Gorka Knörr. Secretario general de EA

He citado algunas veces aquella frase, atribuída a Benjamín Franklin –´nunca ha habido una buena guerra ni una mala paz´-, como complemento de mis múltiples y sucesivos pronunciamientos pacifistas y antibelicistas, posicionamientos que, por lo que a ETA afecta, datan en mi caso incluso de los tiempos de la dictadura franquista. Porque ya entonces, y contracorriente, jamás acepté los asesinatos de ETA, y en los años setenta tuve que soportar no pocas críticas por ello.

Sigo fiel –como mi partido, Eusko Alkartasuna- a ese posicionamiento, inequívoco, frente a cualquier violación de los derechos humanos, y, por lo tanto, estoy radicalmente en contra de la invasión de Irak. Debo decir que asumo las contradicciones que me provoca el tener que haber apoyado determinadas actuaciones de la Comunidad Internacional, como fueron los casos de Bosnia-Herzegovina o de Timor Oriental. Cuando se están cometiendo horrendos crímenes no se puede permanecer inerme, y es preciso que existan medios de presión, incluso en el orden militar, precisamente para defender a ciudadanos y pueblos de la tortura, el asesinato y el genocidio, a lo largo y ancho del mundo.

En el caso de Irak, es inútil seguir argumentando contra lo que ha sido, entre otras cosas, una obscena exhibición del quebrantamiento de la legalidad internacional. Lo que quiero y me interesa subrayar, aquí y ahora, son dos cosas: en primer lugar, el hondo sentimiento de horror ante las víctimas de esta invasión arbitraria, ilegal y criminal, y, por otro, un doble efecto de esta crisis internacional, que no me resisto a calificar de positivo: la globalización de la ética de la paz y el descubrimiento del verdadero cariz antidemocrático y francamente peligroso del aznarismo.

Ha sido muy importante la movilización de ámbito planetario contra la guerra, de un alcance desconocido hasta ahora. Sigo diciendo, con Franklin, que no hay guerra buena, pero al menos ésta ha tenido este benéfico efecto, esta explosión comprometida y hasta lúdica de la ética de la paz que ha invadido calles y plazas, que si bien es cierto no ha logrado parar esta locura de Bush, Blair y Aznar, estoy firmemente convencido de que hará al menos más difícil que mandatarios tan desaprensivos puedan campar a sus anchas en el futuro y hagan de la ONU mangas por capirote.

Pero, además, partidos y ciudadanía de fuera del País Vasco han podido comprobar por si mismos, aplicada a la respuesta de la ciudadanía y de los partidos a la invasión de Irak, la medicina tramposa que Aznar ha venido utilizando en Euskadi en materia de violencia y terrorismo; ese continuo ´conmigo o contra mí´, ´nada entre nosotros y la Constitución´ (cambiando Constitución por ONU), ´o con el Gobierno o con Sadam Hussein y el terrorismo´, etc.., es algo que nos suena, sobre todo en Euskadi. Un planteamiento maniqueo que ahora le reprochan hasta los sabihondos editorialistas de ´El País´, que jamás han denunciado el maniqueísmo practicado por el aznarismo gobernante contra el nacionalismo democrático vasco, acusándolo injustamente de connivencia con la violencia. Hoy, fuerzas políticas españolas que jamás han rechistado (salvo honrosas excepciones valientes, como la de IU) del maniqueismo chapucero y tramposo de los Aznar y Mayor Oreja, o esa intelectulidad sumisa que hoy se enfrenta al horror de la guerra y a los manejos del PP, es la misma que ha hecho el caldo gordo durante estos años al linchamiento politico de posiciones como las nuestras, inequívocas e intransigentes contra la violencia. Ojala que de esta guerra horrible salgamos con la determinación de luchar, de verdad, por la paz, en Euskadi y en todo el mundo, y de desterrar estos años de pobreza intelectual y miseria política en que nos ha sumido la derechona del PP. Parafraseando la memorable película de Basilio Martín Patiño, ojala podamos hablar de lecciones para después de una guerra.

Fuente: Gorka Knörr