Tras la Cumbre del Clima de París, preferimos ver el vaso medio lleno y valorar positivamente que por primera vez en la historia se haya alcanzado un acuerdo a nivel mundial en un tema tan importante, aun estando pendiente de las ratificaciones que deben llegar en el plazo de un año y las dudas sobre la materialización de algunas de ellas, por ejemplo, Estados Unidos. Igualmente, ponemos en el lado positivo de la balanza las decisiones tomadas en sí, la decisión de limitar a 1,5ºC el calentamiento del planeta, y, para ello, la necesidad de reducir las emisiones de gas efecto invernadero.
También es necesario subrayar la importancia de que en el diagnóstico de situación se haya tenido en cuenta la opinión de la mayoría de la comunidad científica internacional que afirma que el cambio del clima está directamente vinculado con la acción antropogénica y que de no acometerse políticas de reducción de emisiones en tiempo las amenazas para el planeta son ciertas.
No es el acuerdo que pedían las organizaciones ecologistas ni la comunidad científica pero los mínimos alcanzados dejan cierto lugar para la esperanza. Los representantes de gobiernos de 195 estados, muchos de ellos con políticas al servicio de las grandes multinacionales de combustibles fósiles, han reconocido que éstos tienen un peso innegable en el calentamiento global y que, por lo tanto, los pasos para frenar este proceso incluyen la apuesta por las energías renovables.
Es decir, a partir de Paris tenemos un diagnóstico compartido y un consenso nuevo sobre el uso de las energías limpias y el desarrollo de la economía descarbonatada. Conocemos los límites del riesgo y sus consecuencias. También conocemos qué tenemos que hacer y el reparto de la carga.
Ayuda a ver el vaso medio lleno que se haya acordado la constitución de un fondo de 100.000 millones de dólares anuales para las intervenciones necesarias en las políticas de adaptación. Fondos que van a permitir nuevas formas de desarrollo económico, invirtiendo en tecnologías más respetuosas con el medio ambiente. Y es igualmente positiva la puesta en marcha un plan de verificación del cumplimiento de los compromisos acordados por las partes.
En el lado negativo, está el hecho de que la Cumbre ha dejado la impresión de que, atendida la opinión de la mayor parte de la comunidad científica, se ha realizado un diagnóstico acertado –o bastante asumible- de la situación, ha quedado claro que se sabe qué hay que hacer para frenar los efectos nocivos pero no ha habido un compromiso serio de qué hacer, en qué plazos y cómo.
Queda pendiente la parte menos vistosa y más valiosa del Acuerdo: asegurar que las acciones concretas caminan hacia el cumplimiento de estos objetivos. Tenemos cinco años para ello, ya que el acuerdo en sí no entra en vigor hasta 2020. Las actuaciones de los gobiernos y de los mercados irán mostrando si la cumbre de París se queda en una mera declaración de intenciones o se traduce en hechos.
El primer paso será el compromiso con el desarrollo de las energías renovables. Traído a nuestro entorno, significa que hay que buscar alternativas a Garoña o que no se puede penalizar el autoabastecimiento de energías alternativas. Cuestiones concretas.
Como concreto, necesario y de justicia es disponer partidas y planes para ayudar a las personas, colectivos y entornos vulnerables por el cambio climático.
Por último, recordamos que el Acuerdo lo firman estados miembros reconocidos por Naciones Unidas, pero también está dirigido a la sociedad civil, el sector privado, las instituciones financieras, todas las instituciones –desde estatales a municipales-,… Lo cual quiere decir que también la ciudadanía de Euskal Herria está concernida por el Acuerdo.