Empezamos la semana con los ecos de la prohibición de la ikurriña en la gala de Eurovisión celebrada el sábado, y la terminamos con otra polémica con bandera de por medio: la estelada, vetada en un inicio –el viernes se levantó su prohibición- en la final de la Copa de fútbol. Se trata, la estelada, de una bandera democrática –por mucho que no sea la oficial- y que representa a una gran parte de la sociedad catalana. Paradójicamente, su veto se hubiera activado en un estadio donde es habitual ver banderas franquistas, inconstitucionales e ilegales.

Tenemos la impresión de un déjà vu, ya que este mismo mes se ha archivado el auto de la impresionante pitada que vascos y catalanes dedicaron al monarca español en la final de la Copa del año pasado entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao.

Además de la sensación de que ya lo hemos vivido, tenemos también la percepción de que son pasos adelante en la represión de los símbolos nacionales de Euskal Herria o Catalunya. Cada vez un paso mas, cada vez un espacio de libertad menos.

El debate de mezclar deporte y política es recurrente y todas las posturas son respetables, pero lo cierto es que son dos ámbitos relacionados y que han sido utilizados sobre todo por los estados: las victorias de Jesse Owens en Berlín ante Hitler, los sucesivos boicots a las olimpiadas durante la guerra fría, etc. Pero las competiciones deportivas también han sido utilizadas para reivindicaciones alternativas, por ejemplo, las olimpiadas de México en 1968 dejaron la imagen de los atletas estadounidenses del black power con el puño en alto en el podium. Así que no se puede decir que la unión entre política y deporte sea precisamente nueva. Tampoco en el Estado español, donde la Copa es “del rey”, como antes lo fue “del Generalísimo”.

Los estados sí pueden mezclar política y deporte, pero no las naciones sin estado, por eso se nos niega el derecho de tener una selección nacional. Por eso se prohíbe toda manifestación que vaya en contra de las bases de los estados, desde pitar al rey hasta banderas independentistas.

Son ciertamente pequeñas pero continuas vueltas de tuerca, porque el mismo Gobierno que protesta –aunque con la boca pequeña- por la prohibición de la ikurriña en el Festival de Eurovisión ve perfectamente normal que esa prohibición se active para que la tricolor esté presente en la Plaza del Ayuntamiento de Iruñea durante el txupinazo, junto con la de Castilla, la de Perú o la propia senyera. Y, sobre todo, es el mismo Gobierno que ha transmitido a Europa la idea de que la ikurriña representa lo mismo que la del Estado islámico: violencia.

A esa supuesta violencia se alude también en el asunto de la estelada, obviando que la pasada final de la Copa, con las gradas llenas de “rebeldes” vascos y catalanes, fue modélica en cuanto al comportamiento de la afición.

Prohibir símbolos significa intentar sacar de las calles –o estadios- ideas políticas democráticas y con gran respaldo social, a la vez que imponer otros símbolos que no representan a todos.

Vueltas de tuerca, involuciones, pasos atrás y obstáculos que solo tienen como objetivo mantener la situación invariable. Y en este inmovilismo entra también las condenas por hacer política. Hasier Arraiz se ve obligado a dejar el Parlamento condenado por su actividad política. Es cierto que la acusación del Fiscal ha sido pertenencia a ETA como también lo es que a la hora de detallar qué actividades llevó a cabo supuestamente como “miembro de ETA” señaló reuniones políticas, asambleas, charlas y manifestaciones legales. Es decir, actividad política pura y dura.

Eusko Alkartasuna siempre ha defendido que lo que de verdad molestaba al Estado y hacía avanzar el movimiento soberanista son las ideas. Por eso las prohíben. Por eso no quieren que se vean los símbolos que las representan.