación de la Unión ahora hace 60 años.

Y no hablamos de palabras huecas sino de oportunidades históricas tocando la puerta de la Unión. Los procesos de autodeterminación, que salvo la reunificación de Alemania, se han producido históricamente en la periferia de la UE, en las repúblicas bálticas o balcánicas, en Chequia y Eslovaquia, etc, se están reproduciendo dentro de las fronteras de los 25, con los procesos de Escocia y Catalunya sobre todo pero también en Flandes, Córcega y, por supuesto, Euskal Herria. Lo cual indica que los próximos años, la Unión no tendrá más remedio que contar con las decisiones de los pueblos soberanos.

La justicia social es el otro reto que se debe abordar. Las opciones son dos: la justicia social o el populismo xenófobo que además de querer a los refugiados fuera de nuestras fronteras y a los emigrantes de vuelta a sus países de origen, solo plantea recetas de corte neoliberal que auguran menos derechos para todas las personas independientemente de su lugar de nacimiento y ningún avance hacia la consecución de una vida digna para el conjunto de la ciudadanía.

De manera en absoluto sorpresiva para Eusko Alkartasuna, en Europa la lucha por los derechos de los pueblos está absolutamente unida a la de la consecución de la justicia social. La independencia en Escocia como en Catalunya, en Euskal Herria como en Córcega, sin dejar de tener carácter identitario como reflejo de unas sociedades con características diferentes a las de su entorno, es sin duda un medio para vivir mejor.

La crisis estructural que vive la Unión Europea unida a la crisis económica que no da respiro a la ciudadanía hasta el punto de dejar prácticamente desaparecida a la llamada clase media, ha hecho crecer el antieuropeísmo de manera espectacular. Y hay que reconocer que desde las estructuras de la propia UE no se ha hecho gran cosa por luchar contra ello, al menos con obras.

De hecho, la primacía del Consejo Europeo sobre el resto de las instituciones europeas ha tenido malas consecuencias mediante las decisiones tomadas respecto a las medidas de austeridad adoptadas o a la gestión de la crisis de los refugiados pero también en el sentido de que las instituciones elegidas mediante elecciones por la ciudadanía siguen estando en un segundo lugar, lo cual no ayuda a que las personas sientan que forman parte del proyecto.

Si a todo esto se le añade la llegada de Donald Trump a la administración estadounidense, tenemos tensiones que desde dentro y desde fuera de la UE intentan romperla. Por eso, es el momento de trabajar por esas oportunidades que decíamos, trabajar para impulsar los cambios que hagan que la ciudadanía se sienta europea porque la UE respeta sus derechos como ciudadanía de los pueblos que la componen y porque vivir en la Unión significa vivir mejor, más dignamente. De lo contrario, esta UE sexagenaria podría no llegar a ser septuagenaria.