No hay libertad sin justicia Todo ser humano tiene derecho a la vida, a la
libertad, y a la seguridad de su persona». Pero en nuestro país,
la vulneración del derecho a la vida -el derecho más básico-
supone una terrible constante y por ello es labor de todos conseguir la Paz.
Nada justifica la violencia. En materia de Derechos Humanos no cabe excepción
alguna. Se trata del artículo tercero de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos.
El vil asesinato de José María
Lidón nos sitúa, una vez más, ante el drama de la muerte.
La defensa de principios universales como los recogidos en la Declaración
de los Derechos Humanos, respuesta a los innumerables e inmensos crímenes
cometidos contra la Humanidad por el fascismo y tras la Segunda Guerra Mundial,
cobra plena actualidad en Euskal Herria en los comienzos del presente siglo
XXI.
La defensa de estos valores debe ser una referencia
incuestionable, ética social y política, para quien diga defender
todos los derechos humanos individuales y colectivos. Si tomamos como referencia
la reciente historia de nuestro pueblo, partiendo, por ejemplo, de la Ley 32/1999,
de 8 de octubre, de Solidaridad con las Víctimas del Terrorismo y su
fecha de referencia a efectos de su aplicación -enero de 1968-, comprobaremos
que este derecho humano ha sido vulnerado en más de 1.000 personas, y
en cerca de 50 desde la ruptura de la tregua, por parte de ETA.
José María Lidón, y todas
las víctimas de la barbarie, deben ser recordadas como se merecen si
queremos ajustar las cuentas con nuestra memoria y ello pasa por defender al
principal sujeto de derechos de cualquier sociedad: la persona.
La legitimidad de la lucha por cualquier derecho
humano se asienta en la vida. La persona que no vive o a la que se priva injusta
y cruelmente del bien más preciado deja de ser sujeto de derechos y,
a partir de ahí, sólo nos queda el recuerdo, su palabra y, en
lo más íntimo, la fuerza de estar unidos en los ideales que, como
en el presente, representaba José María Lidón: la responsabilidad,
la lucha por la justicia como valor y su trayectoria como hombre encargado de
interpretar las leyes, enjuiciar los hechos e impartir justicia.
Desde aquí, vaya toda mi solidaridad fraternal
con todas las personas que padecen o han padecido las consecuencias de la violencia
y la vulneración de sus derechos humanos y particularmente a Marisa,
Jordi e Iñigo.
Sin embargo, todo lo ocurrido no nos debe separar
ni un ápice de nuestra obligación. La de toda la sociedad vasca
y, principalmente, de sus instituciones, de buscar caminos para la paz. En esos
caminos nadie es dueño, ni poseedor, ni tan siquiera conocedor de la
verdad absoluta y por ello, la no descalificación, el diálogo
democrático y la escucha mutua son los caminos por los que transitar.
Son los únicos que permiten acceder a la tolerancia y la cooperación.
Flaco favor hacemos a la causa de la paz en nuestro
pueblo, confundiendo, mezclando, distorsionando, legítimas aspiraciones,
planteadas democráticamente (por ejemplo, descentralización de
la Administración de Justicia, euskaldunización del personal a
su servicio) con la defensa de nuestra judicatura, nuestros jueces, y el apoyo
social e institucional que reciben y que estamos dispuestos a incrementar si
cabe aún más.
La judicatura en el País Vasco está
amenazada, al igual que toda la sociedad vasca. La entereza que recientemente
he podido percibir en los familiares del niño de Lezo, a quien le explotó
un coche diabólico, quedando ciego y falleciendo su ‘amona’,
o la de los familiares de los trabajadores asesinados en el apeadero de Martutene
es la misma que estos días he podido percibir en jueces, magistrados,
abogados. Igualmente el emplazamiento que todos ellos hacen al conjunto de instituciones
vascas, del Estado y corporativas: construyamos la paz, basada en la libertad,
la justicia y la democracia.
Tenemos una prioridad política, combatir
la violencia y defender todos los derechos humanos, empezando por el derecho
a la vida, y el camino para hacerlo es, además de poner todos los medios
para combatir la violencia y el terror, respetar las diversas identidades, sentimientos
e ideales; sólo así seremos capaces de no repetir un pasado reciente
lleno de sangre pero igualmente cargado de incomunicación y de esfuerzos
baldíos.
La libertad se asienta en la justicia. No hay
libertad sin justicia. La seguridad que precisa toda la sociedad vasca -me atrevería
a decir que, tras los recientes acontecimientos internacionales, todo el planeta-,
además de la adecuada utilización del conjunto de instrumentos
que nos proporciona el Estado de Derecho, vendrá del necesario proceso
de normalización y pacificación y de convivencia ciudadana que
deslegitime absolutamente proyectos asentados en el terror como instrumento
de obtención de fines políticos.
La utilización del diálogo, civilizado
y democrático, de vías pacíficas y no violentas es el único
camino para honrar la memoria de José María Lidón y de
todas las víctimas y de defender la vida, la libertad y la seguridad
de nuestros jueces y de toda la sociedad; de lo contrario, sólo nos quedará
esperar a aquella situación que describió Bertol Brecht: «Primero
vinieron a por los judíos, y no dije nada… porque yo no era judío.
Después vinieron a por los comunistas, y no dije nada… porque yo
no era comunista. Luego vinieron a por los sindicalistas, y no dije nada…
porque yo no era sindicalista. A continuación vinieron a por mí,
y… no quedaba nadie que dijese algo por mí».
Jatorria: Eusko Alkartasuna