Begoña Lasagabaster Olazabal, diputada de Eusko Alkartasuna El pasado domingo, 1 de octubre, se celebraron en Bosnia-Herzegovina elecciones legislativas y presidenciales, unos comicios en los que he tenido ocasión de participar como miembro de una misión parlamentaria visitando colegios de Sarajevo, Gorazde y Pale. Han transcurrido diez años desde que en septiembre de 1996 esta república balcánica convocara sus primeras elecciones generales tras los Acuerdos de Dayton, de diciembre de 1995, consulta a la que también asistí como observadora en la zona de Banja Luka.

Transcurrida una década, puedo afirmar que han sido misiones electorales muy diferentes. Muchas cosas han cambiado de forma positiva en el país desde 1996 hasta ahora, pero ambas elecciones revisten gran importancia y por razones de naturaleza muy distinta. Las elecciones de 1996 respondían a la necesidad imperiosa de detener la guerra, fueron organizadas y controladas por la OSCE, mientras que la IFOR (fuerzas militares de intervención) se encargaba de mantener la seguridad en el territorio. Apenas habían transcurrido unos meses desde la guerra y la tragedia vivida estaba muy presente en los comicios.

Los Acuerdos de Dayton dividieron el Estado de Bosnia-Herzegovina en dos entidades o entes: la República Srpska (de mayoría serbia) y la Federación Bosnia-Herzegovina (de mayoría musulmano-croata). La ciudad de Banja Luka se encuentra en la República Srpska y es un enclave en el que la guerra entre serbios y musulmanes llegó a alcanzar tal crudeza que para que estos últimos, desplazados tras la contienda, pudieran ejercer su derecho a voto en sus ciudades de origen era necesario establecer un eficaz sistema de protección, que les garantizara el cruce de la interboundary line, inseguras circunstancias las de entonces que llevaron a mucho de ellos a optar por la abstención. Por otra parte, las minas antipersonales que llenaban la zona y la dificultad de la elección supusieron un reto en lo político y a nivel humano difícil de olvidar. Las elecciones de 2006 han transcurrido en un ambiente totalmente distinto. Por primera vez, los comicios han sido organizados por las autoridades nacionales, unas elecciones legislativas y presidenciales de una enorme trascendencia para el futuro de Bosnia. Por un lado, porque los electos serán los encargados de llevar a cabo las reformas constitucionales pendientes y tendrán que decidir sobre la configuración de su propio Estado. Por otro, porque desde que se firmó la paz, la Comunidad Internacional deberá devolver las competencias legislativas y ejecutivas a los representantes elegidos.

Ciertamente Bosnia-Herzegovina marcó un antes y un después en el papel político y militar de la Comunidad Internacional en este tipo de conflictos. En el plano político, ha estado presente en todas las instituciones: Justicia, Policía, Comisión Electoral llegando hasta la conocida y todopoderosa figura del Alto Representante Internacional, titular de un poder que le ha permitido destituir a presidentes de los entes. Obviamente, la duda sobre la transición y la sostenibilidad de esta figura, a la vez que sobre la nueva responsabilidad que deben ejercer los políticos bosnios, planea sobre el país. Ello requiere un mayor compromiso por parte de los representantes elegidos y la capacidad suficiente para configurar un Estado en clave de futuro y no de recuento del pasado, algo difícil de hacer y visualizar. Pero también exige a los europeos definir el papel que la UE debe jugar a partir de ahora, iniciando con el futuro acuerdo de asociación la posible senda de una futura adhesión.

Diez años después quedan muchas cosas por hacer y lecciones, que todos en Bosnia y en la Comunidad internacional, hemos de aprender. Es evidente que sólo el esfuerzo conjunto podrá encaminar a Bosnia-Herzegovina, uno de los países más pobres de Europa, hacia un horizonte estable y tranquilo.
Fuente: Begoña Lasagabaster