Un año más, el 8 de marzo es día para hablar de los derechos de las mujeres y lamentablemente, es el momento en que nos damos cuenta de lo difícil que es no repetirse, debido a que, pese a los muchos avances teóricos y formales en el ámbito de la igualdad, los pasos adelante reales son mínimos.

Por mucho que la ley diga que hombres y mujeres somos iguales, la vida, el día a día es diferente para unos y otras. Y en algunos casos esto es algo que es más difícil de percibir hoy que en décadas pasadas debido a que actualmente las mujeres han llegado a muchos espacios que hace años tenían vetados. Sin embargo, la ausencia de avances es algo real y constatable, hasta el punto de que los cambios en la rutina son tan mínimos que apenas se notan en las estadísticas que recogen asuntos como quien de los dos miembros de una pareja heterosexual se ocupa de la alimentación de la familia, los deberes de hijos e hijas, la limpieza de la casa,…

“Emakumeek aurrera egiten dutenean, gizarteak ere aurrera egiten du” (cuando las mujeres avanzan, la sociedad también avanza”) es el lema elegido por Eusko Alkartasuna para el Día de la Mujer de este año. Y es que parece que aun hoy, en 2017, todavía hay que explicar que feminismo significa igualdad, oposición a cualquier jerarquía basada en el género.

A la vez que las mujeres se van haciendo más visibles en todos los ámbitos de la sociedad, crece el oasis de la igualdad que hace que quienes cogen la bandera del feminismo sean acusados de extremistas, radicales y “feminazis”, el calificativo estrella de los últimos años contra las mujeres que reclaman sus derechos y que es tan vacío como insultante.

Por eso, parece que es necesario recordar que la lucha feminista no va contra nadie, ni mucho menos contra los hombres como colectivo, sino que tiene como objetivo construir una sociedad más justa. Sí es cierto, no obstante, que los hombres, como colectivo y muchos de manera individual, deberán perder los privilegios que mantienen para que las mujeres alcancen la igualdad.

El avance de las mujeres es un movimiento que precisa de un cambio de sociedad y de sistema económico. Una de las bases del capitalismo es todo el trabajo de cuidado –bebés y menores, personas enfermas y ancianas- que recae sobre los hombros de las mujeres y que ningún sistema podría pagar con dinero.

Y eso es lo que debe cambiar de raíz. Otras cosas también, por supuesto, pero si se borrase la insultante brecha salarial y al volver a casa las mujeres aun tuvieran que cargar con la mayoría del trabajo no remunerado, no cambiaría demasiado la situación.

Y precisamente por eso el feminismo se sitúa contra cualquier jerarquía. Porque, en muchos casos, cuando la mujer occidental sale de casa para trabajar, es la mujer migrante la que se ocupa de sus hijos e hijas o de sus mayores, no su pareja. ¿Pero con quién deja a sus hijos e hijas la mujer migrante? Probablemente con su madre o abuela, en una rueda que perpetúa el papel de la mujer.

El cambio hacia una sociedad basada en la igualdad, y la justicia social es imposible sin esta base, obliga a que las mujeres avancen hacia una realidad sin discriminación, sin violencia y de plenos derechos, una situación de libertad. Para ello cada uno, cada una debemos hacer los pequeños o grandes cambios que nuestra vida precisa, pero también es necesario la implicación de las instituciones, demasiadas veces sordas y ciegas ante situaciones sangrantes de desigualdad. Y en política institucional esa implicación se llama presupuesto. Estamos a tiempo.