Pablo Beldarrain Solatxi Nadie les ofreció apoyo
alguno, ningún partido del arco parlamentario vasco otorgó un
ápice de confianza al nuevo proyecto político que, tras quince
meses de intensos debates, vio luz con el nombre de Batasuna. Ni siquiera el
beneficio de la duda. Por todo ello y como abertzale, me sentí obligado
a dar la bienvenida al nuevo proyecto de la izquierda abertzale y en estas páginas
de DEIA escribí el artículo ‘‘Ongi etorri Batasuna’’.
Como vasco nacionalista, mil veces defraudado, engañado y decepcionado,
no me importaba en absoluto incrementar mi currículum con títulos
como ingenuo o incauto, con tal de dar crédito al nuevo partido que además
traía algo que para mí era novedoso y esperanzador. Hablaban del
reconocimiento de todos los derechos que corresponden a todos los ciudadanos
vascos. Merecía la pena confiar en ellos.
Sin embargo, el escaso tiempo
transcurrido desde la presentación de Batasuna, ha sido suficiente para
demostrarnos que nada ha cambiado en ellos; más de lo mismo, la misma
forma de actuar. Batasuna ha seguido milimétricamente los pasos de sus
precursores HB y EH. Tras las acciones de ETA, siguen con el discurso de siempre:
«Mostramos nuestro pesar por la muerte de… Que pone de manifiesto el
fracaso de la clase política para afrontar el conflicto vasco, etc.».

Si he tardado cerca de cinco
meses en retractarme de aquel ‘‘Ongi etorri‘‘ ha sido porque
esperaba que en cualquier momento el partido abertzale haría efectiva
aquella premisa con la que presentaban su nuevo proyecto político, premisa
básica, según ellos, que hablaba del reconocimiento de todos los
derechos que corresponden a todos los ciudadanos vascos. Lo que en buena lógica
daba a entender que Batasuna se posicionaría en contra de quienes conculquen
cualquier derecho que pertenezca a cualquier ciudadano. Esto no ha sido así.
Desde el nacimiento de Batasuna, ETA ha vuelto a actuar en numerosas ocasiones,
superándose a sí misma en crueldad y brutalidad, haciendo desgraciadas
a las familias de las víctimas y ensuciando el nombre de Euskadi. El
coche bomba de Madrid, el asesinato del juez Lidón y de dos ertzainas,
junto a la actitud de Batasuna, han contribuido, muy a mi pesar, en la retirada
de la confianza y el apoyo que desde estas páginas les concedí.
Como abertzale y militante de EA le digo a Batasuna: ETA ez, pakea eta independentzia
bai.
Quede clara pues, la retirada
de confianza que otorgué a Batasuna, aunque espero y deseo de todo corazón
contar de nuevo con ellos, para trabajar junto a las otras fuerzas abertzales
por la paz y la construcción nacional de Euskal Herria. Pero a quien
no podré retirar mi confianza y apoyo, pues nunca se las concedí,
es al presidente del Gobierno español, José María Aznar.
Un presidente Aznar borracho de poder, engreído y prepotente que se cree
el amo y señor de las Españas y de los españoles. Un presidente
Aznar incapaz de disimular el desprecio que siente hacia quienes no piensan
como él. Un presidente Aznar que no sabe esconder el odio que le desborda
y que dirige hacia los vascos que no nos sentimos españoles. Un presidente
Aznar especialista en insultar, amenazar, provocar, crispar y tensar la cuerda,
cada vez que tiene ‘‘in mente’’ a Euskal Herria. En definitiva,
un presidente Aznar que dudo mucho desee la paz para Euskadi. Porque carece
de crédito pacifista quien no tiene mentalidad apaciguadora, quien insulta
y amenaza constantemente y quien es incapaz de crear un clima de distensión,
necesario para cualquier tipo de diálogo que pueda conducir a una paz
duradera.
¿Qué esfuerzos
ha realizado Aznar, su gobierno o el PP para propiciar la paz? ¿Qué
pasos han dado para solucionar el problema vasco? ¡Hombre! Algo ya han
hecho, hay que reconocerlo. En primer lugar negar el contencioso vasco y en
segundo lugar, seguir con su empecinamiento en querer solucionar el conflicto
exclusivamente por métodos policiales. La única solución
posible para Aznar es la rendición y entrega de armas por parte de ETA
y que los activistas etarras se pudran en la cárcel más alejada
de su entorno familiar, vulnerando así una vez más la Ley, cosa
que le trae sin cuidado. Aznar piensa que muerto el perro se acabó la
rabia, sin saber, ignorante de él, que para vencer a la rabia existe
una vacuna, como existe también una vacuna para acabar para siempre con
la violencia, una vacuna que se llama diálogo y negociación.
