La democracia triunfa como modelo universal y, sin embargo, esta profundamente amenaza por defunción de su alma: la política.

En la sociedad de la indiferencia política, los parlamentos adquieren un papel estrictamente simbólico y las decisiones que conciernen a todos emanan de los despachos de los especialistas (tecnólogos, economistas y financieros) encargados de la gestión del poder económico, a los que apenas llega el control democrático.

La claudicación de la política ante el poder económico desdibuja completamente la democracia; tiempos de mudanza que reclaman el retorno de la política para impedir la muerte por inanición de la democracia en manos de un Dios menor: el dinero. Si la historia se ha acabado (como dice Fukuyama) es porque no hay modelo alternativo posible. El que no se adapta al modelo triunfante queda fuera de la realidad político-social, con lo cual, la política puede abolirse porque no hay enemigo.

El triangulo poder mediático-poder político-poder económico funciona como un mecanismo extremadamente eficaz para convertir en irrelevante lo que no interesa. Y la política, que es el territorio común para la confrontación de la palabra, se desdibuja entre el centrismo y el esperpento populista.

Una de las creaciones de la sociedad pospolítica es la consagración del centrismo. Puesto que hay un solo sistema posible y puesto que no hay (ni puede haber alternativa) todo converge en un punto: el centro. El centro se define por ser un espacio vació en que las ideologías se neutralizan y se desdibujan. El centro es el lugar ideal para pronunciar la disolución de la política. Si no hay nada que decir solo cabe administrar.

El centro es el territorio sin ideología, el lugar en el que no se es ni de derechas ni de izquierdas, simplemente, partidario de que el movimiento continúe. El movimiento por el movimiento es la forma propia del conservadurismo.

La expresión política de este movimiento permanente es el centro.

El centro no existe. Nadie es el centro. El centro es un slogan. Un slogan que indica la ubicación del integrado, del que quiere. Representar el no va más de la corrección pospolítica. El que no es ni de unos ni de otros sino que esta en el eje de gravitación del sistema. La vanguardia es el conformismo. El centro es una vanguardia descafeinada. Una vanguardia sin rostro. Cuando todo es eufemismo la política acontece en el terreno de lo eufemico: el centro. El centro es la expresión aséptica de una hegemonía ideológica a la que siempre ha estorbado la política democrática: el liberalismo económico, que no se debe confundir con el liberalismo político ni permitir que se esconda tras él.

Para que el interés por la política retorne es necesaria la renovación del lenguaje y la capacidad de reconstruir la idea de alternativa. La autocomplacencia en el mejor de los mundos posibles no debe dar por finiquitada una historia que no ha hecho sino comenzar.

Fuente: EA Sopelana