El papel lo aguanta todo. Aguanta hasta diseños de edificaciones que jamás podrán construirse. Esta semana PSOE y Ciudadanos han escenificado un pacto que ambos sabían que no se podría materializar sin la ayuda de un tercero, que, hoy por hoy, no parece estar por la labor, pero han jugado conscientemente a echar las pocas cartas que les quedan a ambos. Pedro Sánchez, sabedor de que ésta es la única posibilidad que tiene de ser Presidente, reivindica un pacto de izquierdas pero pacta con la versión moderna de la derecha de siempre y Albert Rivera, sin el más mínimo rubor, anuncia que si la investidura de Sánchez no sale, negociará para que salga a de Rajoy.

El ansia de poder de Sánchez y sus propias necesidades han llevado a un partido que dice ser federal como el PSOE a pactar con un partido centralista como Ciudadanos. Un acuerdo con el diablo (para unos y otros), en el que el mayor beneficiario es este último partido, que ha jugado a ver quién le facilitaría antes el poder. Rivera juega a ser hombre de centro y facilitador de cara a la invertidura y mientras el pacto genera inquietudes en las propias filas socialistas. Según los datos oficiales facilitados por ellos mismos, apenas un cincuenta por ciento de la militancia socialista participó ayer en la consulta propuesta por Sanchez y no se conoce el sentido del voto de algunos destacados dirigentes que han preferido mantenerse en silencio ante el esperpento. No en vano, ciertas cesiones de los socialistas, como la supresión de las diputaciones provinciales, han levantado ampollas entre los barones de Sánchez.
El acuerdo de ambas formaciones es un pacto que nació muerto, un acuerdo tallado en cartón piedra sin ningún peso que solo sirve como estrategia de márquetin. Sánchez, quien ha estado jugando al cambio mediante la apelación a “la gran coalición de izquierdas”, sabía que un pacto con la formación de Albert Rivera iba suponer un rechazo, de facto, por parte de la formación morada dirigida por Pablo Iglesias –que, por otro lado, es a quien más le interesa que se repitan las elecciones-.
Al mismo tiempo, el PP no quiere ser un figurante en la obra y difícilmente va a apoyar a un pacto que no tutele él y en el que algún popular sea candidato. Es más, incluso aunque la investidura saliese adelante sería muy difícil que la reforma exprés de la Constitución pactada por los socialistas y la formación naranja superase el rodillo de los populares en el senado.
¿Y dónde se coloca el PNV en este escenario? Desde su habitual equidistancia, en un inicio, no se mostró contrario a la reforma constitucional, dado que no socavaba el autonomismo vasco –no se contempla la supresión de las diputaciones vascas-. Pese a ello, la formación de Albert Rivera, que se caracteriza por querer desterrar los “privilegios” territoriales, ha afirmado que su partido no cejará en ese objetivo y que la cuestión vasca suponía un escollo demasiado grande que podía impedir un acuerdo con los socialistas. No obstante, en un futuro volverán a atacar a Euskal Herria.
Pero eso fue a principio de semana. Para el viernes los jeltzales ya se habían desmarcado de dicho pacto. No desean aparecer retratados con aquellos que se van a posicionar en el estrado de los perdedores.
Como resumen podríamos decir que el panorama de cambios que augurábamos en el Estado y que ansiábamos que dejase un nuevo tiempo también en Euskal Herria tendrá que esperar. Nada de lo que pueda salir ni de esta situación ni de una supuesta repetición de las elecciones parece que pueda aportarnos nada. Una vez más, esto es lo que nos ofrece España: frustración y falta de expectativas.