Pero el diálogo y la
negociación parecen difíciles de casar con el talante del Presidente
absolutista español que desprecia olímpicamente a quienes no piensan
como el. A lo largo de los catorce meses de paz que disfrutamos gracias a la
tregua de ETA, el señor Aznar fue incapaz de trabajar por la paz. Se
negó rotundamente a dialogar, haciendo todo lo posible para propiciar
la detención de los interlocutores de la organización armada ante
una posible negociación. Ni Aznar, ni su gobierno, ni el PP han apoyado
jamás las iniciativas de paz surgidas en Euskal Herria, es más,
han tratado de satanizarlas y de criminalizarlas. Lizarra-Garazi fue una apuesta
clarísima por la paz, a la que Aznar y su partido no acudieron, aduciendo
que ETA era la impulsora de aquel foro, pero tampoco han acudido a la Conferencia
de Paz de Elkarri, avalada por diferente Premios Nobel y prestigiosas personalidades
de la política y de la sociedad internacional. Parece que también
ven en Elkarri la siniestra mano de ETA.
El atentado sufrido por Aznar
en Madrid y del que salió ileso, parece que le marcó profundamente,
dando rienda suelta a un odio hacia el Nacionalismo vasco que es incapaz de
disimular, un odio que le hace relacionar constantemente nacionalismo y violencia.
Una de las frases favoritas del Presidente español y que más suele
repetir, es aquella que dice: «los nacionalistas no quieren la derrota
del terrorismo porque creen que pueden sacar ventajas». Pero la realidad
es otra, como quedó demostrado con el atentado que costó la vida
al juez Lidón. Si hay alguien que ha tratado, en innumerables ocasiones
de obtener un rédito político de las acciones de ETA, ha sido
el mismísimo señor Aznar quien, como bien dijo el consejero de
Justicia Joseba Azkarraga, «ha intentado utilizar el asesinato del magistrado
Lidón para arremeter contra las instituciones vascas, cuando el cuerpo
de José María está aún caliente».
Pero si el atentado del que
salió ileso le marcó profundamente, dejando al descubierto el
odio que siente hacia el Nacionalismo vasco, los resultados electorales del
13-M contribuyeron, sin duda, a exacerbar su fobia hacia el nacionalismo. Sí,
porque el 13-M supuso el mayor fracaso y el mayor de los castigos sufrido por
Aznar desde que está al frente del Gobierno español. El 13-M se
consumó la debacle de una campaña en la que Aznar apostó
muy fuerte por la Lehendakaritza y que contando incluso con la impagable ayuda
de su histórico enemigo, convertido en aliado, supuso un fracaso en todo
lo alto. Esta espectacular derrota en un hombre como Aznar, estoy seguro que
habrá contribuido a acrecentar su resentimiento hacia los abertzales,
por lo que su aportación a un proceso de paz en el que no cree y por
el que nada hace, no servirá absolutamente para nada.
Parece pues, claro, que en la
mente del Presidente absolutista español sólo existe un proceso
de paz en el que cree firmemente y que pasa por la rendición de ETA y
el cumplimiento íntegro de las penas para sus activistas. Ésa
es la paz que desea Aznar para Euskadi y en la que la mayoría social
de este Pueblo no cree, porque somos amplia mayoría quienes pensamos
que la paz y la sana convivencia vendrán cuando los vascos podamos decidir
con entera libertad qué es lo mejor para nuestro Pueblo. Tarde o temprano
y sin que Aznar pueda evitarlo, Euskadi expresará libremente su voluntad
y esa voluntad de los vascos deberá ser siempre respetada, si se entiende
bien la democracia. De no ser así, veo muy difícil la tan ansiada
paz. Podrán acabar con ETA, pero no podrán arrebatar la voluntad
y el deseo de libertad de un pueblo que no tardaría en recurrir de nuevo
a la violencia, si se le amordaza y se le impide ejercer su libre determinación,
dejando bien claro que esa violencia no significa, necesariamente, recurrir
a la lucha armada, recurso éste que repudiamos mayoritariamente.
Deia.com
Jatorria: Eusko Alkartasuna