Gorka Knörr Borràs. Secretario General de EA

Si hay algo que
caracteriza a la actual situación del panorama europeo es la pérdida
de la dominación que ejercía la socialdemocracia. Un fenómeno
de crucial importancia cuyas raíces económicas, sociales y morales
siguen pendientes de ser analizadas con rigor, y que debe interpelar a todos
los responsables políticos progresistas.
A finales de los
años 90, la victoria del SPD, tras la victoria de la izquierda plural
francesa y la de los laboristas de Tony Blair, los gobiernos socialistas totalizaban
once de los quince que conforman la UE. Hoy solamente Grecia, Suecia, Gran Bretaña
y Alemania y Finlandia resisten a la oleada de la derecha, con la alianza de
Schröder con los verdes seriamente comprometida y con los verdes fuera
del gobierno en Finlandia por el tema de la energía nuclear. Esta recomposición,
además, ha estado acompañada, en la mayoría de los casos,
de un fuerte auge de partidos populistas y xenófobos de extrema derecha,
mientras en los países del Este se observa la vuelta al poder de los
viejos partidos comunistas reconvertidos según las circunstancias de
cada país, bajo la característica común de un alto grado
de conservadurismo y recelo antieuropeista. Una escena política que,
sin perjuicio de un análisis caso por caso, merece un examen general,
en la medida en que tras los casos particulares se adivinan una serie de causas
convergentes.
La socialdemocracia,
reforzada por el derrumbamiento del bloque comunista, hoy en crisis y barrida
por la corriente neoliberal, ha sido la heredera de las grandes corrientes del
pensamiento del movimiento obrero del siglo XIX. Es una izquierda que ha perdido
sus raíces sociales y no ha sabido comprender las razones de la inquietud
y el sentimiento de inseguridad en amplias capas populares de la sociedad, consecuencia,
en parte, de fenómenos como la inmigración y la mundialización.

Esa socialdemocracia
europea, además, ha tenido responsabilidades y una posición de
fuerza en las instituciones europeas, y no ha sabido resistir a una dinámica
donde el mercado se constituía en el centro de todas las políticas,
y sus electores se lo han hecho saber con creces. ¿Quiénes se
acuerdan de esos interminables consejos de ministros europeos donde la idea
de la Europa Social era una y otra vez aplazada? ¿Por qué los
gobiernos de centro izquierda, a pesar de haber obtenido globalmente durante
la década de los 90 buenos resultados económicos, han ido cayendo
de una manera ineluctable uno tras uno?
Es probable que
su fijación por obtener buenos resultados económicos les impidiera
observar el lento socavón que se abría en el tejido social, alargando
la lista de perdedores de una política, alentada desde Bruselas, que
no tenia otra meta que la transformación macroeconómica, acompañada
de una imparable dinámica de desregulación.
Ante este angustioso
panorama, nada sería peor para estos partidos que utilizar la palanca
de la inseguridad y de la inmigración, como modo de recuperar el crédito
perdido ante sus electores. El primer ministro danés Rasmasneen intentó,
meses antes de las elecciones, elevar el discurso sobre los inmigrantes, proponiendo
que los extranjeros que solicitaran el estatuto de exiliados y que cometieran
delitos, fueran deportados a una isla hasta ser juzgados, propuesta que no impidió
que perdiera las elecciones de una manera estrepitosa.
La izquierda siempre
ha creído que los temas de seguridad que tanto preocupan hoy a los ciudadanos
eran un tema de derechas. ¿Hay que llegar al extremo de suspender las
prestaciones sociales a las familias de los menores que delinquen, como sugieren
los círculos cercanos del New Labour a Tony Blair? El debate está
en la calle, y ya hay una certeza; que la opinión publica británica
apoyaría estas discutibles medidas.
Pero ¿qué
se puede hacer?. Win Kok fue barrido por la derecha y extrema derecha en Holanda
tras lograr el descenso de la tasa de desempleo a un 3%, en apenas 8 años.

Aviso para navegantes.

Mas allá
de los comentarios que nos sugiere tal o cual resultado electoral, se observa
que la fractura social se ha convertido en fractura política, y las consecuencias
para los partidos socialdemócratas se manifiestan en la desconfianza
por parte de las capas sociales en la capacidad de esos partidos tradicionales
para resolver su inseguridad, su precariedad, su angustia.
Un estudio publicado
recientemente en Estados Unidos concluía que las capas sociales “favorecidas“
están mas dispuestas a aceptar lo que viene de fuera que las capas “desfavorecidas“.
Estas capas de la sociedad a las que no les está tocando poco o nada
del crecimiento económico de la última década, no ven bien,
ni entienden, ni desean, lo que en su país pueda introducirse como resultado
de una globalización, sean bienes, capitales o personas extranjeras,
y menos aún sabiendo que ellos no serán los beneficiarios. El
Eurobarometro nos avisa que esta situación se produce, casi con la misma
intensidad, en Europa.
Esa poca disposición
a integrar a lo de fuera, es un sentimiento que crece en los sectores naturales
de la izquierda, porque ésta no ha sabido explicar correctamente las
mutaciones que afectan a nuestra época, ni anticiparse, aportando soluciones
paliativas a las consecuencias sociales que todo ello implicaba. La derecha
y los populistas ni lo han hecho ni lo harán mejor; ellos juegan con
las emociones y lo que denominan establecimiento del orden. Y como para muestra
un botón, aquí está Aznar transformando al Estado Español
en un banco de ensayo de una Europa autoritaria, insolidaria, centralista a
ultranza y replegada sobre sí misma. Aviso par navegantes.

Fuente: Eusko Alkartasuna